Desde París

Salvo que la conciencia política guarde sus secretos en las profundidades, el liberalismo tiene su futuro garantizado. Sólo se  desconoce la proporción exacta de su victoria ante la briosa extrema derecha contra la que este domingo 7 de Mayo disputa la elección presidencial. Emmanuel Macron, el hombre que en 2016 entró en la historia sin pasado que lo sustente, y Marine Le Pen, la mujer que a partir de 2011 redobló el ímpetu de la ultraderecha francesa con un enfoque anti liberal y nacionalista, compiten por dos formas distintas de poder: el primero va por la presidencia de Francia, la segunda corre detrás de un resultado lo más alto posible para salvar su predominio dentro del partido que fundó su padre, Jean-Marie Le Pen. Son las únicas incógnitas de una elección que Emmanuel Macron ganó por anticipado desde que pasó la primera vuelta en la cima de la consulta. ¿Cuánto será esta vez ?. ¿ Más del 74% que Louis-Napoléon Bonaparte obtuvo en 1848, o mejor que el ex presidente Jacques Chirac en 2002 cuando derrotó a Jean-Marie Le Pen por 82,21% ?. Las encuestas previas predicen entre un 60% y 62%. Para los lepenistas, 40% sería ya “una enorme victoria”, según dijo Marion Maréchal-Le Pen, otra integrante de la familia que se lanzó a la política.  La presencia de ambos en el episodio final es una marca exitosa para estos dos dirigentes políticos que en un plazo muy corto dejaron en el camino a quienes llevaban décadas puliendo su carrera. En el curso de seis años, Marine Le Pen logró, por segunda vez en el siglo, conducir a la extrema derecha hasta la segunda vuelta de una elección presidencial. Macron, en apenas un año, construyó una narrativa y una credibilidad que lo llevaron, en su primer intento, a competir por el poder más deseado. Es un duelo entre dos anomalías a través del cual se reedita, con otros protagonistas, el duelo entre Brexit y anti Brexit, entre Trump y los demócratas, entre soldados de la globalización y pretorianos de las fronteras. Entre mundo y terruño se despliega toda la complejidad de una sociedad cuya elección, esta vez, sobrepasa el horizonte presidencial. 

Ese 60% anticipado a Macron es el resultado de un artificio que encerró a todos los demócratas y, dentro de ellos, sacudió a las izquierdas: se trata de optar entre un liberal que perpetuará el sistema y una candidata cuyo movimiento tiene un prontuario que figura en las páginas más tenebrosas de la historia de la humanidad. No hay en Francia un 60% de macronistas natos sino una mayoría contra la ultraderecha. Dentro de ella, desgarrada, se plasma un consistente electorado al cual la trampa “Liberalismo / Fascismo la fuerza a elegir a un candidato liberal que representa las políticas que explican en mucho el auge y el arraigo de la ultraderecha. Los afiches de campaña juegan el papel de definidores. Los de Marine Le Pen dicen “Elegir a Francia”, los Macron dicen “Francia en Marcha”. Los lepenistas pegaron debajo de las publicidades macronistas otro afiche donde se ve a Macron abrazando al presidente François Hollande con la frase “El Heredero”. Seguramente lo será puesto que Macron es la figura que sintetiza el “giro” (tournant) liberal del mandato de Hollande a partir de 2014. Hasta ese momento, era sólo un hombre de los entretelones, sin densidad política o partido, con un pasado de banquero con el cual se lo descalificada. Olfateó antes que la partidocracia tradicional el estado de la nación y salió a pelear por la presidencia entre marzo y abril de 2016. Fundó un movimiento casi metafórico, ¡En Marche ! y, ante los sarcasmos de la prensa y las ironías de los socialistas, construyó una narrativa distinta. Al principio dijo que no era ni de izquierda ni de derecha, más tarde que era de izquierda y de derecha. Macron fue un molino que concentró en su movimiento a los huérfanos de las transiciones gubernamentales entre la izquierda y la derecha. Las promesas electorales de unos y otros terminaban siempre en las mismas políticas. Nicolas Sarkozy llegó al poder en 2007 con la propuesta de “trabajar más para ganar más”. Todos trabajaron mucho y ganaron menos. Hollande conquistó la presidencia en 2012 con una frase que resultó determinante en su victoria: “mi enemigo es la finanza”. No fue su enemigo sino su territorio. Los mandatos de Sarkozy y Hollande acabaron con una misma sensación: la impostura. Macron prometió mil veces menos que Sarkozy y Hollande juntos y supo, desde el principio, encarnar a una nación positiva antes que un partido. Se alimentó de los desencantos, de las ruinas del Partido Socialista, de los conservadores herederos del gaullismo y de las querellas intestinas de ambos que ni siquiera las elecciones primarias de 2016 y 2017  lograron silenciar. La suerte lo ayudó después con el descrédito que azotó al candidato de la derecha, François Fillon, empantanado en el Penelope Gate que corrió el telón de su auténtica personalidad. 

