Los cuentos de hadas son duros de matar, eternos y atemporales. No es que CODA: Señales del corazón lo sea en un sentido estricto, pero sus dosis científicamente controladas de risa, llanto y emoción la acercan a ese viejo formato narrativo en el cual el camino del héroe o de la heroína, plagado de dolores y esfuerzos, termina inevitablemente en el mejor de los mundos posibles. No hay nada fantástico, sin embargo, en el segundo largometraje de la realizadora Sian Heder, que terminó ganando varios premios en el Festival de Sundance (Mejor Dirección de un film dramático, Premio del Jurado en la misma sección, Premio del Público, entre otros) y provocó una pequeña batalla entre las plataformas de streaming, con Apple TV+ erigiéndose como ganadora luego de oblar un par de decenas de millones de dólares. En nuestro país, CODA llegará el próximo jueves 21 a las salas de cine, anticipando una posible carrera en la temporada de premios cinematográficos que, poco a poco, parece ir regresando a una suerte de normalidad presencial. Pero, ¿a qué refiere la coda del título, escrita en mayúsculas? Si bien la historia tiene que ver (y mucho) con la música, las cuatro letras conforman el acrónimo de Child of Deaf Adults (Hijo de Adultos Sordos), señalando la condición de la adolescente Ruby Rossi (la británica Emilia Jones, Kinsey Locke en la serie Locke and Key) como única miembro de la familia con capacidades auditivas normales. Su padre Frank, su madre Jackie y el hermano mayor Leo son sordos de nacimiento, y durante toda su vida Ruby ha hecho las veces de intérprete y nexo con el mundo de los oyentes. CODA presenta a los Rossi, habitantes del pueblo de Gloucester, Massachusetts, en la actividad que los mantiene ocupados desde hace varias generaciones: la pesca en altamar. Mientras los dos hombres separan los peces en silencio, intercambiando cada tanto alguna seña, Ruby canta a viva voz sin audiencia a la vista. En tierra firme, Jackie espera a los pescadores, dispuesta una vez más a manejar las finanzas, a hacer esos números cada día más duros. Nada fuera de lo común, hasta que un día Ruby se anota en la clase de coro de la escuela. Allí comienza el “había una vez…”

Todo comenzó en Francia. CODA: Señales del corazón es una remake bastante fiel del film La familia Bélier, dirigida por Éric Lartigau y estrenada en Argentina en 2015. Allí el métier familiar no era la pesca sino la elaboración de quesos, pero a la protagonista (interpretada por la cantante amateur y actriz debutante Louane Emera, semifinalista del concurso televisivo The Voice) le pasaba lo mismo que ahora le ocurre a Ruby: el descubrimiento del talento vocal y la posibilidad de seguir estudios de canto y, quién sabe, una carrera profesional, enfrentados a la aparente  indivisibilidad/ interdependencia con el resto del clan. Con un reparto de histriones profesionales encabezado por la actriz Karin Viard, La familia Bélier estaba jugada fuertemente a la comedia, con sus momentos dramáticos dosificados durante la trama, pero acumulados en el tercer acto, cuando las decisiones personales comenzaban a pesar cada vez más en la protagonista. El guion de la nueva versión elimina los rasgos de vodevil de la original, amen de ciertas cuestiones culturales profundamente galas y, sin abandonar el sentido del humor, construye un relato más equilibrado, en el cual las lágrimas del espectador afloran más por acumulación que por algún golpe al corazón. La otra decisión fuerte de la realizadora tiene que ver con el casting: con la excepción obvia de Emilia Jones, los tres miembros de la familia Rossi están encarnados por actores sordos. Marlee Matlin, cuyo parecido fisonómico con la Viard es tan curioso como casual, es dueña de una extensa carrera interprentando roles de no oyente, además de la ganadora de un Oscar por el papel central en Te amaré en silencio (1986), de Randa Haines, al tiempo que Troy Kotsur, sordo de nacimiento, ha participado en films como Número 23 y series como The Mandalorian. Ambos están acompañados por Daniel Durant, cuya discapacidad auditiva no le ha impedido iniciar en tiempos recientes una carrera en la pantalla. Para Heder, entrevistada durante la presentación de CODA en Sundance, “nunca fue una opción hacer la película con actores oyentes que hicieran de personas sordas”. Más allá de la discutible tendencia contemporánea a confundir representatividad con performance, otra marca de la corrección política imperante, lo cierto es que, en este caso puntual, la decisión tiene su lógica y sus corolarios. A diferencia de la película francesa, el lenguaje de señas adquiere una relevancia radical y ya no está acompañada por la voz de la protagonista “traduciendo” los gestos, sino por los subtítulos.

Cuando se habla de producciones audiovisuales, el idioma inglés ofrece dos palabras compuestas que pueden aplicarse a CODA a la perfección: crowdpleaser y tearjerker. La primera hace hincapié en la destreza a la hora de complacer al público más amplio posible; la segunda a la habilidad para provocar las lágrimas. Ambos términos son usados a veces de modo despectivo, en otras ocasiones todo lo contrario. El film de Heder es las dos cosas, y es también un relato de crecimiento pautado por circunstancias poco comunes en términos cinematográficos, aunque no así en las genéticas: aproximadamente el 90 por ciento de los hijos de padres sordos tiene audición perfecta. Entre discusiones “a los gritos”, sexo ruidoso como símbolo de libertad y un humor escatológico quirúrgicamente administrado (algún pedo sonoro, testículos y vulvas inflamadas), la historia de Ruby avanza entre prácticas de canto y pescas al amanecer, amenazadas por inspecciones regulares y los pagos cada vez más exiguos (la subtrama sobre la conformación de una cooperativa de pescadores sin intermediarios parece tomada del clásico La terra trema). Ruby y un compañero de clase practican “You’re All I Need to Get By”, el clásico dueto de Tammi Terrell y Marvin Gaye, mientras la cercanía del acto de fin de curso y una audición en Boston aceleran el clímax narrativo. La instancia climática es precisamente la aparición de ambos estudiantes en el escenario escolar, escena presente en La familia Bélier que Heder reconstruye y mejora con un mecanismo de montaje casi hitchcockiano. Es el momento en el cual Mamá y Papá Rossi descubren indirectamente que su hija canta como los dioses, el momento en el cual deben tomarse ciertas decisiones, de esas que cambian la vida. Podrán achacársele a CODA algunos excesos y excrecencias (la historia de amor podría no estar presente), pero si algo sabe hacer, y muy bien, es utilizar los lugares comunes como si se tratara de una primera vez. Y entonces sí, ahí llega el momento de preparar los pañuelos.