"Fotografiando perseguimos quimeras. Hasta algunas veces hemos creído ingenuamente que podríamos cambiar el mundo o por lo menos influir en él. Vano intento. Normalmente, los seres sensibles que aprecian las obras de expresión no son los mismos que rigen el mundo, salvo honrosísimas excepciones"La reflexión pertenece a Alicia D’Amico (1933-2001), una mujer que andaba en la búsqueda de la luz. Fotógrafa, una de las más importantes de la Argentina durante la segunda mitad del siglo veinte.

Tímida pero decidida, en 1973 fundó La Azotea, con Sara Facio y María Cristina Orive, que fue la primera editorial de libros de fotos de América del sur. En 1982 creó con otras mujeres una de las primeras organizaciones feministas del país: Lugar de Mujer, donde no sólo atendían víctimas de la violencia machista, sino que se reflexionaba y producía material personal y en grupo, para volver a pensar los roles cristalizados de género.

D’Amico se formó en Buenos Aires en el emblemático Foto Club, uno de los pocos espacios de enseñanza de la disciplina, con estereotipos en forma y contenido que ella cuestionó desde temprano. Luego aprendió con la legendaria Annemarie Heinrich y viajó a París, donde vivió un tiempo con su compañera de entonces, Sara Facio, becada por el gobierno francés.

Alicia fue amiga de la cineasta María Luisa Bemberg y, luego de romper con Facio, formó pareja con la psicóloga Liliana Mizrahi; juntas organizaron talleres sobre el deseo, la mujer nueva y la mujer verdad. Disuelta su sociedad con Facio, su perfil de militante apareció con mayor nitidez. Publicó sus imágenes en diversos medios periodísticos, algunos especializados y otros no, entre ellos la revista feminista Alfonsina, que dirigió María Moreno en la década del ochenta. D’Amico representó la transición entre las fotógrafas pioneras de estudio y las reporteras gráficas que ponen el cuerpo en la calle para capturar lo que ocurre en los distintos territorios.

D’Amico nació el 6 de octubre de 1933, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y cofundó el Consejo Argentino de Fotografía y el Consejo Latinoamericano de Fotografía. Leyó personalmente sus ponencias en Francia, Italia, Suiza y México y fue reconocida como Artista de la Federación International de L'Art Photographique de Suiza, en 1965, y distinguida con el Primer Premio en el Concurso de Países Escandinavos, organizado en Dinamarca en 1969 y con el Premio Alicia Moreau de Justo en 1985, entre otras distinciones. En 1982, compartió con Facio el Premio Konex.

Sara Facio por Alicia D’Amico


Su obra fue censurada

“Perfora la superficie de la imagen con la sugestión de una profundidad psicológica”, dicen Francisco Medail y Juan Cruz Pedroni, en un artículo incluido en la reedición del emblemático Podría ser yo, libro sobre los sectores populares, cuya autoría compartió con los sociólogos Elizabeth Jelín y Pablo Vila.

Justamente sus libros y muestras antológicas fueron columnas vertebrales en la historia de la fotografía contemporánea. Contrastes tonales, ritmos en las líneas y el uso de planos geométricos se justifican como recursos puestos a disposición “de un sentido y de una poética: la soledad, el recuerdo y los sueños”, destacan Medail y Pedroni. El blanco y negro en formato de 35 mm fue una de sus improntas como autora.

Veinte años antes, Alicia realiza con Facio un Ensayo sobre la locura, que hicieron en el Borda durante la dictadura y publican como “Humanario” con textos de Julio Cortázar. Se trata de una indagación de la reclusión psiquiátrica con una perspectiva política que se evidencia en la censura que padeció la obra. Con una desesperada visión de mujeres, hombres y niños hacinados en espacios desolados y anónimos, lejos de construir una estética de la miseria, la fotógrafa realiza un acuerdo de afectividad con los fotografiados y con sus espectadores.

Alejandra López, una de las más reconocidas fotógrafas contemporáneas de escritores, pondera el trabajo de Alicia como divulgadora. “Puedo decir que la fundación La Azotea, junto a Sara (Facio), ha sido un hito inigualable en la historia de la fotografía argentina y latinoamericana. Mi generación creció sin internet y se formó a los ponchazos: tratábamos de conseguir libros de cualquier lado, como traficantes. Era usual tratar de comprar cuando alguien viajaba, prestarse libros o juntarnos a mirarlos como algo precioso y de difícil acceso. La Azotea es un antes y un después”.

