Más que una continuidad de Historias ocultas en la Recoleta, los relatos que conforman Así los trata la muerte son una profundización en la poética de María Rosa Lojo, vale decir de su concepción de la literatura, especie de constelación hecha de múltiples lecturas que, a modo de herencia, configuran su universo personal. “Quienes recorran Así los trata la muerte podrán hallar algunos apellidos notorios, de amplio dominio público, asociados con la historia y la leyenda: Sánchez de Thompson, O´Gorman, Mansilla, Sarmiento, Ocampo, Álzaga Unzué, aunque no necesariamente quienes los llevan sean próceres; en el último caso, más bien lo contrario”, escribe María Rosa Lojo a modo de prólogo en Así los trata la muerte. “Otros, como Calaza Couso o Segers, seguramente no dirán mucho a la mayoría lectora de hoy. No por eso sus vidas y sus posvidas son menos dignas de conocerse. Tanto como las de algunos “invitados” universalmente ilustres: desde la monja medieval Eloísa, trágica amante de Abelardo, hasta Nerón, que quizá no fue, después de todo, el autor del incendio de Roma en el año 64 d. C”.

En Así los trata la muerte, María Rosa Lojo también retoma a personalidades que protagonizaron sus novelas anteriores, particularmente escritores como Lucio V. Mansilla, eje de La pasión de los nómades, su hermana Eduarda, centro de Una mujer de fin de siglo, Victoria Ocampo, de Las libres del Sur. También Camila O’ Gorman, que había transitado por La princesa federal. O Domingo F. Sarmiento, personaje de sus cuentos, que ahora se hace presente a través de su hijo Dominguito. “A cierta altura de vida y obra, me parece inevitable haber puesto en órbita una especie de planeta sui generis, con caras familiares que recurren, con núcleos conceptuales e imaginarios replanteados cada vez desde distintos ángulos, que refuerzan y enriquecen la estructura y los matices de ese mundo propio" reflexiona ahora Lojo. "Creo que ese planeta y sus pobladores se ven especialmente en este retorno al espacio narrativo del cementerio veinte años después. La muerte, gran igualadora según el tópico medieval, todos los humanos somos mortales, también los iguala en otro sentido: nadie escapa a lo que construyó durante su vida terrenal, todos encuentran su propio trasmundo, según sus actos, sus temores, deseos, sueños, culpas, asignaturas pendientes”, dice María Rosa Lojo, poeta devenida en narradora, como le gustaría a Marechal. 

La autora de Árbol de familia ha sido reconocida, entre otros premios, con el Primer Premio Municipal de Narrativa de Buenos Aires, el Premio Konex, el Premio Internacional de Poesía Antonio Vicarro (Canadá, 2017). En 2020 recibió el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y recientemente fue condecorada con la Medalla Europea de Poesía y Arte Hombre, en Bruselas. María Rosa Lojo trabaja siempre desde el conocimiento de lo que cada personaje hizo en vida “porque de otro modo no se podría entender lo que les pasa después”. La relación entre las dos dimensiones -tiempo terreno y trasmundo- se muestra de distintas maneras en ese espacio de auto comprensión o auto revelación que ofrece el más allá. “Esta gran necrópolis porteña es un palimpsesto de la memoria nacional y un casi inagotable patrimonio narrativo que Sarmiento definió como tal tempranamente, invitándonos a descubrir “novelas tiernas” y “tragedias pavorosas” debajo de cada lápida. Los dos volúmenes son respuestas a ese desafío, pero en el último hay otra vuelta de tuerca. Aunque en el primero no falta algún fantasma trasladado al futuro, generalmente la acción transcurre en el pasado correspondiente a la vida de los personajes históricos. Pero Así los trata la muerte, por eso su título, imagina lo que les pasa después de que mueren y ahí es donde se ubica la perspectiva de los relatos. En Historias ocultas en la Recoleta, aparte, hubo un coautor en el rubro de investigación histórica, el académico Roberto Elissalde”.

Hay una gran variedad de recursos literarios en este libro. ¿Cómo fuiste desarrollando el plan de cruzar literatura, historia y personajes?

