“Viejo rincón de mis primeros años/ donde ella me batió que me quería/ guarida de cien noches de fandango/ en mi memoria viven todavía”, canta Gardel, el morocho del Abasto. Pero no estamos en el Abasto: estamos en el barrio de La Loma, La Plata, pago de casitas bajas, pocos negocios y calles silenciosas. En la cuadra de 23 entre 43 y 44, sin embargo, algo irrumpe en la quietud habitual de la noche de los martes. Algunas personas esperan en la vereda, otras atan sus bicicletas en distintos postes de luz. Se acerca un trapito, pregunta quién estacionó en la zona, se ofrece a cuidar los autos. La presencia del trapito en la noche de La Loma es una novedad y un indicador: ahí, sí o sí, se junta multitud. La gente espera frente a una puerta que parece la de un garaje cualquiera. No hay luces ni carteles que anuncien que algo especial se cuece, pero al abrirse el portón revela una sorpresa: un salón de más de mil metros cuadrados, con capacidad para aproximadamente mil quinientas personas, repleto de mesas larguísimas con manteles rojos, pista de baile, barra de tragos y comida, tubos de luz blanca como única iluminación, guirnaldas y un escenario en altura donde Raúl Gaggiotti toca el bandoneón junto a su orquesta de tango. Bienvenidos a “Lo de Raúl”, la milonga más grande del mundo.

Talonario en mano

“Hace unos meses atrás sostuve, a modo de hipótesis y seducido por los cantos de sirena de la hipérbole, que la milonga de Raúl Gaggiotti era la más grande de Argentina y (por lógica pura) la más grande del mundo. El martes pasado decidí darle a mi hipótesis un mayor rigor documental”, afirma Martín Obregón, historiador platense. “El lugar explotaba y fui hasta la taquilla para preguntarle al muchacho que atiende cuántas entradas había vendido. Tenía un talonario que iba por el 475. Me dijo que era el segundo, porque había arrancado con otro. Lo buscó, me lo mostró e hicimos la cuenta: 675 entradas vendidas. Un martes a la noche, sin publicidad y sin necesidad de que baje un micro con ochenta turistas japoneses. Si me dicen que hay en Nueva York, o en Londres, o incluso en Tokio, una milonga semanal que alcance ese número, me río de janeiro. No hablo de festivales ni de mega eventos; hablo de una milonga semanal, que se hace todos los martes, religiosamente. Cabe la posibilidad de que haya alguna en Buenos Aires o en algún lugar del conurbano, pero habría que demostrarlo talonario en mano. Mientras esas pruebas no aparezcan, me aferro cada vez más a la idea de que la milonga más concurrida del planeta está en La Plata, en el barrio La Loma”.

"Este lugar es como un tesoro guardado en el tiempo”, señala un cliente.

No hace falta que sea principio de mes para que toda la ciudad está presente. Hasta en los días que arañan el final del sueldo, los platos de comida casera son abundantes y baratos, hay ravioles con tuco, el clásico gratín de verduras, tarta, milanesa con papas fritas, flan con crema y dulce. El vino es rico y a precio popular. Todos vienen a bailar, escuchar tango, compartir una cena y sacudirse de encima el peso de la semana.

Raúl (podríamos nombrarlo como “Gaggiotti”, pero insiste en ser tratado como un amigo más) se acomoda en su silla, se toma el tiempo para reflexionar, saborear las palabras y su historia. Es un hombre de ochenta y tres años que todos los martes y sábados, sin excepción, se sube desde hace cuarenta años al escenario de su salón y toca con su orquesta, siempre a sala llena y frente a un público que lo adora. “Nosotros no necesitamos publicidad, no estamos en redes sociales, no traemos ‘artistas invitados’, no nada. Somos mi mujer, mis hijos, mi nieto y yo. En un momento me decían ‘invitemos a algún artista’ por el tema del público. Acá siempre hubo público. En el ‘88 empezamos con la orquesta y tocábamos tango, melódico, tropical, lo que se te ocurra. Y siempre hubo gente. Siempre, eh: de jueves a sábado, con los jueves para ‘la tercera edad’ y después con baile, tropical, cumbia y milonga. Iba ampliando el salón y más se llenaba. Este lugar es mi familia, fuimos comprando de a poco el terreno y armando el predio. Yo soy de La Loma de toda la vida, acá se instaló mi papá, Ángel, cuando vino de Italia. Trabajó como electricista, y por el oficio fue conociendo gente en el barrio, se hizo amigos que tocaban el bandoneón, y le fue picando la curiosidad a él también. Aprendió y me enseñó a tocar cuando yo tenía cinco o seis, y también me enseñó el oficio de electricista”, cuenta.

