Se necesita pasión para seguir enfrentándose a algo que no tiene respuesta. Y Lisandro Rodríguez pisa, boceta y vuelve a tapar los intentos por acercarse a una posibilidad de eso que se piensa como teatro. El artista, director, actor y docente publicó Teatro comercial. 299 Notas sobre dirección y puesta en escena, editado por Paripé Books, un voluminoso experimento de una vida dedicada al oficio del engaño. "Contradicción" es la palabra en la que se escuda para hacerlo, pero Lisandro no se justifica. En su prosa hay experimentación y prueba, igual que en sus trabajos, como en el teatro argentino, que en su génesis viene con una etiqueta cosida que dice “Contra todo pronóstico”. Sus escritos no son certezas sino sospechas, dirá él.

La idea de Teatro comercial nace por invitación de David Jacobs, encargado de la editorial del Instituto Nacional del Teatro, que fue dada de baja por el Gobierno. Fue un libro pensado para ser editado y distribuido de manera gratuita en todo el país, en sintonía con el carácter federal del Instituto. Luego Pato Binaghi en tándem con Andrés Gallina le encontraron valor al manuscrito, como para publicarlo.

¿Cómo es el público del teatro? ¿Cómo se expresan ante lo que ven? Es inevitable no pensar en el absurdo impacto de una historia en Instagram donde el elenco es aplaudido al final. Al teatro le falta una pata comunicacional en Internet. Y de cara a su impresionante oferta, de su versatilidad de opciones, de su producción que no cesa por más palos en la rueda se les impongan, dan ganas de intentar cubrir ese hueco, dar acuse de recibo anímico a “ese pozo” que es el teatro, según Lisandro. El teatro independiente vuelve lo predecible un misterio y la ilusión deseable, como la manera de fumar de Valeria Lois en La mujer puerca, obra dirigida por el autor con 13 años en cartel. Las manchas de humedad en las paredes de su Estudio Los Vidrios, y el espacio es un intérprete más que revela en su desgaste el trabajo del drama.


  • Se dice que el teatro es una práctica del fracaso, una palabra que ronda bastante a la hora de hablar de la práctica artística. ¿Qué te pasa con esa idea?

  • La idea del fracaso es peligrosa, si pensamos en alguien que se está iniciando en el teatro o el arte en general. Aún si se lo toma como algo bueno, no pienso que el arte deba concebirse en esos términos. Hay algo del trabajo que es sumamente errático y precario, no en cuanto a producción, sino en las posibilidades de percibir que lo que estás haciendo puede funcionar, ahí sí hay algo difícil de capturar. El arte nos permite estar en una zona mucho menos de búsqueda de resultados y, en un mundo que nos empuja a ser eficientes, eso alivia. Me gusta pensar que lo que hacemos no está cerrado, que quede una zona inconclusa.

Uno de los brindis por las lecturas reconfortantes se hace cuando el texto ha sido capaz de cambiar una idea previa o probar una equivocación. En la página 53, Lisandro hará detener al lector por unos segundos, una pausa que ya generaba contradicciones en su portada. ¿Por qué teatro comercial? La explicación del autor es tan sólo nominal: el teatro independiente es comercial porque así está catalogada esa actividad. “Tener una sala es tener un comercio”, amplía.

Lisandro difiere entre teatro (arte) y espectáculo, quizás ahí sí se puede establecer la diferencia. Lo espectacular (nombre que llevan las vallas publicitarias enormes de vía pública) que trampea desde su parafernalia y “ese otro” teatro. Tanta palabra ampulosa suele conducir a obras de memoria estéril, cuya narrativa sólo avanza en función de la economía de sus presupuestos (enormes). Por momentos, arriba de esos escenarios grandilocuentes, pareciera que la historia vital se obtura en manos de los discursos ya asimilados.

A veces se da todo a la vez y hay un buen texto al servicio de lo material: del vestuario, de las luces, la escenografía. Pero esa es la excepción, y todas las demás veces el teatro mainstream está puramente sostenido por el artefacto del dinero. Y que los buenos textos se defienden en cualquier lugar. 

Crédito: Nora Lezano


Los apuntes de Lisandro intentan una distinción del teatro como registro, en contraste con la literatura y la fotografía, que en el mismo momento de su producción se vuelven inmutables. El registro del teatro sólo queda en la sala, un secreto de vivencias al que ninguna recomendación conseguirá estar a la altura. Para el actor otra idea fundamental implica pensar en pequeña escala. Hay que defender la creación que hace posible la trascendencia, no es sólo no olvidarse de dónde venimos, sino también “insistir en esa base”.

