El primer trimestre del año registró una caída de la actividad industrial del 2,4 por ciento de acuerdo al Indec. Esta baja fue encabezada por la industria textil, que descendió un 17,2 por ciento en ese lapso y 18,0 por ciento en marzo, derrumbando la producción de uno de los sectores clave de la economía, compuesta por 15.000 establecimientos productivos, mayoritariamente pymes, que dan empleo a 170.000 trabajadores, aunque con un 70 por ciento en condición de informalidad. En consecuencia, desde la llegada al poder de la Alianza Cambiemos se registró en esta industria el despido de 3345 operarios registrados y la suspensión de otros 11.720 según estimaciones del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), y de un total de 15.000 trabajadores formales e informales de acuerdo a la Fundación Pro-Tejer.

Roberto “Poroto” Marquínez, titular de la textil Ricetex y directivo de la Confederación General Económica (CGE), que agrupa a cámaras pymes nacionales, explicó a Cash que “el año pasado la caída fue estrepitosa, cercana al 40 por ciento, y lo que vemos es que no repunta”. Para Marquínez, la textil es una industria no competitiva frente a la producción de Oriente, pero la fuerte inflación y pérdida salarial castigó al consumo interno, que sostenía el funcionamiento de la industria. La crisis de este rubro, que no distingue a las pequeñas empresas de líderes como Alpargatas, Pampero, TN&Platex, Guilford, Coteminas, Hilados I y II, Unisol, Broderie Suizo-Argentina o Felsom, todas las cuales anunciaron cierres de plantas o importantes recortes de sus plantillas, está directamente relacionada con la caída del consumo masivo y la apertura a la competencia importada. Estas dos medidas son ejes principales de la política económica llevadas adelante por el actual gobierno en su hasta ahora estéril cruzada contra la inflación. De hecho, de acuerdo a un estudio del CEPA, entre diciembre de 2015 y marzo de este año se contabilizaron 141.542 despidos, mientras que según el Centro Cifra la caída salarial promedio fue de 6,5 por ciento, lo cual resintió fuertemente el mercado interno, provocando que las ventas textiles descendieran de 500.000 toneladas en 2015 a 425 mil en 2016 según la Fundación Pro-tejer. A este cuadro se sumó la apertura importadora, que según Pro-tejer mostró en 2016 un incremento del 6,7 por ciento en el volumen de toneladas, y de acuerdo a la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria una suba del 78 por ciento en prendas de vestir solo en este primer trimestre.

La respuesta del equipo económico a este sensible cuadro no tuvo que ver con mejorar el empleo e ingreso de trabajadores ni con limitar la competencia importada, sino con una serie de disposiciones inconexas como la vuelta sobre sus pasos en el retiro de los planes de doce cuotas sin interés, -aunque reduciéndolas a seis-, la puesta en marcha del Programa de Transformación Productiva (TPT) de subsidios y capacitaciones para que empresarios y trabajadores abandonen sus actividades y se incorporen al sector “dinámico” de la economía, -que posee caídas similares a los de la industria textil-, y el envío al Congreso de un proyecto de ley para reducir las cargas patronales, intentando reeditar la experiencia de los noventa en la que se desfinanciaba la seguridad social para intentar ganar competitividad. 

Marquínez indicó que “el plan de reconversión es una utopía, la idea de que de la noche a la mañana trabajadores y empresarios podemos dedicarnos a otra actividad. Y lo de las cuotas y las cargas patronales son apenas paliativos, pero no pueden por sí solos revertir la tendencia”.

El cuadro actual contrasta fuertemente con el experimentado durante el gobierno anterior, pues si bien de acuerdo a ProTejer entre 2013 y 2015 el rubro textil había experimentado una caída en la actividad del 10 por ciento, ésta había sido en relación a años que habían marcado un crecimiento record, luego de tocar su mínimo histórico en 2002. Según datos de esa entidad empresaria y el Ministerio de Industria, entre 2003 y 2013 este rubro alcanzó un crecimiento del 160 por ciento en su nivel de actividad, porcentaje que no solo contrastan con los de la actualidad, sino con lo experimentado por el sector durante la década del noventa. 

En el trabajo de Flacso “La industria argentina durante los años noventa” de Daniel Azpiazu, Eduardo Basualdo, y Martín Schorr, durante esa década se manifestó una “muy acentuada involución productiva de ciertas actividades vinculadas a los bloques textil”, señalando que “los aportes relativos a la producción total de la fabricación de productos textiles y de prendas de vestir y pieles disminuyeron entre 1993 y 1999 un 32 por ciento y un 23 por ciento”. En este sentido, los censos industriales de 1994 y 2004 arrojaron que los establecimientos textiles y de indumentaria se redujeron en un 19 por ciento, mientras que los obreros textiles disminuyeron en un 27 por ciento y los de indumentaria en un 14 por ciento.