En escena, formación decareana época años veinte: dos violines y un piano; dos fueyes y un contrabajo. Entre el público, un histórico: el violinista Eduardo Walczak, cumpliendo sus primeros 92 años de vida. Resalta el hombre en primera fila, rodeado por japoneses fanas del tango, amigos, familiares y un Tasso lleno, si se observa en picada hacia atrás… el Sexteto Mayor está a pleno. “Qué bueno que se pueda volver a escuchar la música en vivo, y que podamos disfrutarla escuchando tangos”, se entusiasma el presentador, al tiempo que anuncia un nuevo concierto para este viernes a las 21 en el espacio de Defensa 1575. Acto seguido, la agrupación fundada por José “Pepe” Libertella y Luis Stazo allá por abril de 1973, cumple con una apertura bien power, bella además, de “Invierno Porteño”, de Astor Piazzolla y de ahí en más, un baldazo lleno de solidez sónica derrama sobre oídos y cuerpos, hasta el ardor de la última vela. “Es grande la alegría de reencontrarnos con el público y también volver a tocar con los compañeros. Hemos realizado varios streamings durante la pandemia, pero la normalidad es otra cosa”, dirá el contrabajista Enrique Guerra, una vez consumado el hecho artístico que, en hora y media, alterna con autoridad de sobra otras gemas del tiburón marplatense –sobresaltan “Oblivion” y “La muerte del ángel”--, con un mix leperogardeliano que entrelaza “Volver” con “El día que me quieras” y “Golondrinas”, más composiciones propias.

Resaltan entre ellas, “La puñalada”, milonga que otrora la rompiera en Japón y alrededores; “Lluvia de estrellas”, “París otoñal” y la onírica “Pasión y tango”. “Son las versiones originales, pero cada músico le agrega su impronta, su personalidad y sus rasgos particulares en la interpretación”, comenta al pasar Juan José Libertella, hijo del fundador, que se hizo cargo del manejo ejecutivo de la agrupación desde la muerte de su padre a fines de 2004, y la posterior partida de Stazo hacia Alemania. “El sexteto conserva su sonido, porque sigue tocando los arreglos originales escritos por mi padre y por Stazo. Al tratarse de un grupo instrumental, solo se hicieron arreglos nuevos cuando se grabó el disco con Raúl Lavié en voz. Se hicieron diez arreglos, pero siempre tratando de mantener el estilo del grupo”, cuenta.

Truena Piazzolla en la noche por varios motivos. El principal es su centenario, claro. Pero no se puede desligar la prosapia piazzollera del sexteto por el que –viene al caso-- pasaron Fernando Suárez Paz y “Kicho” Díaz. No solamente alistó siempre Astor entre las influencias del conjunto, sino que también éste ganó un Grammy Latino por el disco Homenaje a Piazzolla, que recorrió el mundo a bordo de un sonido maravilloso. Otra pieza que brilla en la noche –dada la prosapia boquense del grupo, claro-- es el vals “Desde el alma” y la intervención de un violín que marca otro punto álgido en la vuelta al vivo del Sexteto: el cumpleaños de Walczak. “Para mí es un referente en todo sentido”, asegura su colega Pablo Agri, reemplazante de otro miembro (casi) fundador --Mario Abramovich--, desde 2014. “Mi padre Antonio tenía a Eduardo entre sus preferidos, y a mí me parece que tiene una forma única de tocar, con un vibrato muy personal, hermoso”, destaca el director de la Camerata Argentina. Su par César Rago, reemplazante ocasional de Walczak en los vivos, asegura que la primera vez que compartió escenario con el cumpleañero sintió “tocar el cielo”. “Enseguida comprendí que Eduardo no sólo era un muy gran violinista, sino que era una persona especial, siempre atenta, siempre con alegría y ganas de tocar… alguien muy generoso”.

Alegre, generoso y espontáneo precisamente se muestra Walczak desde su mesa en primera fila. Agradece, tira algún que otro chiste, alguna que otra travesura en Re menor al violín, y deja entrever la torta que los músicos deglutirán, terminada la función. “Eduardo es el ejemplo de vida y de profesionalidad que todos tenemos. Un ídolo”, se manifiesta Rago, también contrabajista de la orquesta de Nicolás Ledesma.

Lo propio hacen Mariano Cigna y Fulvio Giraudo, bandoneonista y pianista. El primero lo destaca como un “referente para todos los músicos del género”, mientras que Giraudo habla del músico noventañero que llegó al Sexteto en 1983 como un “ejemplo de vida”. “La primera paga de la música es la música en sí y, viendo una persona feliz como él, que dedicó toda su vida a la música, no hace más que confirmar que uno está en el buen camino y que a la vida hay que disfrutarla”.

Esto es, parece, lo que hace el Sexteto arriba y abajo del escenario. La aplanadora del tango --como le dicen, y bien— lo exterioriza en semblantes, sonrisas y dinámica escénica. Horacio Romo, director musical del grupo y también bandoneonista solista de la Orquesta Juan de Dios Filiberto, milita el compromiso desde que tomó la posta en 2005, tras el fallecimiento de Libertella, y un breve lapsus de Walter Ríos en su lugar. “Es por amor a la música que me comprometí a continuar con el proyecto del 'Pepe', y de Luis. Para mí es una gran responsabilidad”, subraya el capitán de este barco musical que maravilla cada vez que clava el ancla, sea el puerto del globo que sea. “Será por eso que dicen que somos los embajadores del tango en el mundo”, resume Libertella, desde la barra. Vuelta a tablas, Romo agradece al público por el silencio y el respeto, y se despide hasta el próximo viernes –éste— con una inspiradísima visita colectiva por “Canaro en París”. Lujo total.