-Ante todo, estuvo la idea de proponer un “diálogo de los muertos”. Es una forma literaria muy antigua: en el prólogo menciono a Luciano de Samósata, del siglo II d.C., que inspiró a algunos de mis autores de cabecera, desde Swift o Voltaire al gallego Alfonso Rodríguez Castelao. El diálogo es vertebrador. Los humanos necesitamos de la mirada de otros para construirnos. “Humanidad” es “sociedad”. La tensión dialógica nos atraviesa. Por eso pensé en un más allá donde los muertos siguieran hablando entre sí, y también con los vivos. Desde el diálogo, que puede ser puente y unión, pero también confrontación y debate, revelan cosas y se auto revelan. En la Antigüedad, con Luciano, o con Menipo, el elemento satírico era predominante. También lo hay en esta obra, especialmente en cuentos como “Nuevos recuerdos de viaje” “El rey del fuego” o “Tu triunfo de ayer”, junto a momentos más líricos, trágicos o desgarrados. Todas las narraciones son muy teatrales, en varios sentidos: no sólo por los constantes diálogos y monólogos, sino por un variado montaje escenográfico que las aproxima al teatro de sombras, o al teatro onírico. Esto último ya lo había experimentado en la última parte de mi novela Todos éramos hijos, titulada “Casandra-Frik habla con los muertos”. Otra manera de comunicación literaria como diálogo diferido la proporcionan las cartas: las de Camila O’Gorman a Eloísa; las de Mariquita Sánchez a Florencia. Es un recurso que me encanta y que manejé mucho en novelas como La pasión de los nómades, Finisterre.

También hay un gran trabajo en relación al modo en que se combinan diferentes géneros dentro de los relatos.

-El cuento de fantasmas y el género maravilloso aportan lo suyo en las historias. A veces se combinan, como en La vida sin don Lucio, que continúa La pasión de los nómades, un fantasy histórico en que Lucio V. Mansilla vuelve por su camino de los ranqueles a fines del siglo XX, pero acá todo se narra desde la mirada y la voz de su valet personal, Manuel Peña, que tiene otras cosas para decir. Lo sobrenatural, lo contrafáctico, adquieren un peso importante. Mariquita Sánchez resucita en el glamoroso París de la emperatriz Eugenia, al que nunca pudo viajar. ¿Será ese su “Cielo”? Ya lo veremos… no es tan simple. Otro habitante de la Recoleta, Polidoro Segers, médico de la primera expedición oficial a Tierra del Fuego y también testigo de los comienzos del etnocidio selknam, parece haber caído, junto con el ficticio misionero Giuseppe Domanico, en esos mismos territorios, pero durante una época muy anterior a esa expedición. ¿Es otra escenografía trasmundana, es un sueño que precede a la muerte, es un universo paralelo en el que ese atroz genocidio, cuya memoria lo sigue atormentando, no tuvo ni tendrá lugar? Por supuesto, en el trasfondo de todo el libro no puede estar ausente una biblioteca de infiernos literarios desde Dante a Marechal. La huella del viaje de Adán Buenosayres a Cacodelphia, se activa especialmente en El rey del fuego, donde el heroico jefe de bomberos José María Calaza pide visitar a Nerón, para interrogarlo sobre su presunta responsabilidad en el incendio de Roma del año 64 d.C. Las desventuras post mortem de Macoco Álzaga Unzué, objeto, ahora, de los mismos maltratos y humillaciones que antes infligió, también son bastante cacodélficas, así como la propia figura de este porteñísimo playboy tanguero, antiprócer de cabaret, prototipo del heredero inútil que despilfarra su patrimonio tirando manteca al techo, el copyright de la frase se le debe y en el cuento se verá por qué.

Aparecen tópicos recurrentes en tu obra, pienso ahora en dos ejemplos: la relación madre e hija, y el concepto de la pasión.  

