A punto de irse, mientras aguarda que César la pase a buscar para dejar la casa de los xadres, la protagonista habla desde un presente que la constituye como autora. Ese mundo doméstico entre la higuera, la madre que vive pertrechada con su delantal y la hermana que no parece decidida a la aventura que en la protagonista se encarna como una firmeza salvaje, devienen en un territorio escuálido al que ya no va a pertenecer. Pero cada escena de New York. Mundo animal no se ahorra el instante de epopeya donde ese propósito está a punto de malograrse. Allí la tensión es jugada por la actriz como si todo implicara un vaivén extremo, una pirueta que Yanina Gruden sostiene en el aire para convertirla en una situación tan dolorosa como risueña.

El viaje no termina nunca. No solo porque esta chica, todavía adolescente, pasa de las horas tristes en un barrio porteño a convertirse en una conductora de taxi en Nueva York, casi sin asimilar el por qué de semejante cambio de paisaje, sino porque el monólogo como una estructura interna que se despliega, está centrado en una criatura que habita en la protagonista, suerte de doble, potencia encendida que solo ella reconoce y que César, ese hombre al que tal vez ama, no puede ver. 

El texto de Gilda Bona captura esa intranquilidad que suele atraparnos cuando nos damos cuenta que todo lo que está en nostras, lo que podríamos ser, lo que intuimos pero todavía no llegó a manifestarse, como si creciera con una destreza insegura adentro nuestro, intenta ser aplastado por el afuera. Cuando la imagen que el otro nos devuelve suele ser una forma diminuta de lo que somos, cuando alguien quiere domar ese animal feroz y todavía estamos buscando las estrategias para que esa bestia luminosa salga, tome cuerpo y ya nadie dude de nosotras.

"La obra es feminista"

"Si bien la obra es feminista (siento que yo era feminista sin saberlo)" dice la autora a Las12, "también está inmersa en un viaje de autodescubrimiento. Ese era mi viaje. Y creo que es el de la Muchacha también. No importa dónde esté: si en casa, junto a la higuera o en Manhattan manejando un taxi: en ambos extremos se siente prisionera. Hasta que no corte amarras con todo aquello y aquél que no le permita ser ella misma, se sentirá profundamente sola y perdida" dice.

La dramaturgia de New York. Mundo animal encuentra en Yanina Gruden a la actriz ideal. A la sensibilidad que necesita esta trama de pasaje, de desilusión, de un cuerpo que se ensancha por la comida chatarra que deglute (pero también por la voracidad que es como un ataque o un armamento, un batallón de animales que alimenta) no le alcanza con la identificación. Gruden es una actriz que no cae en el drama. Prefiere tomarlo y zarandearlo hasta descubrir todos sus escondites. Entonces si una escena podría estar al límite del tramo nostalgioso, de la desilusión tanguera de la chica que huye de la casa de los xadres para terminar en una vida donde el yugo del trabajo demuele cualquier ambición de felicidad, Gruden saca a la historia de la anécdota y la convierte en un procedimiento narrativo. 

Más que las situaciones importará aquí lo que el personaje y la actriz hacen con los hechos. Gruden logra instalar la acción en una zona donde la desarma para empezar a pensarla como autora. Y ella, que al mismo tiempo está en escena con Tu amor será refugio, reflexiona sobre estos personajes que le tocó interpretar en simultáneo: "Son hijas que cuestionan a la madre. En New York... ella busca su libertad y quiere cumplir su deseo, cree que se va a encontrar con ella misma estando allá. No se siente valorada por su familia, siempre dice "mi hermana es la inteligente y yo soy la negra buena". Y después allá le pasa que extraña porque se siente muy sola. Cuando se va sigue siendo un poco hija y cuando decide irse dice "no sé adonde me llevará el vuelo de mi criatura". Porque es como si en algún punto dejara de ser hija. La madre la adora pero le esconde la valija: es un amor un poco cocodrilo".

La puesta de Gilda Bona se traza en el cuerpo de la actriz. Esto permite salir de la literalidad, hacer del territorio, de los hechos mismos, una experiencia que no se cifra en un realismo mimético. Aquí, como en una novela, importa la primera persona que narra, ese punto de vista que le ha ganado a la opinión de los demás. Si los hechos impactan y determinan la acción solo los conoceremos por la palabra de la protagonista. De algún modo la chica supo masticar y engullir cada situación (igual que la observamos comerse esas donnas casi como un acto de rebeldía hacia César que le pregunta a dónde ha ido a parar esa cinturita que tanto le gustaba) para transformarla en materia de un relato, tal vez una escritura. 

