En 1995 la FIFA indicó a todas sus asociaciones que debían contar con una competición femenina oficial y un seleccionado nacional para disputar las Copas del Mundo. Ese fue el puntapié para que la AUF (Asociación Uruguaya de Fútbol) pusiera el foco en todos esos equipos de mujeres que jugaban tanto en Montevideo como en el interior. Así comenzó la gesta: en enero de 1996 se organizó un torneo de fútbol 5 donde participaron ocho equipos y Aquelarre Cerro ganó la final. Después de esa experiencia se llevarían adelante otros certámenes piloto hasta que se fichó a las jugadoras para dar paso al Campeonato Inaugural. El primer torneo de fútbol femenino de la historia comenzó el 27 de octubre de 1996, el mismo día que Argentina y sólo 5 años después.

Ese año fue el más emocionante de la vida de Silvia Arébalo: salió campeona con Aquelarre, firmó su fichaje y se convirtió en la primera jugadora federada de su país pero sobre todo comprobó que los sueños, aun los más impensados, a veces se cumplen: jugar al fútbol podía ser cosa de mujeres.

Silvia vistió las camisetas de Huracán Buceo, Cerro, Rampla, Racing y Huracán de Paso de la Arena pero, como muchas futbolistas, su historia de amor con la redonda empezó jugando con su hermano y lidiando con la negativa de su madre. “Siempre recuerdo un regalo suyo, una muñeca, negrita, muy linda. Le arranqué la cabeza y la usé como pelota, ya que no querían regalarme una para mí”, puede contar ahora entre risas, aunque el desacuerdo de su mamá llegó al punto de cortarle el pelo “cortito, como un varón” para aleccionarla. “Yo decía 'debo tener algún problema, algo está mal', porque las nenas jugaban con muñecas y a mí no me gustaba, no era para mí”, recuerda. Inesperadamente, ese corte de pelo fue el que la invitó a soñar: una tarde estaba en la rambla donde entrenaban varios equipos de baby fútbol y un técnico se acercó a su padre y le preguntó si “su hijo” tenía club porque le veía condiciones y quería sumarlo a su plantel. “¡Qué vergüenza! El señor pensó que eras un varón”, la retó. Pero en ese momento ella se dio cuenta: algún día iba a ser jugadora.

La celeste y la celeste y blanca

La primera Selección Nacional de fútbol femenino de Uruguay se conformó en 1998 de cara al Sudamericano clasificatorio para el Mundial de Estados Unidos. Entonces el papá de Silvia era el entrenador de Cerro, el club donde ella jugaba, y fue el encargado del anuncio: “Negra, estás convocada para la Primera Selección”. Por fin iba a vestir la misma camiseta que su ídolo Enzo Francescoli y nada menos que en el mítico Estadio Centenario. Al igual que en Argentina, jugar en las canchas más importantes representa una disputa latente: ese equipo del 98 debutó oficialmente ante Canadá en el Centenario pero tuvieron que pasar 24 años para que las mujeres volvieran a pisar ese césped para un encuentro frente a Puerto Rico. 

Recién en 2019 el clásico Nacional-Peñarol se disputó en sus respectivos estadios. Hay diez clubes de Primera División: Nacional, Peñarol, Defensor Sporting, Liverpool, Atenas, Fénix, Danubio, Náutico, Racing y River Plate.  Allá como acá, la desigualdad es una cuenta pendiente, por dar un ejemplo: el Liverpool tiene 120 jugadoras y compite en todas las categorías desde hace cuatro años mientras que clubes como Miramar Misiones, formado en 2017, dejó de competir dos años después por falta de recursos.

Profesionalizar es la cuestión

En 2020 Nacional fue el primer club en profesionalizar a parte de sus jugadoras, y actualmente todo su plantel tiene contrato. Tal como en Argentina en 2019, fueron las propias futbolistas quienes impulsaron ese logro y hoy continúan trabajando por más visibilización y derechos. Pero las excusas tampoco distinguen fronteras: aquello de “el fútbol femenino no es atractivo” se dice de los dos lados del charco a la hora de hablar de difusión. Actualmente, en Argentina el Campeonato de Fútbol femenino de Primera División es transmitido por los medios públicos mientras que en tierra oriental, está a cargo de la empresa Tenfield y la cesión de derechos aún está en discusión. Silvia, por supuesto, descree de esa vieja máxima que dice que el fútbol femenino no es atractivo; para ella las mujeres tienen más técnica: “Nosotras nacemos con eso, no nos enseñaron”, fundamenta. A ambos márgenes del Río de la Plata el futuro va llegando con categorías inferiores donde las jugadoras se forman y desarrollan más y mejores herramientas. “A la larga vamos a ver que el fútbol femenino es igual o más atractivo que el de los hombres”, sostiene.

En esta Copa Libertadores Argentina es representada por San Lorenzo y Uruguay tiene a Nacional. Las uruguayas todavía tienen pendiente conseguir un lugar en la cita máxima del fútbol internacional, el Mundial. “A nivel sudamericano, estamos muy por debajo de Argentina y ni hablar de Brasil (N. de la R.: La Selección argentina participó en tres mundiales femeninos: 2003, 2007 y 2019, mientras que Brasil estuvo en todas las ediciones aunque aun no conquistó una Copa del Mundo). Acá hay jugadoras que forman parte del seleccionado y los fines de semana juegan al fútbol 5 en torneos donde tal vez una patada las pueda lesionar”, cuestiona Silvia. Hasta ahora, la mejor participación de las charrúas fue en el Mundial Sub-20 de Rusia 2006, donde conquistaron el tercer puesto del cuadrangular final, asegurando un lugar para los Panamericanos de 2008. 

Pioneras adentro y afuera de la cancha

Graciela Rebollo, la DT del Liverpool, es la única mujer al frente de un equipo de primera. “Siempre fuimos dirigidas por hombres –explica Silvia–. Pero ahora nosotras tenemos más herramientas para transmitir, la formación es distinta y está demostrado que podemos llevarlo adelante. Me gustaría que ocupáramos esos lugares”, se entusiasma, aunque a los 51 años, si le dan a elegir entre el fútbol 5 con sus amigas o ser entrenadora, elige sin dudar seguir pegándole a la pelota. Es que los años no hicieron que esta pionera se alejara de las canchas: además de las prácticas del fin de semana, también acompaña a su hijo al baby fútbol. “Somos muy unidos gracias a esta pasión. Además de ser del mismo equipo, estoy en todos sus partidos. Soy de esas madres que no sólo lo alientan, sino que también lo posiciono en la cancha y le doy indicaciones. Me salgo de la vaina, por eso tengo que irme del otro lado del alambrado”, cuenta. Para su familia, el fútbol es una manera de ver la vida, y la mejor enseñanza que puede darle es que la pelota no distingue géneros ni fronteras.

*Noelia Tegli.