-En efecto, el hilo de la filiación es un tema muy potente, y el nexo madre e hija en particular. Desde siempre me preocupa la formación de las identidades femeninas. Cómo nos enseñan a ser, cómo enseñamos a otras mujeres, de qué forma un género históricamente subalterno puede conquistar la plenitud de lo humano, en cuanto a libertad y autonomía, sin renunciar a los aprendizajes del amor y del cuidado. Este tema aparece con fuerza, es decir con toda su conflictividad e incluso con sus fracasos y sus aporías, en mis novelas históricas La princesa federal, Una mujer de fin de siglo, y en la auto ficcional Todos éramos hijos. En cuanto a la pasión, más allá de una de sus formas, que es la pasión erótica, traspasa todos estos cuentos y todos mis libros, también en otro sentido. Tiene que ver con lo que en la cultura japonesa se llama “ikigai”: la razón de ser, la misión, lo que vinimos a hacer en este mundo, la medida de lo que podemos dar y legar a quienes nos sucedan. De un modo u otro todos mis personajes buscan su “ikigai”, y pagan caro cuando no pueden reconocerlo, o cuando no le son fieles. Ahora, estos dos aspectos aparecen entrelazados. El vínculo madre-hija se presenta intensamente en por lo menos tres cuentos. Te perdona y te abraza imagina a Camila O’ Gorman mientras le escribe cartas a Eloísa, abadesa del Paráclito, la erudita monja medieval, amante y esposa del clérigo Abelardo. Aunque también su amor resultó trágicamente frustrado, Eloísa vivió muchos años más que Camila. La muchacha ejecutada en Santos Lugares está perpleja ante la última frase escrita por Uladislao: “Te perdona” (¿de qué?, se pregunta, ¿es que fui yo la “culpable” de lo que decidimos y quisimos juntos?) y acude a ella en busca de la comprensión que probablemente no pudo darle su madre terrena. Victoria Ocampo, Victoria en la ínsula de Fani, es recibida en el más allá por su antigua ama de llaves. Entra como si fuera una niña a los dominios de Fani, la persona con quien más tiempo vivió, que “huele a madre, aunque no lo es”; ella la ayudará a “completar su educación” en el más allá, a reconciliarse con otros y consigo misma. Y están las Nuevas cartas de mamá, que Mariquita Sánchez le envía desde París a su siempre querida hija Florencia, también madre y abuela, que lucha contra el duelo y contra la muerte en una Buenos Aires devastada por la fiebre amarilla.

FOTO DE ALEJANDRA LOPEZ

EL MÁS ALLÁ, EN OTRO MUNDO

“Los días del Otro Mundo son difíciles de predecir. A veces se estiran en jornadas interminables, donde el sol no se pone. Otras veces, se achican. Pasan en un parpadeo. Entre el chistido de las lechuzas y el canto de los gallos, las horas se prolongan tanto que los amaneceres parecen recuerdos de un planeta lejano. Varias largas noches transcurren así. Dominguito y Vicki casi no se ven. Él ocupa el piso bajo, se acuesta en un sofá cercado por pilas de libros. Ella duerme o imagina dormir en la cama con baldaquino del piso alto. A veces, cuando emerge de sus ensoñaciones, cree sentir a su lado el cuerpo pequeño y tibio de la otra Victoria, su hija, que quizá sea ahora una mujer, con sus hijos propios, en algún andarivel de esa cronología terrenal cuyo rastro ha perdido”, afirma un narrador en el relato Huérfanos. 1886.

Hay algo genial en el libro que tiene que ver con hacer encontrar personajes aparentemente disímiles como es el caso de Dominguito y Vicki Walsh. ¿Por qué los elegíste y los reuniste? 

