Son dos creadores atípicos de la danza contemporánea local. En las obras de Fabián Gandini, el movimiento es un elemento más de la escena, y hasta puede reducirse a dosis mínimas y muy cuidadas, junto a una fuerte inclinación por la experimentación, el cuestionamiento y el uso de objeto. Florencia Vecino, por su parte, corta el aliento. Es difícil sacarle los ojos de encima por la precisión y la expresividad de su cuerpo longilíneo. Coequiper de Luis Garay, protagonizó varias de sus últimas piezas. “Los trabajos con Luis tienen algo de ritual, de sacrificio. Lo placentero pasa por un lugar muy sutil en relación al esfuerzo, la resistencia y la concentración”, confiesa. Gandini y Vecino se conocieron cuando ella reemplazó a una de las intérpretes de Kevental, trabajo dirigido por el coreógrafo rosarino que se presentó en Estados Unidos. Allí trabajaron juntos por primera vez y las afinidades eran muchas: los dos se corren de los cánones de la danza, se hacen preguntas, leen filosofía, se fascinan con el cine.

Hace poco más de un año se lanzaron a crear un espectáculo, Por qué nos gustan tanto las luces (miércoles y jueves a las 21 en el Cultural San Martín, hasta el 18 de mayo inclusive). Es una experiencia visual, sonora y plástica que demanda del espectador una predisposición a la tranquilidad, a la pausa, a descubrir percepciones y detalles, en las antípodas del aceleramiento y la sobreestimulación reinante. Quien vaya con ganas de ver cuerpos bailando durante una hora saldrá frustrado. Aquí son otros tipos de danza y de movimiento los que se despliegan. Dos técnicos (Nicolás Della Valentina, Sofía Grenada) manipulan un sonido que arranca muy lejano. En escena hay tan sólo una gran pantalla, que permanece apagada durante minutos, como si la obra no arrancara, hasta que de a poco se proyectan imágenes creadas por ellos, acompañadas por diálogos susurrantes en francés, alemán e italiano. Casi invisibles por un buen rato, Gandini y Vecino manipulan reflectores y cámaras que capturan a sus compañeros. Las sombras de sus cuerpos se reflejan en la pantalla, que se convierte en otra protagonista de la obra. Y de las imágenes de exteriores proyectadas al detalle de ciertas partes del rostro de Gandini sobre la pantalla, o a los brazos de Vecino. Una intimidad en primer plano que se amplifica cuando bailan. Lo hacen solos, al costado o delante de la pantalla y son hipnóticos. El, al ritmo de “Tres agujas”, de Fito Páez, y ella con “Foreign Affair”, de Mike Oldfield. Se mueven con una sutileza extrema, como si esos mínimos movimientos nacieran de pequeñas articulaciones y gestos que se van acoplando en sincronía con el sonido, en un modo minucioso y casi obsesivo de interpretar esos hits.

–¿Cómo surgió el espectáculo?

Florencia Vecino: –Tenía ganas de trabajar con video y también quería volver al cuerpo desde algo más placentero, más musical, al placer del cuerpo cuando baila y no se hace tantas preguntas.

Fabián Gandini: –Empezamos a buscar esas canciones que nos gustan por distintos motivos y nos pusimos a bailar. En un momento, el recurso se agotó, y como trabajamos con canciones que nos gustaría bailar a solas en nuestras casas y de determinada manera, apareció la idea de lo íntimo. Finalmente llegamos a la idea de la pantalla que divide el espacio, lo que se ve y lo que se oculta.

–El comienzo es desconcertante, pareciera que la obra nunca arranca... 

F. G.: –Es como invitar a los espectadores a que entren en esa sensación, al sonido bajo que llega de lejos, a la pantalla negra y la sola presencia de dos técnicos en escena. Las imágenes van surgiendo de a poco, invitando al público a que entre suavemente. Es un comienzo que desestabiliza al espectador: tarda en arrancar y arranca raro. Le exige una disponibilidad especial.

Nicolás Della Valentina: –Se cruzan la danza de las imágenes proyectadas y el movimiento de los cuerpos de los intérpretes. Estamos acostumbrados a que en los primeros diez minutos de una película o una obra el espectador ya sepa de qué va la cosa. Acá eso no pasa.

F.G.: –Sabemos que el público no le va a dar un like rápido, como en las redes. Lleva un tiempo procesar lo que viste, digerirlo. No estamos muy acostumbrados a releer un libro o volver a ver una obra.

–La pantalla llega a ordenar las acciones, indicando a los intérpretes lo que tienen que hacer.

F. V.: –Se va generando una competencia entre lo que se proyecta en la pantalla y los cuerpos en escena. La pantalla podría ser la de los celulares o de las computadoras, que nos capturan todo el tiempo. La danza se pregunta siempre por el cuerpo y el hilo que le tiramos al espectador es la pregunta por el espacio que nos queda para el placer. Estamos tan hostigados, los cuerpos están tan manejados, que queríamos volver a la pregunta “¿qué es lo que nos genera placer?”. La danza y la música son lenguajes que pueden dar algunas respuestas. Nos permiten adueñarnos de nuestros cuerpos, reafirmarlos, poner un freno y no perdernos del todo. ¿Por qué me ordenan el placer si la que estoy sintiendo soy yo? ¿Por qué nos van a decir con qué tenemos que gozar, qué música tiene que gustarnos? El cuerpo es naturaleza y cultura a la vez, y las canciones son productos culturales. Al elegirlas, al bailarlas, nos adueñamos y las resignificamos.