“Para hacer teatro sólo hacen falta voluntad y el Estado”. Así de concreta la sentencia, así de lejana en la actualidad. Las y los cuerpos actuantes se desparraman para luego concentrarse en una secuencia: de la marcha al balcón, del balcón a las salas, de las salas al entrenamiento, al montaje crónico, entre el ocio y la macana. Entre el óseo y la marca.

  • En un momento hablás de quienes creen que la producción teatral parte desde el problema, algo con lo que no estás de acuerdo. ¿Por dónde sí se empieza y por qué esa metodología no es aceptable?

  • Creo que hay algo muy ligado al trauma en nuestra formación, a la cosa enroscada y muy neurótica del trabajo, y me parece que eso hizo mucho daño. Creo que el trabajo en sí mismo no es traumático, lo traumático es vivir en este mundo que está roto y uno hace lo que puede para establecer algún tipo de diálogo que nos permita continuar. Pero el trabajo artístico es mucho más puro, no tiene tanta contaminación de esa neurosis, sobre todo en ciudades como Buenos Aires. No creo que el teatro tenga que partir de la idea de fracaso. Tampoco pienso que existan metodologías, hay formas. Creo en una construcción de artista errático, como si uno pudiera manotear trabajar la intuición de una manera mucho más libre. Más ligada a algo presente y material, algo que acontece. Sí creo que en el arte hay algo de un deseo muy fuerte, la necesidad de querer decir o compartir algo.

Crédito: Nora Lezano

  • Hablás varias veces del comercio que tenían tus padres. ¿A qué rubro se dedicaron?

  • Mi mamá se enojó con eso porque mis padres son profesionales. Cuando hago alusión a eso me refiero a la imagen que tengo de mi familia llevando la vida como creo que la lleva un comerciante, pensando en el día a día, sin planes a largo plazo. Mis viejos tuvieron mucho tiempo negocio de ropa, yo también laburé de eso. Mi viejo tuvo con mi abuelo concesionario de autos, vendió muebles. Mi abuela tenía una distribuidora de libros, vendía en las escuelas con su auto. Se ve que toda esa historia me pegó. Hago esa paralelo entre esa idea del comerciante que se levanta todos los días a abrir su local no sólo para vender, sino también para ponerlo a punto, para encontrarse con el día, que para él no es lo mismo un día de lluvia o de sol, un sábado que un martes, la mañana que la tarde. Son variables que en el teatro están muy presentes, con el ensayo, la apertura, el estreno, las funciones, lo que ofrece, cómo recibe a quien viene. Está bueno desmitificar la idea del artista colgado de la palmera. Ese artista existe, pero el que yo puedo ser está muy a tierra y conviviendo con los trámites diarios.

  • Lo difícil de este momento es que no hay con quién dialogar. Logran tener gente muy afín en todas las dependencias y en el INT lograron eso, manipular y apretar hasta hacerlo prácticamente desaparecer. Me siento un poco más grande, creo que lo que más tiene el INT es un valor simbólico y estas neodictaduras apuntan a destruir eso, el capital cultural identitario que tarda mucho años en construirse. Es como una guerra, apuntan los cañones a lugares muy clave con cualquier excusa para destruir y es muy verosímil en su lógica, es un monstruo muy fuerte. Hay que encontrar formas de no ceder. Por supuesto que hay que sobrevivir, y cada uno tiene sus circunstancias y para muchos es muy difícil. Pero hay que juntarse, hay que hacer. Se está generando el Festival Entrá, hay pibes y pibas que tienen fuerza y ganas. Hay que producir e interactuar con el espectador, quien viene a ver lo que hacemos, entre los que hacemos las obras. En ese sentido el teatro es, fue y seguirá siendo periférico, ese es su valor principal y no lo van a matar. Pueden achicar el instituto, convertirlo en un veladorcito que esté para la gilada, pero eso es parcial. Duele, enoja y produce violencia, pero no van a vencer.

  • El teatro es el arte sobre el que menos suele escribirse. ¿Por qué pensás que sucede?

  • Tenemos un país muy teatrero que cada vez cobra más fuerza. Me gusta de todos modos que se mantenga al margen, que sea muy del presente, que no se pueda transmitir del todo. Tiene otro código distinto al de la fotografía, la música, el cine. Igual se vende a partir de la foto, el video, pero lo más potente y lo que más me conmueve es intransferible. Sólo uno sabe qué es y apenas llegás a saberlo, es una experiencia única. El libro intenta acercarse a algo de esa práctica, me tomo muy en serio mi trabajo pero intento no ponerme serio (desde lo intelectual, usando frases armadas o siguiendo disciplinas), eso no quiere decir que no me comprometa o se me vaya la vida ahí.


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