Fin de semana, la película del director cordobés Moroco Colman y también ese lapso de tiempo al que alude el título, empieza con la llegada de Carla (María Ucedo) a Villa Carlos Paz, donde por lo visto tiene, o tuvo alguna vez, vínculos intensos, de varios años. Carla es la extraña que vuelve a casa en cierta forma, y la trascendencia de esa vuelta quizás solo esté sugerida por el gesto de parar primero en un bar, a tomarse una cerveza y mirar el vacío, como si el regreso demandara algún ritual previo. Así es como opera Fin de semana en general en cuanto a sus personajes: los veremos actuar, pero esas acciones estarán envueltas todo el tiempo en un velo de misterio, como si del conflicto mayor que da origen a la historia sólo pudiéramos presenciar algunos destellos, retazos de diálogos, y una explosión que se mantiene latente.

Esa historia involucra a Martina (Sofía Lanaro), una chica que podría tener veintipico aunque muchas veces, en el entorno adulto que la rodea, se la califique de “pendeja”. Carla va a pasar el fin de semana en una casa en la que también vive Martina, que la recibe irritada. La relación entre ellas tiene notas maternales y algunas características propias de la diferencia de edad: no sabemos si Carla es una madre que estuvo mucho tiempo ausente, o la ex pareja del padre de Martina, o solo una amiga, pero sí que trata de imponerse a la más joven casi desde el principio. Sobre todo en un punto, la vida sexual de Martina, que a duras penas puede guardarse en secreto porque la chica lleva en el cuerpo las marcas del “sexo fuerte” que, en sus propias palabras, le gusta practicar. En efecto, Martina tiene un amante, Diego (Lisandro Rodríguez), que la coge con indiferencia y la golpea, respondiendo a los pedidos y provocaciones de ella. 

El componente sexual en la relación entre las dos mujeres no está ausente y, como un drama en tres actos, tiene un segundo momento en que las dos se separan y se expanden, buscan en el sexo y en el intercambio con los otros algo que se sospecha tiene que ver con ellas mismas. La película marca con cambios formales esos vaivenes de los personajes, por eso usa tres formatos de pantalla distintos y tres directores de fotografía (Gustavo Biazzi, Fernando Lockett y Pablo González Galetto), que están a cargo de cada uno de los segmentos. Hay que decir que las tres partes son muy atractivas, cada una con sus particularidades; la primera en un formato 4.3 que encuadra de cerca a los personajes y los presenta en su individualidad, la segunda es una explosión de color y de luces nocturnas realmente preciosa, y la tercera usa la luz natural y la vuelta del día para poner una especie de calma y de descanso, además de un momento de ternura y de sinceridad, en el conflicto entre Carla y Martina.

Aparte de eso, un punto a favor de Fin de semana es cómo Colman usa el lago como un lugar al que los personajes vuelven todo el tiempo, que se transforma y se carga de sentido a lo largo de la historia: en primer lugar, es una posibilidad de escape en una secuencia diurna en la que, mientras varios vecinos de Villa Carlos Paz se juntan para limpiarlo de la basura que los habitantes de la ciudad arrojan en él, Martina aprovecha para “esconderse” a la vista de todos en una lancha en la que le practica sexo oral a su amante. Después, de noche, es una superficie donde se reflejan las mil luces de una fiesta, y donde Carla se mete en ropa interior, mareada por el alcohol, y también liberada del estado de vigilancia con el que llega a la ciudad. Fin de semana, que es la primera película de Moroco Colman y es un debut más que sólido, se estrenó en el Festival de San Sebastián, en la sección Nuev@s director@s, y luego pasó por la Competencia argentina del último Bafici.