7 prisioneros                  8 puntos

7 prisioneiros, Brasil, 2021.

Dirección: Alexandre Moratto.

Guion: Thayná Mantesso y A. Moratto.

Duración: 93 minutos.

Intérpretes: Christian Malheiros. Rodrigo Santoro, Vitor Julián, Lucas Oranmian.

Estreno en Netflix.

Al llegar a Sâo Paulo en la parte de atrás de una camioneta, Mattheus y sus compañeros enmudecen. Es como si no pudieran concebir, como si jamás hubieran siquiera imaginado la existencia misma de esos gigantes llamados rascacielos. Vienen de una zona rural precaria, lejos de todo, y no habían visto un edificio ni en fotos. “¿Qué tal Sâo Paulo?”, se ufana el chofer del auto, que les ofreció empleo estable en la ciudad, con alojamiento, comida, contrato y una buena paga. En realidad para ellos toda paga es buena, porque allí donde viven el único trabajo es darles de comer a las gallinas. “Está buenísimo Sâo Paulo”, ratifica el que maneja. “Van a ver lo bien que la van a pasar”. Coescrita y dirigida por Alexandre Moratto, 7 prisioneros hibrida -de un modo que recuerda fuertemente a la serie argentina Un gallo para Esculapio- el realismo social y el thriller. Más precisamente viaja de un registro al otro, con la historia de una traición como puente.

Tras su paso por los festivales de Venecia, Toronto y Tesalónica, el film que Netflix estrena internacionalmente este jueves logra integrar ambos registros sin que crujan. La clave, como en Esculapio, es la claridad de fines del realizador, que con una historia que se presta a hacerlo no cae en la manipulación, el golpe bajo o el miserabilismo. Y utiliza los códigos de género en beneficio de la película. Cuando Mattheus (el excelente Christian Malheiros, protagonista de Sócrates, ópera prima de Moratto) y los otros tres ponen pie en el desarmadero de Luca (siempre justo Rodrigo Santoro, a quien pudo verse en Leonera y, más recientemente, en la serie Westworld), empiezan a caer en la realidad. El alojamiento es un depósito, la comida hay que pedirla, el contrato no está y ya antes de desarmar el primer auto le están debiendo plata a Luca, que anda calzado y con un grandote a sus espaldas. Cuando comprenden que no viajaron del campo a la ciudad sino de la libertad a la esclavitud, Mattheus asoma como líder natural, un Espartaco dispuesto a conducir la rebelión. Pero las cosas no son precisamente fáciles. Entre otras cosas porque un oficial de policía les hizo saber, por si acaso, que sabe vida y detalles de sus familias. De las encerronas se sale por arriba, y es Mattheus quien pegará el salto.

Como la serie de Bruno Stagnaro, 7 prisioneros narra el modo en que las circunstancias modelan, a fuerza de cincelazos, a un joven del interior. No se trata de la fábula estadounidense del ladronzuelo de poca monta, que a fuerza de voluntad de poder y falta de escrúpulos asciende hasta lo más alto de la escala mafiosa. Un Tony Montana, para poner un ejemplo. La escala mafiosa como muestra deforme del ascenso social en la ciudad capitalista. 7 prisioneros no es sin embargo la historia de la construcción de un mafioso, sino la de un tipo que decide hacer lo que haya que hacer para adaptarse. Moratto, que narra con precisión y fluidez, no lo juzga ni condena. Lo observa pensar, evaluar, tomar decisiones y actuar. Aunque sus actos sean despreciables, claro: no se llega hasta ahí sin pagar un precio.

7 prisioneros expone el circuito de la venta y reventa de carne humana, que como en la esclavitud pasan de ser propiedad del chino del taller de costura ilegal al desarmador. Moratto no se queda en el plano de lo individual. Muestra el modo en que el submundo se imbrica con la política, con la presencia de diputado que es socio de Luca, y cómo lo hace con el conjunto de la sociedad. “Esos son los cables de cobre que nosotros pelamos”, le señala Luca a Mattheus desde un auto. Como cuando Scorsese sigue toda la ruta del dinero en Buenos muchachos, el montaje pasa del tendido municipal de los cables a las torres de energía y de allí a la megalópolis entera, iluminada en la noche. “Nosotros mantenemos la ciudad en pie”, remata el hombre que por diablo es sabio. Diablo menor, a la medida del estrato en que los personajes se mueven.