Michel Foucault afirma en su célebre obra Vigilar y castigar que las prisiones no disminuyen la tasa de criminalidad, sino que, por el contrario, provocan más criminalidad y más reincidencia. Dice que la prisión no puede dejar de fabricar delincuentes y que el tipo de existencia que llevan los detenidos al interior de las cárceles (aislados en celdas o realizando trabajos inútiles) implica no pensar en la persona en sociedad y crear “una existencia contra-natura, inútil y peligrosa”. En estos lugares, concluía, el sentimiento de injusticia experimentado se constituye en una de las causas que tornan más indomable su carácter, pues allí se experimentan sufrimientos que la ley no ha pensado ni previsto.

Es interesante ver de qué modo a lo largo de los años la gran mayoría de las y los estudiosos del tema coincidieron en que raramente la prisión logra sus fines legalmente propuestos de resocializar, rehabilitar, reinsertar a una persona que cometió un delito. También podríamos recurrir a la estadística y ver que año tras año ha crecido el encarcelamiento de determinados grupos de personas imputadas de cometer ciertos delitos: generalmente las personas más vulnerables y por ilícitos que, si bien pueden ser graves, son los más sencillos de descubrir. Raramente encontremos en prisión a empresarios poderosos por delitos económicos. La cárcel, claro está, es un infierno selectivo. Pese a esta realidad que echa por tierra y destartala la parábola de la puerta giratoria, la conflictividad social y también aquello que comúnmente se denomina inseguridad sigue en franco aumento.

La cuestión entonces es ¿por qué se sigue insistiendo con el derecho penal y en la cárcel cómo herramientas estelares? ¿Por qué cada vez esta solución es la más optada y pretendida por la sociedad y el Estado? ¿Qué esperamos verdaderamente de estas violencias?

Vamos a arriesgar algunas hipótesis para estas preguntas: la sociedad sabe que existe la cárcel, la policía y el sistema penal, pero no siempre conoce cómo funcionan y se interrelacionan estas instituciones. Tal vez sea despreocupación o falta de interés; quizás en el fondo se imagina lo que ocurre, pero se elige callar. También cabe la posibilidad de que exista miedo, dolor o venganza.

No desconozco que la política y los medios masivos de comunicación tienen una gran influencia, tampoco que la justicia detenta un rol determinante en esta temática, pues, al fin y al cabo, es la que decide dar paso o no al poder punitivo del Estado. Como vemos, hay políticos, fiscales y ciudadanos exigiendo más castigo y jueces cada vez más dispuestos a otorgarlo. El populismo punitivo es una realidad impulsada desde abajo y desde arriba, por ricos y pobres, estatales y privados, jóvenes y adultos, pero, como se dijo antes, el castigo es dolor sufrido sólo por algunos y en nombre de muchos.

Cada vez con mayor ímpetu se busca que la fuerza y la violencia sean la solución a los conflictos y no parece haber lugar para otros abordajes. ¿Qué rol juega la justicia penal? Aquí debemos señalar que la justicia penal nunca resuelve un conflicto, sencillamente porque no está creada para eso; su fin es determinar la aplicación del castigo (además, cómo y por cuánto tiempo). Por otro, las medidas cautelares o de control que se pueden imponer no logran ser supervisadas por las fuerzas de seguridad: ¿Cuántas personas se necesitan para controlar los miles de restricciones y prohibiciones que se imponen día a día a partir de simples denuncias? Toda esta hipertrofia penal implica un gasto exorbitante que bien podría y debería ser destinado a políticas sociales y abordajes inclusivos y culturales que mitiguen las violencias y permitan arribar a soluciones basadas en consensos. Solo las cuestiones graves deben tener un abordaje penal.

El mayor triunfo del sistema penal es generar dependencia, crecer y crecer, y cada vez necesitarlo más. Cada vez nos imaginamos menos sin él, cada vez somos más presos de su lógica vindicativa. Tal vez haya que pensar en la posibilidad de que un día el sistema penal sea mínimo y tenga la posibilidad, el tiempo y las ganas de ser justo, de no ser selectivo, de no ser cruel. Mientras tanto, siempre estaremos dando una excusa para que continúe bajo la misma racionalidad. Mientras tanto, cada vez tendremos más violencia, más delito, más cárcel y más sistema penal. Así, quizás el sistema penal está simulando una solución cuando en realidad está ocultando el problema.

*Profesor adjunto de Criminología. Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).