El gobierno porteño realmente está haciendo todo lo posible para que la vida vuelva a la normalidad en la Ciudad, cosa que en la mentalidad del macrismo en funciones tiene música de demoliciones. Entre el viernes y el sábado, rapidito porque los vecinos estaban movilizados, fue demolido un lindo caserón en Villa Ortúzar para construir otro edificio en altura, feo y desangelado, que viene con la yapa de arruinar una plaza. Lo mismo está por ocurrir con una pieza lindísima en Córdoba y Dorrego, una esquina coronada por un águila, y en Olazábal 2782, donde vamos a perder una linda pieza del arquitecto Alfredo Olivari, otra de las alegrías de la inmigración italiana.

La demolición en Heredia 380 viene con doble daño, porque no sólo se pierde una casa patrimonial sino que los especuladores inmobiliarios van a arruinar la plaza Malaver. Esta es una plaza que, como varias otras en la ciudad, no toma una manzana entera, con lo que tiene una suerte de medianera con las casas vecinas. Esta situación se daba por una costumbre olvidada y repugnante al macrismo, la de comprar lotes o usar tierra pública para hacer plazas nuevas. En lugar de inmediatamente habilitar torres, la vieja Municipalidad compraba fábricas o depósitos, los demolía y hacía una plaza para los vecinos. 

Después de ocho años de gobierno de Mauricio Macri y seis de Horacio Rodríguez Larreta, la idea de invertir en espacios verdes parece una ingenuidad de abuelas. Macri estuvo al frente del negocio de construcción de la familia y ve la ciudad como un espacio extractivo, algo para hacer dinero de la misma manera que un maderero ve el Amazonas. Larreta continúa la tendencia con prolijidad, atendiendo a la industria favorita de su partido con cariño, "excepciones" para torres y el intento constante de cederle tierras públicas en la Ciudad.

La oposición queda a cargo de los vecinos organizados. El viernes, la demolición de la calle Heredia era convencional, con una cuadrilla sacando rejas y balcones, maderas y cerramientos, solados y molduras, para revender todo en el lucrativo mercado de antiguedades constructivas. Para dar una idea, hoy es normal que una mayólica europea de un siglo de edad, como tantas en tantos zaguanes, se cobre entre dos mil y cuatro mil pesos. Una solita.

Con el desguace terminado, el sábado aparecieron  las máquinas pesadas para destruir los muros, cosa que tomó apenas unas horas: la lluvia del mediodía ni mojó a los operarios. Los vecinos filmaban, maldecían y llamaban a la policía. Los agentes de la comisaría 15 C, a cargo de un tal Aramburu, primero decían que no tenían jurisdicción, algo manifiestamente falso porque pueden hasta cerrar una obra si afecta el espacio público. 

Finalmente, ante la insistencia, aparecieron cuando todo estaba casi terminado y siguieron proclamando su impotencia ante cosas como la falta de vallas para la circulación peatonal y redes de seguridad. Peor fue el rol que terminó jugando la segunda Fiscalía Penal Contravencional y de Faltas de Cabildo 3067, que apenas por teléfono labró un acta, se negó a hacer nada más y hasta se rehusó a darle una copia del acta a los vecinos, que venían a ser los denunciantes. 

Parte de la razón de toda esta reluctancia, además de la notable pereza policial, es que al frente de la demolición había un papelito autorizando mazas, máquinas y golpes. El que se pregunte cómo una casa valiosa y vieja puede ser tratada asi no tiene más que decir la palabra mágica, "Caap", que resume al Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales

Este ente está compuesto por arquitectos que piensan como tales, y sólo estiman edificios históricos tipo "aquí vivió Mitre" o piezas cuya demolición no le rendiría ganancias a nadie por estar en un barrio de baja altura. La expresión técnica es que un lote debe "expresar el máximo de su carga", o sea acumular pisos para lucro del especulador de turno. Las cuadras reglamentariamente bajas no permiten esta "expresión" y por eso guardan más patrimonio.

Foto: Sandra Cartasso.

No es el caso del lindo edificio de Olazábal 2782, un caserón con patio y dos viviendas más pequeñas, independientes pero en el mismo estilo, a un lado. Su autor, Alfredo Oliveri, llegó a estas pampas en 1888, tierno de 21 años pero ya diplomado, y trabajó para el Estado por cuatro años, hasta que abrió su estudio. 

A él le debemos, por ejemplo, el Hospital Fiorito de Avellaneda y la Farmacia Franco Inglesa en el centro porteño, pero sobre todo una larguísima fila de viviendas privadas, eclécticas y encantadoras. 

Quien recorra la calle Perú, en el casco histórico, encontrará una larga tira de sus PH que comparten medianeras y estilos. Por estar protegidas, estas viviendas no van a correr el destino vil de la de Olazábal, el de ser reemplazadas por edificios grandotes y zonzos, copiados de alguna revista de Miami.

Lo mismo ocurre con esta linda esquina en Dorrego y Córdoba, bien de principios del siglo 20 y coronada por un águila. La pobre incurrió en el pecado de ser baja y no expresar su lote y va a ser reemplazada por otro edificio desangelado y muy parecido al de la calle Olazábal. 

¿Lo habrán copiado de la misma revista?