López también destaca “los talleres feministas de Lugar de Mujer, un espacio de acción y reflexión sobre el género”. Fue el corrimiento que Alicia realiza desde lo individual hacia lo comunitario y es allí donde emergen sus trabajos con el pueblo mapuche, las Madres de Plaza de Mayo y los desnudos lésbicos, donde los y las sujetas fotografiados son protagonistas de la imagen, la interpelan y deciden sobre ella.

“Conocí a Alicia personalmente –ya conocía su obra fotográfica desde antes—hacia 1982 y 1983, cuando nos cruzamos en encuentros informales de mujeres preocupadas por trabajar en pos de revertir desigualdades y de la ampliación de derechos, en un cruce con el movimiento de derechos humanos y el protagonismo de las mujeres en él”, cuenta la socióloga Elizabeth Jelin. Eran los años en que se vislumbraba una transición post-dictatorial “y era importante poner nuestros reclamos en la agenda pública. Por eso, unas veinte mujeres decidimos juntarnos y organizarnos. En 1983 comenzó a funcionar Lugar de Mujer, donde tanto Alicia como yo fuimos parte del grupo inicial”.

Alejandra Pizarnik


Morochas, viejas, gordas: belleza no hegemónica

En ese espacio se organizaron talleres de fotos y se reflexionaba sobre la imagen propia de cada una, los cánones de belleza dominantes y las distintas maneras de ser mujer. “Alicia trabajaba mucho, especialmente en una crítica de los criterios de belleza, y parte de su esfuerzo estaba en mostrar las múltiples expresiones de las mujeres en la diversidad –viejas y jóvenes, gordas y flacas, rubias y morochas, blancas y no tan blancas, etc.”, amplía Jelin.

Eran los años en que el naciente feminismo se hacía visible después de la imposibilidad de expresión durante el gobierno de facto. Hasta entonces, las demandas feministas estaban vedadas en la esfera pública. En ese nuevo contexto, Alicia se hace presente con fotos que registran la salida a la calle del 8 de marzo de 1984, frente al Congreso. Sus imágenes dan cuenta “muy bien de la integridad de su persona –fotógrafa, militante, ciudadana. Ella andaba por los encuentros y marchas con su cámara, siempre lista para registrar, documentar y transmitir la potencia de la lucha de las mujeres”.

D´Amico registró la puesta del cuerpo en las calles de las mujeres y lesbianas que salieron a pelear por sus derechos cuando volvió la democracia en nuestro país

Jelin recuerda además su actuación en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres, de 1986. “Ella estaba parada en un pasillo frente a una ventana, preguntando a las mujeres que pasaban si les podía tomar una fotografía-retrato. Todas con el mismo encuadre, con la misma luz natural que entraba por la ventana. Hizo una verdadera galería de la diversidad y la multiplicidad de formas de ser mujer”.

“Alicia, Pablo Vila y yo hicimos juntxs el proyecto de investigación para el libro Podría ser yo. Los sectores populares urbanos en imagen y palabra. Fue un trabajo de exploración de barrios populares, con una metodología basada en el cruce y la colaboración de la eximia fotógrafa/observadora/ciudadana comprometida con lxs investigadorxs sociales, también observadorxs comprometidxs con la transformación social hacia una sociedad más justa”, recuerda Jelin.
El libro fue publicado en 1987, y en 2018 volvió a salir, como reedición facsimilar con un volumen adicional nuevo, en el que se incluyen reflexiones y análisis del derrotero del libro (y de la obra de Alicia) en estos treinta años (Buenos Aires: IDES – Asunción casa editora, 2018).

D’Amico trabajaba y vivía con firmeza, “en los proyectos e intercambios en Lugar de Mujer, los largos meses de trabajo conjunto para el libro, los diversos encuentros después. Coincidimos mucho en nuestras visiones y en nuestra manera de encarar las tareas que teníamos delante”.

A menudo la crítica intenta separar las distintas facetas de D’Amico, y separa obra de arte de vida militante y del papel de fotógrafa que documenta procesos sociales y políticos. “Me opongo a estas divisiones”, aclara Jelin. “Un gran aporte del feminismo es superar las divisiones y grietas con sus binarismos clasificatorios, y proponer perspectivas situadas, con todas las ambigüedades y tensiones que ello implica. Aún nos debemos un análisis de qué fue el feminismo de los ochenta, en Argentina y en Buenos Aires especialmente. La conjunción de las mujeres en el movimiento de derechos humanos y en el naciente feminismo fue la marca de época. Lugar de Mujer fue uno de los espacios en que esto se plasmó, junto a otros, varios”.

