En el largo plazo China y Estados Unidos son rivales estratégicos pero en lo inmediato y tal vez más allá comparten necesidades y objetivos comunes. En el encuentro realizado el 6 y el 7 de abril pasado en la residencia privada de Mar-a-Lag (Florida) la agenda acordada iba desde aspectos geopolíticos hasta económicos. Los más destacados: el déficit comercial estadounidense, la relación dólar–renminbi, la situación del régimen norcoreano y las tensiones en el Mar de la China del Sur.

 Poco y nada se ha informado de los acuerdos (¿y desacuerdos?) alcanzados por Donald Trump y Xi Jinping, pero pocos días después el presidente estadounidense declaró: “Tenemos dos países muy diferentes y dos pueblos muy diferentes, pero creo que él entendió el mensaje y yo entendí lo que él me estaba diciendo”

 Una de las prioridades de la administración Trump es reducir el enorme déficit comercial. En esa lógica las primeras medidas enfocaron tres aspectos convergentes: la necesidad de renegociar el Nafta con México; retirarse de los acuerdos multilaterales del Pacífico (TPP) e iniciar negociaciones con China por fuera de la OMC. En 2016 sobre un intercambio de 560.000 millones de dólares el déficit con China alcanzó los 330.000 millones. El 40 por ciento de ese déficit es provocado por las multinacionales estadounidenses que producen en China y exportan a su país de origen. 

 Según los trascendidos, los presidentes coincidieron en que ese saldo comercial provocaba problemas al interior de Estados Unidos (caída industrial y de puestos de trabajo; aumento de las importaciones) y también de China (apreciación del renminbi; presiones inflacionarias; exceso de emisión monetaria). Habrían acordado entonces un plan de mediano plazo tendiente a equilibrar los intercambios sobre la base de un aumento significativo de las exportaciones estadounidenses al mercado chino y también de las inversiones (para lo que China desbloquearía ciertas áreas –telecomunicaciones, energía, finanzas– hasta ahora cerradas al capital extranjero). En contrapartida China incrementaría sus inversiones en el sector industrial estadounidense y participaría del financiamiento del plan de renovación de la infraestructura anunciado por Trump. 

 Si estos acuerdos se cumplen se alejarían las tendencias a una guerra comercial y los temores neoliberales a una oleada de proteccionismo. Al mismo tiempo que podrían traccionar a una economía global estancada desde hace un quinquenio (la economía de Estados Unidos no supera el 3 por ciento de crecimiento anual desde hace varios años, debilidad de la europea a partir de la crisis de 2008-2009 y estancamiento de largo plazo de la japonesa). 

 Sin embargo quienes tienen esta mirada optimista tal vez no contemplen los temores a una crisis financiera de envergadura producto del alto endeudamiento global y de las varias burbujas de la economía China que pueden poner freno a este curso diseñado por las dos principales potencias económicas del mundo. Tampoco tienen en cuenta el posible desenvolvimiento de las disputas intercapitalistas y de las relaciones capital/trabajo.  

 Trump y Xi Jinping trataron también cuestiones geopolíticas, especialmente las relaciones de ambos países con Corea del Norte. Este país es un aliado histórico de China, al que sostiene económicamente, pero que se le está convirtiendo en un problema político. China es la pieza clave en la región, frente a las amenazas y provocaciones que podrían llegar a un punto de no retorno advirtió tanto a Estados Unidos como a Corea del Norte que no admitirá contaminación nuclear en el noreste de su territorio; que no está dispuesto a recibir una afluencia masiva de norcoreanos, que no consentirá el reemplazo del actual régimen por uno militar que le fuera hostil y que no aceptará que su aliado regional complique la relación con la primera potencia mundial.

 Suele decirse que ningún presidente de los Estados Unidos se siente tal hasta tanto no haya lanzado algún bombardeo. Pues bien, a poco de cumplir sus primeros cien días de gobierno Donald Trump ya pasó ese Rubicón e ingresó en la normalidad de la política internacional estadounidense. Léase intervencionismo que promueve el establishment y que cruza tanto al partido Republicano como al Demócrata.

 El momento elegido no pudo ser más simbólico. El ataque con misiles a la base aérea Siria Trump lo comunicó a Xí Jinping  a los postres de la cena oficial de recepción al presidente chino. Esto fue seguido días después con el lanzamiento de “la madre de todas las bombas” en las montañas de Afganistán y de inmediato la escalada de amenazas contra Corea del Norte.

 Acciones que tensaron las relaciones mundiales involucrando a cuatro países. Con la primera, Estados Unidos ha dicho que el caso Siria no estaba cerrado (el presidente ruso Vladimir Putin contestó que Rusia no desea que el caos se extienda, no quiere la guerra y no tiene intención de iniciar ninguna, pero que tenían el “padre” de todas las bombas, cuatro veces superior a la “madre”). La segunda fue solo una demostración de poderío militar. Ambos ataques han sido muy limitados y sobre objetivos de segundo orden, pero fortalecieron la figura de Trump al interior de Estados Unidos y enviaron un mensaje a China de que está dispuesto a tomar medidas contra Corea del Norte si ésta realizaba su sexta prueba nuclear.

  Así las cosas China busca contener a Estados Unidos recurriendo a las presiones económicas (el 90 por ciento del comercio exterior norcoreano es con la República Popular) suspendiendo las compras de carbón (principal producto de exportación norcoreano) y amenaza intensificarlas no enviando petróleo. Al mismo tiempo le advierte a Estados Unidos que deben cesar las operaciones militares conjuntas con Corea del Sur.

 El porvenir del comercio internacional y las inversiones, el futuro de la economía mundial, las disputas geopolíticas, todo esto estuvo en la mesa de negociaciones de los presidentes chino y estadounidense, mientras que nuevos lanzamientos de misiles (fallados), el envío de la flota estadounidense y el despliegue del escudo protector en Corea del Sur,  aumentaron las tensiones. Todos los acuerdos que se supone alcanzaron Trump y Xi Jinping pueden saltar por el aire si los actuales relámpagos se convierten en partes de guerra reales y concretos. La lucha contra la guerra y por la paz está nuevamente a la orden del día.

* Integrante del colectivo EDI (Economistas de Izquierda).