Hace un par de años, intentando transmitir la campaña presidencial de Jair Messias Bolsonaro frente a Lula sin todavía prever que podía ganar las elecciones, un artículo de Página 12 trataba de explicar su repentina popularidad sobre la base de su pasión futbolera. Si se lo consideraba como un exmilitar de derecha, racista y homófobo, era un fanático del Palmeiras, pero capaz de lucir los colores de su archirrival el Flamengo y de cualquier otro equipo si le permitía ganar electores. Un caso que no debería minimizarse.

Pero sorprende que entre las muchas explicaciones de su ascensión al poder el pasado no estuviera tan presente en el análisis. Mi primer camino para introducirme en la historia brasileña fue una novela de Jorge Amado, el famoso escritor de Doña Flor y sus dos maridos. En un trabajo anterior, Los subterráneos de la libertad, hoy casi olvidado, Amado describía el Brasil priorizando la lucha de ideas y de clases imperante en los primeros gobiernos del presidente Vargas. Éste, un gran hacendado del sur, de ideas nacionalistas e industrialistas, que fueron comparadas con las del peronismo, se puso al frente de la revolución de 1930 iniciada por el movimiento de los “tenientes” y fue nombrado presidente constitucional en 1934. Brasil ya no será la oligarquía del “café con leche” (San Pablo-Minas Geraes) y si bien el complejo siderúrgico de Volta Redonda se hizo con financiamiento estadounidense, la construcción estuvo en manos de empresas brasileñas. Los sectores proalemanes y que protagonizaban con Washington la economía del país, cedieron ante el pragmatismo del presidente.

De allí en más, las élites brasileñas ejercitarían un nacionalismo empírico caracterizado por el logro de objetivos tangibles. Petrobras, Embraer y el Bnades constituyeron el símbolo de esa política. La aspiración a desempeñar un creciente rol autónomo en el escenario mundial modeló la relación de Brasil con Estados Unidos. Esos cambios fueron inicialmente el producto, sobre todo, del movimiento “tenientista”, de oficiales jóvenes de origen nacionalista que en los años 20 comandó el capitán Luiz Carlos Prestes, quien organizó como forma de protesta frente a los gobiernos oligárquicos una columna de soldados y campesinos, atravesando gran parte del país. Pero esto terminó en noviembre de 1935 en una revuelta comandada por Prestes para deponer a Vargas, la que fue frustrada rápidamente por el gobierno, lo que lo llevo a la cárcel y al ocaso de su ascendencia política.

En ese rompecabezas geopolítico que fue la Segunda Guerra Mundial, apareció también un personaje que ahora sale nuevamente a la superficie como importante antecedente de Jair Bolsonaro, la nueva expresión de una derecha emparentada con el fascismo. Se trata de Plinio Salgado, quien utilizó, con cierta repercusión, la ideología que hoy plasma el actual presidente brasileño. En octubre de 1932, luego de la revolución constitucionalista que llevó en 1930 a Getulio al poder, Salgado, intelectual y político de formación militar, en este sentido parecida a la de Bolsonaro, crea la Acción Integralista Brasileira (AIB). Su bandera, una doctrina para combatir el capitalismo financiero y pretender establecer el control del Estado en la economía; su lema, “Dios, Patria y Familia”. Pero su proyecto principal era el de establecer un Estado Integral, opuesto al sistema democrático, constituido por el jefe de Estado y abarcando en su interior organismos representativos de profesiones y entidades, al estilo del fascismo de entonces. Sus enemigos eran el liberalismo político, el socialismo y el capital financiero en manos de los judíos. Dos hechos principales marcaron su presencia política: su apoyo al gobierno de Vargas, que después no fue tal, y varios enfrentamientos, incluso armados con la Alianza Nacional Libertadora (ANL) de Prestes. El Congreso aprobó una ley de seguridad nacional destinada a resguardar el orden, con fuertes medias represivas.

En 1937, Vargas, antes de las nuevas elecciones que se iban a desarrollar un año más tarde, crea el Estado Novo que dura hasta su caída en 1945. El nuevo régimen le da amplios poderes no sólo frente a los comunistas sino también ante la corrupta y desgastada derecha oligárquica y las fuerzas profascistas de Plinio Salgado. Estas últimas habían apoyado el golpe, pero por el desdén que veían en Vargas hacia ellos, un grupo de “integralistas” intentó asaltar el palacio presidencial y en el choque con la guardia interna muchos murieron en el acto y otros fueron fusilados posteriormente.

Desde el punto de vista internacional, el sagaz Getulio realizaba también un “pragmático equilibrio”. Alemania tenía una gran influencia económica y militar en Brasil similar o mayor a la de Estados Unidos, y algunos de sus principales generales eran abiertamente pronazis. En estas difíciles circunstancias, el Estado Novo fue instrumentado como un Estado autoritario y modernizador que debería durar muchos años. Sin embargo, aunque Alemania e Italia festejaron su creación, Vargas, con el propósito de inclinar a su favor un pretendido equilibrio estratégico en el orden militar con la Argentina, su pretendido rival al sur del continente, comenzó en 1940 a negociar con los norteamericanos el financiamiento para la instalación de una industria siderúrgica en Volta Redonda y en 1942 estrechó sus vínculos con Washington, a la inversa de los conservadores argentinos probritánicos, que mantuvieron una postura neutralista, y agravaron sus discrepancias con el Departamento de Estado. Vargas no sólo rompió relaciones con el Eje, sino que le declaró la guerra, enviando un contingente de tropas a Europa.

Cabría preguntarse que tienen en común Jaime Bolsonaro con Plinio Salgado (fallecido en 1975), cuando el viejo neofascismo ha modernizado su fachada con las consignas del neoliberalismo. No nos engañemos, estos sucesores tienen el Estado en sus manos por más que se proclamen antiestatistas, y se apoyan, como en la Alemania hitleriana, por grandes negociantes, industriales y grupos mediáticos que proporcionaron las bases estratégicas y militares como las que necesitaba Hitler. Estos mismos grupos garantizan ahora los éxitos de Bolsonaro. Las derechas se dieron cuenta del viejo recurso nazi: un “populismo aggiornado” a la medida de los nuevos tiempos.

 

Es el poder de los muy ricos, para mantener el mundo de los Bolsonaro en sus manos; las maneras sucias (corrupción, represión, torturas y asesinatos) reforzadas por el desastre de la pandemia. Las multitudes que vivaron a Bolsonaro en las últimas manifestaciones promovidas en su apoyo no vestían las camisetas de su club de fútbol sino las mortajas que el desaforado presidente impuso con sus mentiras al pueblo brasileño.