El sociólogo Pablo Vila cuenta que conoció a Alicia a través de Jelin, investigadora del Conicet con estudios superiores en la Universidad de Texas, Austin, Estados Unidos. “Hicimos Podría ser yo, combinando textos e imágenes de sectores populares que vivían en las villas obreras del conurbano del sur bonaerense. La idea novedosa de Alicia fue retratar gente de esas poblaciones y mostrarles las imágenes para que opinaran con libertad. Creo que fue la primera vez que el lado oscuro de la pobreza se expresaba con sus propias palabras. Recuerdo a Alicia, de unos ojos celestes preciosos, ir con su cámara analógica Leica, acercarse a cada uno, medir la luz, luego buscar la distancia adecuada y lograr unas fotos buenísimas”, dice Vila desde Filadelfia, Estados Unidos, donde vive y enseña. “Pensábamos que era transformador usar el diálogo, para que el otro no sea objeto sino sujeto, incluir la bronca, la crítica, para no caer en un infantilismo intelectual, una plusvalía que sólo vale para el campo académico”.


Hizo arte con el feminismo, el lesbianismo, con una mirada sobre la pobreza

Visto en retrospectiva, para Vila “es increíble que Alicia haya hecho arte con situaciones de pobreza, lesbianismo, feminismo. En los 80, Alicia y Shevy fueron pioneras invitando a la participación horizontal”.

La reportera gráfica Gala Abramovich asegura que “cuando se habla de la historia del fotoperiodismo, las mujeres y las disidencias sexo genéricas no aparecen ni son contadas, como si no hubiesen sido parte”. D’Amico “no sólo aportó los retratos de los grandes escritores, sino que también exploró a través de sus fotografías su identidad lésbica. Con la serie Desnudos puso en juego el deseo y el erotismo lésbico. De estas imágenes poco se cuenta, no se visibilizan. Como lesbiana fotoperiodista creo que conocer estas experiencias son esenciales para armar nuestra genealogía. Cuesta mucho en la región y en todo el mundo encontrar fotógrafas que trabajen el lesbianismo en sus fotografías”.

“En alguna circunstancia, Alicia se vio eclipsada por la figura de Sara Facio y debió sufrir mucho por el quiebre de esa relación, pero lo que hicieron juntas fue muy potente, opina la doctora en Ciencias Sociales e investigadora de imágenes, Cora Gamarnik. “Es muy importante cuando abre sus puertas Lugar de Mujer, como una organización feminista donde se trabajaron luchas específicas como el aborto, en un momento en que ni siquiera había una ley de divorcio en la Argentina”.

Para Gamarnik, esa nueva etapa de Alicia empieza a reflejar con absoluta claridad “la noción de cuerpo, sexualidad, vínculos, identidad, conceptos ya presentes en su obra. Le daba placer compartir proyectos con otras mujeres, pensar en conjunto si existía una mirada femenina en la fotografía, capaz de crear una nueva estética, redefiniendo los modelos tradicionales de belleza, mirando sin juzgar. En sus fotos no sólo vemos lo que miró sino cómo miró. Sin prejuicios, avanzada para su tiempo, atravesada por su propia historia y erotizada. Sus Desnudos son una manifestación fuerte de activismo feminista. En la foto ‘La conversación’, de 1990, está la expresión de esa búsqueda, la intimidad de dos mujeres que descansan desnudas y juntas, en una cama, frente a una ventana. No hay cortinas, nada oculta lo que pasa. Se habla de sexo sin metáforas. Había que ser valiente para mostrar el amor lésbico”.

La conversación (1990)

A Gamarnik la foto que más la impacta es la de Renée Epelbaum, Madre de Plaza de Mayo, con tres hijos desaparecidos, Lila, Luis y Claudio. La tomó en el 98, muy poco antes de su propia muerte, y se ve a Renée sentada a la cabecera de una mesa vacía, en la penumbra del comedor de su casa. La sensación es de espera, desde una mirada de profundo afecto y solidaridad” con alguien que pasó por un dolor inenarrable.