El cuerpo en el centro

El entrenamiento físico guiado por Cele Campos habla de esa batalla. Lo urgente es descubrir lo que esta criatura, a la que Gruden le da siempre una vitalidad, una mirada que no cede frente al dolor sino que atraviesa los hechos como si desafiara la incerteza de sus desventuras, hace con ese mundo externo al que puede llegar a dominar gracias a la palabra. Si por momentos parece que un impulso la lleva de un lado al otro del escenario, que la empuja y la sacude cómo si fuera un ser moldeado por ese viento, también hay una tenacidad en la determinación con que la actriz se dirige al público. Las imágenes de cada situación surgen de su parlamento, de su capacidad para llevarnos a esos lugares siempre desprovistos de la excepcionalidad que ella busca, rincones donde se ha instalado la mansedumbre de esas vidas que ya no escuchan a su animal interno, brutal, siempre iracundo. Está claro que la protagonista no quiere ser como ninguno de los personajes que la rodea.

"Pienso también en Paula de Tu amor será refugio" dice Gruden. "En vez de irse, ella vuelve a la casa de la madre a buscar respuestas porque vivió un momento muy desesperante cuando era chica. Y ella siente que, a pesar de ser madre, no puede dejar de ser hija. Y esto de la "hijidad" se le presenta mucho en los sueños. No dejan de ser hijas que se preguntan por sus madres y padres. Y lo interesante es que ella vuelve a buscar respuestas y no las consigue. "No te puedo decir porque no sé cómo vivir", le dice la madre a Paula y algo de eso también hay en New York: un paso a la orfandad. Eso sucede en las dos obras". 

Vemos la higuera, las calles de Nueva York, el departamento en el que vive con César y no necesitamos que ningún objeto en la escena de cuenta de la exactitud de cada espacio. La escenografía se define entre la utilería de Alejandro Richichi, la iluminación de Luciana Giacobbe y la animación de Thais Montero para abrir a la imaginación a un escenario casi vacío donde la música de Rolando Vismara acompaña este ejercicio de percibir lo que no está. El valor de presente que cobra la acción discute con el recuerdo devenido en sistema narrativo.

Si el cuerpo va hacia las situaciones con un estilo propio de una teatralidad que no quiere quedar reducida a lo que ocurre, la actriz le impone un universo a ese parlamento donde todos los personajes son seres que dependen de su comprensión, de su manera de contar. Si bien New York Mundo animal es un relato interno, hay en la dramaturgia y en la dirección de Bona una contienda entre lo que sucede, entre la fidelidad a las acciones y lo que la muchacha de la historia descubre, percibe, interpreta y confronta. Su territorio más intimo le gana a la bravura de esa vida que no la conforma y es justamente en ese pasaje entre lo que siente, entre su deseo, las acciones que inventa y cree posibles y la resignación que siempre parecen proponerle ,lo que construye el verdadero conflicto . Para que la oposición entre ese mundo animal que todos quieren domesticar y la realidad tenga cierta hidalguía, era imprescindible una actuación como la de Gruden. Lúcida y arrebataba.

"Me fue muy simple escribir. Esta historia es como esos materiales que a una la rondan, a veces ni siquiera te das cuenta que están ahí, y de repente irrumpen y después te das cuenta que te llevó mucho tiempo procesar toda esa información. Esta historia es muy autobiográfica, mucha de las cosas que están ahí me pasaron en la década del 80 cuando viví mi experiencia y manejé un taxi allá. La agresión de los colegas taxistas fue enorme: mirarte con desdén, por el hecho de ser mujer o no subirse al auto, por parte de los pasajeros. Si bien la obra es feminista porque esos temas de los que habla están vigentes aún, pese a todos los avances, es más bien una obra que habla de la necesidad de un ser humano de encontrar su vía de expresión de todo lo que le anda por dentro y embiste contra los muros, los hombres, los padres, las madres, las instituciones (familia, matrimonio, etc) que intentan (a sabiendas o no) detenerla".

New York. Mundo animal se presenta los sábados a las 21: 30 en el Teatro del Pueblo.