Mama                         7 Puntos

Ma ma he qui Tian de shi Jian; China/Francia, 2020

Dirección y guion: Li Dongmei.

Duración: 133 minutos.

Intérpretes: Cheng Shuqiong, Wang Xiaoping , Ge Wendan, Xia Guoli, Gong Yanxin.

Estreno en Mubi.

Los siete días del título original en mandarín desaparecen en la versión internacional, pero lo que resta es más importante. La figura de la madre es la piedra basal de la ópera prima de la realizadora china Li Dongmei, estrenada el año pasado en la sección Giornate degli Autori del Festival de Venecia. A tal punto que la dedicatoria del final está destinada precisamente a la madre de la directora, fallecida en los años 90 al dar a luz a su cuarta hija. Li nació y vivió durante la infancia y adolescencia en un minúsculo y alejado paraje rural de la provincia de Chongqing, y Mama se ofrece como una reconstrucción ficcional de hechos autobiográficos. Los ritmos de la película se entroncan en lo que muchos siguen denominando slow cinema (cine lento), en el cual las acciones y diálogos parecen menos relevantes que la posibilidad de la contemplación de ciertos espacios y los modos de sus habitantes. Sin embargo, a pesar de las apariencias y de la ausencia casi total de diálogos que empujen la trama, aquí ocurren muchas cosas, varias de ellas de una importancia radical para los protagonistas.

Las tres hermanas (la mayor debe andar por los doce años) viven una parte del día en una vieja casa de campo con sus abuelos maternos; la otra la pasan en el pueblo más cercano, al cual acceden luego de caminar más de una hora. A veces un poco más rápido, cuando alguien se ofrece a llevarlas en su vehículo. La madre de las niñas transita el mismo recorrido diario, a pesar de un avanzado embarazo. El padre es una figura ausente y sólo cerca del final se revela que el trabajo en otra ciudad lo mantiene alejado del clan. Apenas un ejemplo de cómo Mama evita explicaciones innecesarias, en un film que requiere cierto grado de paciencia y que, por esa razón, no es apto para espectadores intranquilos. A lo largo de siete capítulos que transcurren en días consecutivos, Li establece una serie de ritmos cotidianos –las escenas durante el almuerzo o la cena se repiten, como así también las caminatas por la angosta ruta que une el campo con el pueblo– estableciendo un patrón de repeticiones con pequeñas diferencias que será eventualmente quebrado por la aparición de lo excepcional.

Por momentos, la realizadora trabaja bajo los designios del tableau vivant reinventado, ya sea en imágenes que describen el esfuerzo de la abuela por levantar un pesado fardo de verduras o los juegos de un grupo de estudiantes durante el recreo. Los encuadres de Li son siempre atractivos y ofrecen un vistazo a un estilo de vida que, más allá de transcurrir en algún momento de los años 90, por momentos parece tan milenario como eterno. Pero las visitas al pueblo, con sus locales de ropas coloridas, y un breve vistazo a una gran ciudad, con sus edificios de altura y autopistas que anuncian la presencia de una China moderna en proceso de construcción, confirman que la historia sólo puede tener lugar en tiempos recientes. La perseverancia del espectador se ve recompensada durante la segunda mitad de Mama, cuando un evento inesperado convoca los sentimientos más potentes.

No hay contraste con lo presentado previamente. Tampoco un cambio de ritmo, pero el registro de los diversos rituales humanos que ocupan la última hora de metraje explotan en la pantalla, como los petardos que no dejan de hacer estruendo en la banda de sonido, trayendo consigo la fuerza de las emociones más viscerales. Li Dongmei construye una película rigurosa en sus mecanismos narrativos y estéticos, de los cuales nunca se aparta, demostrando una gran madurez formal. Sin echar mano a ninguno de los trucos usuales del drama cinematográfico, Mama se impone como un homenaje semiautobiográfico a los vínculos familiares, un relato sobre los afectos y el dolor ante la pérdida con el telón de fondo de un ámbito rústico que, más allá de estar al borde de la extinción, se aferra con fuerza a su existencia.