Aprender el oficio de electricista fue tan importante como aprender el de músico, porque Raúl consiguió cruzar los dos: corrían los sesenta, época de experimentación y vanguardia, un joven Gaggiotti tocaba en distintos clubes y soñaba con algún día tener un espacio propio. En ese momento, notó que la gente no tenía tanto interés en el “tango clásico”, entonces decidió fabricar sus propios instrumentos eléctricos, porque no llegaban los importados. “Primero fue una guitarra eléctrica, de madera. Con un compañero hicimos esa guitarra y el bajo que está en el escenario y usé toda la vida”, explica. Esta fue la antesala para el surgimiento del grupo con el que lanzó hits éxito de taquilla en Estados Unidos y México: “Los cuatro soles”, banda que se especializó en la canción melódica pero que, en su afán curioso, incursionó en ritmos como el vals peruano, el bolero, y un tango “más moderno”.

"Yo creo que la gente nos elige porque acá encuentran algo humano”, dice Raúl.


El mérito es mío

Raúl toma un vaso de vino. Hace ya varios años fue distinguido como ciudadano ilustre de la ciudad, y el reconocimiento y el cariño de su público le permiten hablar como una persona realizada, satisfecha con el trabajo de toda una vida. Entre pícaro y arrabalero, suelta: “Que venga Luis Miguel a tocar como invitado, que venga, pero que se quede cuarenta años y siempre llene, sin publicidad, sin nada. A ver qué pasa. Es un mérito que la gente venga, no quiero sonar fanfarrón, pero el mérito es mío, para qué mentir. Yo quiero que respeten este lugar. Soy un trabajador, levanté el salón con mis manos, con la plata de mis trabajos en la construcción y con la ayuda de toda mi familia. Nunca invité a ningún otro artista, y los sábados tenemos ochocientas personas como mínimo. Con mi orquesta tocamos con el corazón, y toda mi familia acompaña y sostiene este proyecto. Yo creo que la gente nos elige porque acá encuentran algo humano”, concluye.

“Cuando agarro estos cubiertos siento que estoy sosteniendo un pedazo de historia de la Ciudad de La Plata”, dice a las risas un chico de unos veinte años. “Empecé a venir casi todos los martes hace un año, por mis amigos de la facultad. Es una tradición. Se come barato, rico, hay buena música, se baila. Es un ambiente en donde hay lugar para todos, es como una familia grandota. Hay un señor muy personaje que viene siempre, que tiene en el cuello un crucifijo enorme y usa una chombita Lacoste. A veces nos viene a dar charla a la mesa a nosotros, que somos pendejos y tenemos una onda completamente distinta, alternativa, si se quiere, de la facu de arte. El tipo tira unos chistes, pregunta si alguien quiere acompañarlo a bailar. Hay muchos personajes hermosos acá, y mucho afecto. Si empezás a venir seguido te conocés con todos. Esa convivencia, esa mezcla entre generaciones, hoy en día, en un momento tan de lo individual, no es común. Este lugar es como un tesoro guardado en el tiempo”, señala.

Todos forman parte de la cofradía Gaggiotti: viejos, jovencitos, bailarines, cumpleañeros (el feliz cumpleaños es tocado entre cuatro y cinco veces por noche por la orquesta, que homenajea con ánimo a todas las personas que celebran su natalicio en lo de Raúl), chicos con tatuajes, arneses y el cabello de colores, señores de traje gris, camisa roja y look compadrón. Todos son bienvenidos a bailar en la milonga más grande del mundo.

“Lo de Raúl” (calle 23 n 564, La Plata) abre los martes de 20.30 hs a 1.30 hs, y los sábados de 21 hs a 4.30 hs.