-El mundo se conoce por los extremos, dijo alguna vez Lucio V. Mansilla, gran viajero de las antípodas. La “correlación de lejanías” que, para el joven Borges y sus compañeros de vanguardia, inspira las más poderosas y sorprendentes metáforas, es también, desde siempre, un vector de mi poética. Escribí un libro entero de cuentos, Amores insólitos de nuestra historia, regido por la idea de que esa correlación es también un principio constructivo de la sociedad argentina. El gran motor de mi búsqueda, en este libro y en otros, está en hallar vínculos ocultos entre los seres aparentemente más distantes y dispares. Es lo que ocurre con Dominguito Sarmiento y Vicki Walsh. No los separa únicamente un siglo sino, hasta cierto punto, un abismo ideológico. Aunque ambos están decididos a morir por la patria, y así lo hacen, lo que cada uno llama “patria” no significa lo mismo para los dos; pasa igual con otras cosas. Así lo piensa Dominguito, desconcertado. Te lo leo: “algunas convicciones, ideas y metas populares y triunfantes en su tiempo se han convertido en terribles errores y hasta en crímenes para muchos jóvenes que vivirían un siglo después. Las mismas etiquetas: 'civilización', 'barbarie', 'cultura', 'libertad', 'tiranía', 'derechos', 'justicia', 'imperio', 'progreso', se aplican a otros sujetos y otros objetos”. En el cuento se desarrolla una disputa, un peloteo constante sobre las cuestiones que los enfrentan. Vicki, por su lado, si bien no aparece en ella, remite a una novela anterior: Todos éramos hijos, que ya mencioné. Es una “hija emblemática” de esa insurgencia juvenil de los setenta con la que se comprometen algunos de sus personajes.

María Rosa Lojo piensa que la afinidad profunda de los dos hijos no radica precisamente en sus concepciones políticas, sino en otra parte: en la experiencia, en lo existencial, la especie de adicción al peligro que los arrebata a los dos, la autoinmolación en aras de una causa que consideran trascendente. También sus padres se asemejan más de lo que se podría creer: los dos eran “publicistas” (siglo XIX) o periodistas (siglo XX), apasionados por la política y por las mujeres, “defensores de la ciencia, pero creyentes en los espíritus”, ambos adoraban a estos hijos en quienes veían encarnados sus ideales.

¿Por qué la última “misión secreta” de Vicki es encontrarse con Dominguito?

-Quizás porque ambos tienen que aprender a ser huérfanos y a desprenderse de estos padres de personalidades abrumadoras sin tener ya que demostrarles nada. Pueden dejar de ser hijos, después de haber cumplido con lo que creyeron su deber en “el reino de este mundo”. Pueden re-nacer, ser, simplemente, fuera del tiempo.

A modo de apartado final, en Así los trata la muerte, María Rosa Lojo incluye, bajo el título Lecturas seleccionadas, las referencias bibliográficas con las que ha puesto en diálogo cada una de sus ficciones. En Huérfanos. 1886, por ejemplo, las citas van desde Anderson Imbert con su Genio y figura de Sarmiento, El último caso de Rodolfo Walsh de Elsa Drucaroff, pasando por Michael McCaughan con Rodolfo Walsh: Periodista, escritor y revolucionario.1927-1977, Oración: Carta a Vicki y otras elegías políticas de María Moreno y obras de Domingo Faustino Sarmiento, entre ellas, sus Memorias y La vida de Dominguito. “La bibliografía selecta al final del libro muestra muchas de las fuentes que consulté”, dice Lojo. El corpus entero comprende más de cien obras. No es una simple formalidad, sino justamente a lo que hacíamos referencia al principio sobre el modo en que la autora concibe la literatura y su propia familia espiritual, en el sentido griego del término.

¿Encontrás tensiones entre investigación y ficción al escribir libros de este tipo?

-No, más bien encuentro una complementariedad necesaria. Las lecturas de toda clase que siempre hago, no solo históricas sino antropológicas, sociológicas, filosóficas, literarias, no se oponen a la ficción sino que la alimentan. Al investigar construimos los andamios, armamos un tejido de conocimientos que va a sustentar nuestro proceso creativo y del que se verá emerger, como la punta de un iceberg, solo aquello que se requiera explicitar. Escribir estos textos exige información, pero esta debe ser elaborada dentro de las pautas de la propuesta narrativa. En la ficción histórica trabajamos esos ricos e imprescindibles materiales con recursos artísticos, armamos una imagen estética del pasado o incluso, en este caso, una proyección fantástico-sobrenatural del futuro. Los conocimientos se ponen al servicio de una creatividad que no está regida por la metodología historiográfica ni por su pacto de veridicción. No hago libros de historia, sino obras literarias que aspiran a ser juzgadas como tales, que ya constituyen un fin en sí mismas. Pero eso no implica ni justifica la ignorancia, algo que no podemos permitirnos quienes ideamos esta clase de ficciones.