Cuando Giovanni Guidi era niño, en su Umbría natal, Gato Barbieri había dejado atrás su mejor época. El fin de siglo se acercaba impiadosamente y si bien seguía tocando y grabando discos en los que aún podía reconocerse su lirismo incandescente, su modo arrebatado de expresar la libertad sonora, las producciones un tanto adocenadas en las que participaba, así como los quebrantos personales (la muerte de su adorada Michelle, en primer lugar), lo habían vuelto una figura un tanto lejana y estrafalaria para las nuevas generaciones. Muchos reducían su historial al tema de Último tango en París o a la versión en saxo de “Europa”, de Santana. Su lugar en la escena del latin jazz no resultaba del todo claro, por más que Fernando Trueba decidiera incluirlo en el reparto de su documental Calle 54.

Sin embargo, en la casa de los Guidi, el argentino era una gloria del jazz invencible al paso del tiempo. Amigo de la familia –Mario, el padre de Giovanni, solía invitarlo a cenar para recordar los años de bohemia romana que ambos habían vivido a mediados de los ’60–, conocían las diferentes etapas de su vida musical, desde su partida de Buenos Aires en 1962 hasta su fascinante saga de fusión latinoamericana y la enorme proyección internacional de su música. En aquel hogar italiano, el Gato era el amigo ilustre, la encarnación misma del jazz más audaz de las décadas del 60 y 70. Acaso con esa imagen en la cabeza y dotado de un talento precoz para la música, el joven Giovanni abrazó el jazz. Con sólo 15 años de edad ya era un fenómeno del piano. Su talento fue detectado por Enrico Rava en el seminario de jazz de Siena, y Giovanni pasó de inmediato a formar parte del proyecto Sub 21 liderado por el trompetista. Bajo su influencia, Giovanni siguió escuchando hablar de aquel saxofonista argentino de sonido inconfundible que un día había llegado a Italia como un extraterrestre.

Ojos de Gato (Cam Jazz, 2021) es una bellísima sorpresa. Uno de los principales pianistas del jazz italiano contemporáneo rinde homenaje al músico argentino que, según no se cansan de contar Enrico Rava y Franco D´Andrea, les enseñó a los italianos quién era John Coltrane y la aventura de tocar “libre”, entrando y saliendo de la tonalidad como quién emprende un viaje al futuro y al pasado en un mismo vuelo. Se trata del décimo disco de un pianista admirador de Bill Evans, Keith Jarrett y Stefano Bollani –su sagrada trinidad en 88 teclas– que se atreve a ampliar el canon temático del jazz (su primer disco solista se tituló Tomorrow Never Knows, y cuando en 2018 se presentó en Usina del Arte de Buenos Aires, deleitó con un concierto de solo piano basado en temas de Brian Eno, Leo Ferré y Tom Waits, entre otros heterodoxos) y al que hasta ahora se conocía como un músico esencialmente pianístico.

Por supuesto, Guidi no deja de ser un pianista brillante, pero Ojos de Gato está pensado de un modo más grupal, si puede decirse así, remarcando los contrapuntos, los crescendos y la interacción entre el pianista y compositor y James Brandon Lewis (saxo tenor), Gianluca Petrella (trombón), Brandon López (contrabajo), Chad Taylor (batería) y Francesco Mela (percusión). Desde el primer track, el proteico “Revolución”, el centro de gravedad del estilo es el disco The Third World de 1969. Fue a partir de aquel álbum que Gato direccionó su música hacia las raíces rítmicas de Latinoamérica. Fue entonces que exploró –y no lo dejaría de hacer hasta 1974– una suerte de radicalización política del jazz (el disco Bolivia fue dedicado a Che Guevara), la alternativa tercermundista al dilema étnico planteado los músicos de free jazz norteamericanos.

Lewis es uno de los mejores saxofonistas del momento –metaboliza con creatividad las licencias armónicas del free– y sobre él cabe la enorme tarea de solear un saxo tenor en un disco homenaje a uno de los grandes saxofonistas de la era post-Coltrane. En cuanto a Petrella, su desempeño en el trombón es admirable; aquí su referencia “histórica” es Roswell Rudd, unos de los compañeros de Gato más importantes. El resto del grupo fue reclutado en la Nueva York alternativa, un ámbito siempre pródigo de sorpresas. En cierto modo, esta reunión de músicos italianos y norteamericanos metaforiza dos de los momentos más importantes en la trayectoria de Barbieri: el romano, con escapadas a Milán y París, y el neoyorquino, a partir de 1968.

Como tantos músicos europeos jóvenes, Giovanni sabe que la búsqueda (la construcción) de una identidad musical capaz de aplicar la improvisación a los tesoros rítmicos de otras tradiciones es un proceso arduo, que no garantiza por sí mismo resultados notables. En ese sentido, la aventura sonora de Gato resulta ejemplar, lo que, más allá de razones familiares, explica el hechizo que produjo en Guidi y sus magníficos acompañantes. Pero Ojos de Gato, cuya idea nació de conversaciones de Giovanni con su padre, no es el típico homenaje con covers o versiones más o menos personales (¡Qué error hubiera sido versionar “Último tango en París”!). En cambio, el disco está hecho de once temas originales de Guidi inspirados no sólo en el (los) estilo (s) de Gato sino también en su trayectoria. Por eso, “Roma 1962” es un jazz valseado muy a la usanza del jazz moderno de aquellos años, y “Café Montmartre” remite a la experiencia de Gato con el cornetista Don Cherry (momento clave para el argentino). Un mundo de relaciones personales y artísticas de Gato emerge de esta singular narrativa musical. En “Manhattan” se evoca el viaje de Gato a Nueva York, donde trabajó con Carla Bley y Charlie Haden, entre otros, y los temas últimos, “Laura” y “Ojos de Gato”, representan los años de recupero sentimental que Babieri vivió junto a su segunda esposa Laura y Cristian, el hijo de la pareja. El primero de esos temas es el más pianístico del álbum, con influencias impresionistas, mientras el del cierre se desarrolla sobre un groove latino, con Guidi en piano eléctrico.

Actualmente de gira europea con su nuevo material, Giovanni Guidi deslumbró unas semanas atrás al público de San Sebastián con su conmovedora evocación de Gato Barbieri. Gato supo tocar en San Sebastián en varias ocasiones –a menudo citado por el cine–, y en una de las más aclamadas estuvo a su lado Enrico Rava. Con creatividad, sin caer en la copia disfrazada de homenaje, ahora Guidi vuelve al lugar, vuelve a Gato, uniendo amorosamente los hilos sueltos de la historia del jazz italiano y la influencia que sobre su escena ejerció un rosarino suelto por el mundo.