La mayor parte de la población, incluyendo profesionales en economía, parece creer que la base de la economía moderna es la financiera, y que si no se conocen a fondo las claves de ese funcionamiento se esta condenado al fracaso. Esta convicción es parcialmente cierta, y de hecho en Argentina son los desatinos financieros los que más están condicionando la salida económica

La base de sustentación de una economía no es la actividad financiera sino la producción de bienes y servicios reales, en cuyo marco los servicios financieros deberían estar destinados a lubricar su funcionamiento pero nunca a sustituirlo. 

Los servicios financieros, a pesar del casi metastásico desarrollo que han alcanzado en el país en los últimos años, según el último informe del Indec “Cuenta de generación del ingreso e insumo de mano de obra”, correspondiente al primer trimestre de este año, generan apenas el 3,5 por ciento del valor agregado bruto de la economía, 1,5 por ciento de los puestos de trabajo formales (300 mil sobre 20,5 millones, porcentaje que sería mucho más bajo si se contaran los informales) y 5,7 por ciento de los salarios formales de la economía, gracias a ser uno de los gremios mejor pagos.

Está claro entonces que, desde el punto de vista macroeconómico, la economía local y ninguna otra, incluyendo a Uruguay y Suiza, no se puede desarrollar de manera sustentable con base en la actividad financiera exclusivamente.

Espejismo financiero

Sin embargo, el espejismo está instalado en el país y parecería que si no se entiende cómo se calcula la tasa de retorno real de los títulos públicos, cuál es la relación de paridad entre deuda pública en pesos y en dólares, cómo se determinan los dólares bursátiles implícitos MEP y CCL y cuántas son las reservas de divisas de libre disponibilidad del Banco Central, no se esta en condiciones de entender ni saber cómo se puede conducir la economía.

Este sesgo es tan marcado que en la Universidad Arturo Jauretche de Florencio Varela, donde la licenciatura en Economía tiene dos orientaciones, una financiera y otra en desarrollo productivo, según la última encuesta realizada en el primer cuatrimestre de este año entre estudiantes de los últimos dos años de la carrera, el 81 por ciento optaría por la primera y sólo el 19 por ciento restante por la segunda.

La convicción predominante parece ser considerar que es más importante entender de economía financiera que de desarrollo productivo. Saber cómo se evalúa la demanda de un bien o servicio real, cómo se deben calcular los costos de producción, cómo se calcula la tasa de retorno de una inversión real, cómo juega el costo financiero alternativo en la decisión de esa inversión, parece resultar menos atractivo que adivinar el futuro de las criptomonedas o hacer diferencias en la timba financiera.

Las actividades que representan la producción de bienes y servicios reales, incluyendo educación y salud, pero excluyendo intermediación financiera e inmobiliaria, servicios públicos (algunos de los cuales entran en la categoría de reales), actividades comunitarias y hogareñas (que son más reales que las financieras) significan, según el mismo informe del Indec, el 75 por ciento del valor agregado bruto de la economía y el 70 por ciento de los puestos de trabajo formales. Cómo no priorizar el entendimiento y el desarrollo de esas actividades para recuperar la economía.

La raíz del problema

¿Cuál es la raíz de esta deformación conceptual? Eduardo Basualdo la caracterizó como proceso de valorización financiera, inaugurado durante la dictadura genocida de 1976 a 1982 y profundizado con las crisis económicas posteriores. A partir de ese período proyectos de inversión de grandes grupos económicos, nacionales o transnacionales, pasó a ser evaluado en términos de su tasa de retorno financiera, en el marco de la cual toda transacción productiva debía ser susceptible de transformarse en recursos financieros líquidos en un plazo lo más corto posible y competir con colocaciones financieras alternativas.

Como ese proceso era por definición transnacionalizado, la valorización financiera debía hacerse en moneda dura, es decir en dólares. A medida que dicho proceso se fue generalizando pasó a ser el objetivo de la inversión productiva y no sólo la de los grandes grupos económicos, nacionales o transnacionales, sino también de muchas pequeñas y medianas empresas que hoy hacen sus cálculos de costos, precios y rentabilidad en dólares.

Así la valorización financiera de fines de los '70 pasó a la dolarización financiera, según la cual los negocios son exitosos si obtienen una ganancia en dólares mayor que la tasa retorno financiera de los títulos públicos emitidos en divisas, elevadísima porque incluye el riesgo país. Dicho de otra manera, la mayoría de los empresarios hoy no invierten productivamente si no obtienen una tasa de ganancia en dólares cuatro o cinco veces mayor que la tasa de los títulos públicos norteamericanos de largo plazo.

¿Cómo se hace política económica en estas condiciones? El mensaje no puede ser optimista a menos que se logre neutralizar el proceso de valorización financiera predominante, que tiene actualmente como condición necesaria, aunque no suficiente, desdolarizar la economía.

Desdolarizar la economía

El fenómeno argentino de dolarizar cualquier excedente financiero ha transformado la restricción externa, derivada de la insuficiencia de divisas para atender el aumento de importaciones básicas de una economía en expansión, en "restricción eterna", ahora que se suma a ese déficit la demanda de divisas para concretar la valorización dolarizada de cualquier inversión productiva, incluyendo la probable fuga de ese excedente al exterior o al colchón, más el intento de cualquier ciudadano con un mínimo excedente de querer dolarizar su ahorro.

En estas condiciones no hay incremento de exportaciones, por explosivo que sea (incluyendo Vaca Muerta) que alcance para evitar la zozobra cambiaria permanente. Hacer el esfuerzo exportador para atender la dolarización financiera creciente de la economía es hacer lo mismo que hacían los hermanos Marx, cuando quemaban vagones del tren para que la locomotora siguiera traccionando: llegará el momento en que no sólo ya no traccionará, sino que en el camino se habrá quedado sin los vagones.

La decisión de desdolarizar la economía es más un problema político que económico porque requiere un gran consenso o un gran poder, que no parecen disponibles en estos momentos, para llevar a cabo una reforma monetaria y financiera profunda que limite el uso de divisas sólo para transacciones internacionales.

Por supuesto que nunca faltan los razonamientos simplistas y lineales, como aquellos que sentencian que la dolarización es consecuencia de la falta de confianza de la población en la moneda propia. Aunque así fuera, no hay ninguna razón para que desde el Estado se convalide, por acción u omisión, la intención de quienes generan excedentes económicos con su actividad de convertir y fugar esos excedentes en dólares.

Mientras se siga utilizando divisas para las transacciones internas y convalidando mercados cambiarios paralelos con esa finalidad, como el bursátil, para valorizar financieramente excedentes económicos en divisas que terminan saliendo del circuito económico, no quedará alternativa que la resignación a una economía errática sin capacidad de crecimiento continuo autosostenible y con crisis cambiarias y de endeudamiento externo recurrentes.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía. @novak_daniel