Querido hijo            8 puntos

Weldi/Dear Son, Túnez/Bélgica/Francia/Qatar

Dirección y guion: Mohamed Ben Attia.

Duración: 104 minutos.

Intérpretes: Mohamed Drif, Mouna Mejri, Zakaria Ben Ayyed.

Estreno en Mubi como Dear Son, con subtítulos en castellano. 

Querido hijo narra una historia de disfuncionalidad familiar desde un punto de vista bastante más complejo del que su sencilla superficie aparenta. Como el título explicita, el protagonista es el padre. No la madre. Como por una cuestión atávica el espectador suele identificarse con el héroe (entendido en sentido mítico), se da por sentado que el lugar desde el cual el protagonista experimenta los hechos narrados es el único, justo y correcto. El realizador y guionista tunecino Mohamed Ben Attia, cuya previa La amante/Hedi (2016) se presentó entre otros festivales en Berlín y el Bafici, utiliza ese mecanismo de identificación para agrietarlo. Lo hace dejando asomar indicios de enfoques divergentes, que dan a pensar que el relato del padre no es el único posible, ni necesariamente el justo y correcto.

El matrimonio de clase media integrado por Reyadh (Mohamed Drif) y Nazli (Mouna Mejri) parece depositar la vida entera en manos de su hijo Sami, de 19 años (Zakaria Ben Ayed). Éste se halla preparando el examen de graduación, tras lo cual se supone comenzará una carrera universitaria. Algunos vómitos y jaquecas despiertan una alarma familiar que suena excesiva, y un examen médico descarta el factor orgánico. Samah (Imen Cherif), compañera de trabajo de Reyadh, advierte lo que no es tan difícil de ver: de lo que sufre Sami es de estrés, debido no sólo a la presión del examen sino a la ansiedad que sus padres le infunden. “Lo que necesita es echarse un buen polvo”, remata la muy pragmática Samah, y no parece estar tan errada. Que a su edad Sami sea virgen, y que tanto él como sus padres se comporten como si tuviera 12 años, habla tanto de sobreprotección como del resultado de ésta: Sami parece el núcleo ausente del círculo que lo tiene por centro. Un día, la ausencia se materializa: Sami desaparece de la casa. Ya está rumbo a Siria, destino inconfundible que por alguna razón ha elegido. Razón que escapa a la de sus padres.

La secuencia inicial, en la que la cámara sigue a Reyadh a través de los pasillos de su casa, desesperado ante una simple descompostura, con Nazli pidiendo ayuda desde el fuera de campo, señala con total precisión desde la puesta en escena quién es el protagonista del relato, qué clase de relación tiene con el hijo, de qué forma la cámara va a vincularse con él y qué roles asumirán la madre y Sami en ese relato. De allí en más todo pasa por el lazo (el término parece el adecuado) entre Riadh y Sami. Éste queda más a la vista que nunca cuando aquél lleva al hijo a un baile y lo espera en el auto hasta la hora que sea. Sami, incómodo en la fiesta, lo llama por teléfono para que lo “rescate” y le regala un pedazo de torta que cortó especialmente para él. Complejizando la relación, Ben Attia no se permite hacer del padre un dictadorzuelo de entrecasa, sino un ser animado de las mejores intenciones. Lo que nunca parece preguntarse Reyadh --ni tampoco Nazli-- es si esas intenciones son también las del hijo.

Si la madre aparece en un rol secundario es porque ése es el rol que el marido le asigna. Es Samah la que vuelve a ver lo que su compañero de trabajo no quiere ver: un otro, una otra con deseos propios. A partir de la fuga de Sami la cámara sigue al protagonista más literalmente que nunca (significativamente, los coproductores del film son los hermanos Dardenne). Se desorienta junto con él, en una magnífica escena en la que Reyadh pierde a Nazli en un supermercado y luego en un tortuoso viaje de rescate. A medida que avanza hacia la frontera, Reyadh parece dar un paso más hacia el extravío: el idioma extranjero, los lugares desconocidos, la noche, el desierto, un laberinto de ruinas, figuras que se ocultan y aparecen en él. Sin brújula, Reyadh queda atrapado, inmovilizado por multitudes que lo arrastran: una manifestación política en Túnez, un baile colectivo en un bar. Esas multitudes dibujan círculos a su alrededor: ahora el núcleo ausente es él.