Emmanuel Macron avanzó como una planta curativa mientras que Marine Le Pen crecía como una hierba enfermiza allí donde el liberalismo globalizado no repartía sus regalos. Su pueblo de votantes es una geografía de periferias. El geógrafo y ensayista Christophe Guilluy, en dos libros, Le Crépuscule de la France d’en haut (El Crepúsculo de la Francia de arriba, 2016) y La France périphérique : comment on a sacrifié les classes populaires (La Francia periférica, como se sacrificaron las clases populares, 2014) retrató de forma magistral la naturaleza del lepenismo. En el primer libro, Guilluy escribe que bajo las apariencia de “una sociedad multicultural y cool en las grandes metrópolis”, la globalización liberal construyó una suerte de organización de los territorios “que contribuye a relegar a los más pobres”. Según Christophe Guilluy, “en las metrópolis se concentra una nueva burguesía que capta los beneficios esenciales del modelo globalizado”. En el segundo libro, Guilluy ahonda en la fractura entre el país de las ciudades conectadas y las periferias y los pueblitos diezmados por la desindustrialización y mantenidos apenas por la actividad turística o los empleos estatales. Esa es la Francia del lepenismo, llena de miedos, apartada de las misas modernas, de las conexiones y de las modas. Es la Francia que soporta buena parte de los estragos globalizados y a la que, con la autodefinición de ser “la candidata del pueblo”, Marine Le Pen ha logrado convencer y representar mientras los otros partidos miraban hacia otro lado. La izquierda caviar y la derecha liberal han ido perdiendo esas geografías sociales donde la ultraderecha plantó sus más prometedoras semillas a partir de los años 80…anos en los que gobernaba un socialista, François Mitterrand, que también hizo su “giro” liberal.

Hay, en esta elección, un tercer resultado que será predominante: el porcentaje que sumen los votos en blancos y las abstenciones. Los electores de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, los del socialista Benoît Hamon y los del conservador François Fillon concentran el posible mayor porcentaje de ambas categorías. Los dos primeros retroceden ante un liberal y los segundos no encuentran consuelo ni el liberalismo globalizante de Macron, ni en los extremos de Le Pen. La narrativa de los medios y de muchos intelectuales de peso, entre ellos el economista Thomas Piketty, consiste en decir que el voto masivo a favor de Macron tendría dos efectos: uno, desarmar a la extrema derecha: dos, demostrarle al candidato liberal que él no dispone de esa reserva de votos sino que los aunó porque enfrente estaba el fascismo maquillado. Mucho se jugará entonces entre el 60% y el 40%. Para Marine Le Pen, 40% es su salvavidas. En 2002, su padre, Jean-Marie Le Pen, sumó 17,8% ante Jacques Chirac. 15 años más tarde, Marine Le Pen está en condiciones de multiplicar por dos ese resultado. Es un éxito considerable. 7,7 millones de votos en la primera vuelta (21,3%) de hace dos semanas y, ahora, la posibilidad de sumar otro 18, 19% más. No es un accidente ni un movimiento de humor pasajero sino un retrato duradero y profundo de la sociedad. Nicolas Lebourg, historiador y especialista de la extrema derecha, considera que la vida política de Marine Le Pen está atada a la variable de las urnas: “si va más allá del 40% podrá plantarse y decir: un esfuerzo más y la tengo”. De ese sócalo depende igualmente la próxima cita electoral, las elecciones legislativas de junio. Las presidenciales de este domingo consagrarán seguramente a un centrista liberal heredero de la izquierda caviar de los años 80 y 90, pero también serán una prueba en tiempo real del papel que jugará en el futuro la fuerza política más constante y contaminante de los últimos 30 años. La ultraderecha ensaya en las presidenciales su poder de destrucción. 

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