Tuve una cita en una pizzería tradicional de La Boca, en Suárez y Admirante Brown, la avenida que desemboca como una lengua de dragón en el Riachuelo. La invitación fue de una lesbiana oriunda de ese barrio con quien no tengo necesariamente una amistad. Somos tortas, nos conocemos de la calle y nos queremos. Es una categoría de relación emocionante.

Uno de los materiales brutos que más me erotiza me lo ha dado la cantera de las lesbianas que nacieron en los 60, esta en particular es una peroncha hasta la medula que con 20 años participó de la organización del Primer Encuentro de Mujeres en 1986, el escaparate feminista que se hizo periodicamente cada año hasta 2020. La interrupción fue producto de la pandemia. Por esta misma razón, con ella no nos veíamos desde la última celebración de la visibilidad lésbica, en marzo de ese año, dos semanas antes de que se declarara la cuarentena. Hasta ahora no hemos tenido intimidad estrictamente sexual, pero cada vez que habla -o escribe- sobre sus rituales de juventud tortillera de los 80, yo me mojo toda.

Como vitalicia de la pizzería- del barrio, de la orilla y del lesbianismo- eligió para nuestro encuentro una mesa redonda para seis comensales, en diagonal a la puerta para asegurar una buena corriente de aire. La pandemia y su salud la volvieron muy estricta en cuestiones de cuidados. Al llegar, me saludó con un puño lleno de abrazos acumulados de las calles que no fueron en este tiempo. Me senté dejando una silla de separación entre ambas. “Yo ya pedí una cerveza negra y dos porciones de verdura” . Esa fue la primera frase que quedó flotando entre nosotras después de un año y medio sin vernos. La oración inauguró otro tiempo, con cuerpos más corroídos, con los restos y con más muertxs que antes. ¿De que se trata una primera conversación post pandemia entre dos lesbianas militantes de distintas generaciones?

Podrían ser los titulares de los activismos compartidos y el lesbianismo de ayer y de hoy: “¿Cómo está la causa de Higui? Cuando sea el juicio hay que ir con todo” , “Que bueno que absolvieron a Marian”. Y en un intersticio de ese diálogo siempre se cuela un glosario de anécdotas lesbicas apasionadas sobre romances, goce y endogamia: “Una intensidad sin parangón (...) Pero una vez entrados en ese movimiento en donde todo lo que se vive adquiere un relieve diferente, se vuelve imposible regresar al idioma que uno utilizaba antes, ya ninguna palabra tiene el mismo sabor, el mismo sentido, ya no se tiene el mismo cuerpo, la misma hambre”, dice Anne Dufourmantelle en su “Elogio del riesgo” y vaya definición que le entraría como anillo al dedo al lesbianismo, pero en este caso, la francesa también nacida en los 60, se refiere a la pasión.

“A mi me gustaban las que eran más grandes que yo, pero nunca supe ni sabré seducir” sentenció cuando en un random de temas mencionamos la dificultad que hay para coger en estos tiempos en donde la espontaneidad está deshilachada. “No es de ahora, antes a algunas también se nos complicaba coger” dijo cuando el mozo apoyó la cerveza en el centro de la mesa redonda, como un trofeo a nuestro encuentro y a la seducción como acto involuntario. Agarré la botella decidida a servirle, ella me interrumpió diciendo la palabra “sin”. Tardé en decodificar que se refería a la espuma. Me puse nerviosa y tuve un black out de un conocimiento mundano. Era definitivamente una reacción a la manera en la que me calientan las lesbianas que nacieron en los 60. Fantaseo con pasarme noches enteras garchando y conversando, que me cuenten de bomberos, de sótanos, de besos con la lengua en alerta en tiempos de dictadura y de no saber bien cómo coger pero intentarlo todo. Que entre garche y garche me hablen de cómo se calentaban con las futbolistas, de sus fiestas clandestinas, de cómo se vestían de “varones” y de los exilios de las familias biológicas. Fantaseo también con practicar besos tortilleros en este tiempo y leer “Cuadernos de existencia lesbiana” en papel original.

La velada no duró más de una hora, su primera cita después de la pandemia debía ser prudente, por cuestiones de salud no había visto a mucha gente durante este último tiempo: “Estoy más cerca de los muertos que de los vivos, pero la salud de mis gatos mejoró un montón. Yo sospecho que debe ser porque no entro a la casa con zapatos”. Me hubiese encantado una cita más larga o irme a su casa o pasear por La Boca, sin embargo tuve una hora de un relieve diferente, para no olvidarme de ese sabor, ahora retenido en la cerveza negra y la pizza de verduras, del lesbanismo de las que nacieron en los 60.