Uno en Caballito, el otro en La Plata, Charly García y Federico Moura nacieron el mismo día: 23 de octubre de 1951. Pero, durante mucho tiempo, sólo pareció unirlos nada más que la fecha de natalicio: en los principios de los ’80, aún bajo dictadura, representaban a dos generaciones completamente distintas. Después de experiencias previas, Virus --ya con Federico al frente-- vino a sacudir todo un ideario acerca de la “cultura rock doméstica”: aquel que tenía a Charly como uno de sus estandartes.

Los dos tenían la misma edad. La diferencia medular quizás haya estado en cómo habían vivido la década anterior, los 70’s y sus juventudes plenas en un contexto social, político y cultura complejo: García expandiéndose con Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán entre la popularidad y la censura (entre la mesa de Mirtha Legrand y las proscripciones de Paulito Tato); Moura en el camino exactamente inverso, lanzado a viajar por el mundo después de experiencias platenses sin despegue como Dulcemembriyo y Las Violetas, y la detención-desaparición de Jorge, su hermano mayor, secuestrado por un grupo de tareas en marzo de 1977.

Charly ya se había sentido interpelado por la corriente renovadora en 1980, un año antes de la aparición de Virus: “Mientras miro las nuevas olas... yo ya soy parte del mar”, pecheaba en “Bicicletas”, tercer disco de Serú Girán. Dos años después, justo entre la transición de Serú y su arranque solista con “Yendo de la cama al living”, Virus y Los Violadores compartieron una entrevista que la revista Expreso Imaginario jamás publicó. “Al que lo veo rarísimo haciendo new wave es a Charly García. Se mueve tan mal... En un punto, lo veo como al más punk de todos... pero sin poder ser punk nunca”, disparaba Moura en mayo de 1982, plena guerra de Malvinas, hablándole a un grabador en el subsuelo de un bar sobre Callao. De ese encuentro es la circulada foto en la que Federico se apoya junto Pil Chalar, Stuka y su hermano Julio sobre un afiche en favor de la guerra, con un Falcon estacionado detrás. Una imagen de protesta sin decir absolutamente nada.

“Charly García, que no es el de la guía”, ironizaba Moura en “Me fascina la parrilla”. Es de “Recrudece”, el “disco maldito” de Virus, aquel de mucho fuego político y ningún “hit”. Pero Charly, pese a todo aquello, los bancaba. En entrevistas, y también en algún recital donde vitoreó a la banda. Es que García estaba comenzando a sintonizar con esos tiempos. A conectar con esa nueva generación que venía a cuestionar y a destronar... la suya.

En simultáneo, Federico también iría asumiendo cambios y riesgos. Y los dos, como pocos de sus colegas, compartieron en esa etapa el interés no solo por hacer discos o shows, sino por “producir una obra”: desde intervenir en el estudio de grabación a proponer alguna acción performática sobre el escenario. Y todo lo que sumar a la mera factoría de canciones. El viejo axioma del diez por ciento de inspiración y noventa de transpiración que define a los genios de largo alcance.

Mientras Virus tomaba vuelo con “Agujero interior” a fines de 1983, Charly estaba entrando a la década recién a partir de “Clics modernos”, del año anterior. Se sucedieron “Piano bar”, la experiencia con Pedro Aznar tras el paso en falso junto a Luis Alberto Spinetta y luego “Parte de la religión”. Este último, grabado en 1987, mientras Virus hacía lo propio con “Superficies de placer”. “En la ruta del tentempié”, una canción que García tocó poco y nada en vivo, tranquilamente podría haber estado en aquel otro disco sin que nadie notara la diferencia. Un “encuentro en el río musical” (como proponía Moura en su opus final) que geolocalizó al Brasil playero como posta fundamental para ambos: en Buzios nacieron Serú Girán y su primer álbum en 1978, mientras que en Río de Janeiro se craneo la última estela de Virus con Federico, en el ’87.

Un diario los había juntado a fines de 1985 con otros músicos del momento. Dos meses después, Charly García viajó a Córdoba especialmente para reencontrar a Federico. No estaba en la grilla del festival Chateau Rock, pero sí Virus.Y, desde las bambalinas, logró ser invitado a cantar. García y los Moura estaban atravesando, al mismo tiempo, una etapa de sintetizadores y recursos electrónicos. Pero aquella noche compartieron “Carolina”. Un rocanrol bailable del español Moncho Alpuente que Virus había grabado por sugerencia de Carlos Rodríguez Ares, su productor, fanático de Elvis. Significaba una revalorización estética de ese primer rock, que en Argentina se sembró con Sandro y Johnny Tedesco, a quienes Federico admiraba. Y, sobre todo, un empoderamiento del cuerpo como lenguaje político. Decisión que a Federico y a Virus les costó duras críticas en sus inicios. Pero, antes que ellos, al propio Charly en los primeros shows de Serú, donde el público y “la prensa especializada” cuestionaban que los músicos “se mueven mucho en el escenario”. Bailar era una herejía en el país donde el medio pelo, de golpe, se había puesto solemne.

Del rechazo al entendimiento. Y una despedida a tiempo, llena de amor: Adriana San Román, amiga de Federico y prima de Charly, recuerda cuando este último se enteró de la enfermedad que se terminaría llevándose al primero y, antes de que fuera tarde, fue a saludarlo de mejor forma posible. Con un beso en la boca.