Brasil aprobó el trigo HB4: más resistente, tolerante a la sequía y productivo. La noticia, que recorrió los portales informativos del mundo, involucra a Argentina de manera directa: el avance fue desarrollado por especialistas del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral, en colaboración con Bioceres, la compañía local que tendrá la patente por dos décadas. El acontecimiento sumó un nuevo capítulo al debate que, desde hace décadas, se desarrolla en torno a la producción de transgénicos, la controversia con defensores y detractores a un lado y a otro de la grieta.

Desde una perspectiva productivista, la noticia es presentada como un hito: Raquel Chan, la investigadora del Conicet a cargo desde el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, es reconocida por buena parte de la comunidad científica como una de las principales promotoras de una “auténtica revolución en el campo de los alimentos”. Se asegura que esta tecnología –que incorpora al trigo un gen del girasol, el HAHB-4– podría ubicar a Argentina como uno de los principales faros en el campo de la biotecnología aplicada a problemas concretos; al tiempo que promete el ingreso de divisas y la generación de miles puestos de trabajo.

“A partir del sistema científico público y con un presupuesto bajo en comparación al que tienen las multinacionales como Monsanto (ahora Bayer), desarrollamos una tecnología que otros no pudieron. Logramos que las plantas produzcan más con menos agua”, explica Chan a Página/12. Y agrega: “Siendo que el agua es el recurso más valioso, desperdiciarla menos y generar más alimento constituye un acontecimiento muy importante para la ciencia argentina”. Además del trigo, la soja modificada por Chan y compañía aguarda una aprobación similar en China.

El avance es el producto del trabajo colaborativo entre el Estado y una empresa. “Tuvimos la inteligencia de asociarnos con Bioceres, con la que conformamos una asociación público-privada”, explica Chan. De los más de sesenta transgénicos que se siembran en el territorio, solo tres son argentinos: la papa resistente a virus, el trigo y la soja HB4. Los demás fueron elaborados por multinacionales. Este “lo desarrollamos nosotros, desde acá. Tenemos que estar contentos. Sirve para ver que la ciencia argentina puede hacer grandes cosas. Me apena que mucha gente no lo vea así”, acota.

El trigo modificado es resistente al cambio climático y sus fenómenos extremos, como sequías e inundaciones. Los especialistas sostienen que la seguridad alimentaria está en juego y, con el incremento demográfico que se proyecta para las próximas décadas (se podría alcanzar los 9 mil millones en 30 años), constituye uno de los principales desafíos que atiende la ONU. La tecnología no solo reduce las pérdidas ante el déficit hídrico, sino que otorga previsibilidad a los productores que incrementan su rendimiento.

La salud del ambiente y de los pueblos

El trigo modificado fue aprobado en Argentina en 2020, aunque su desarrollo estuvo atado a la aprobación que recién se produjo en Brasil, que compra el 85 por ciento de lo que se cultiva. En aquella ocasión, más de mil personas –entre ellas cientos de Investigadores del Conicet y de universidades públicas– firmaron una carta de rechazo enviada a las autoridades gubernamentales. Ana María Vara, docente e investigadora de la Universidad Nacional de San Martín, matiza el tono del éxito. “La tolerancia a sequía es promisoria en el marco de las incertidumbres derivadas del cambio climático. Este trigo tolerante a sequía y al glufosinato de amonio es un desarrollo local, lo que en cierto modo disuelve una de las primeras críticas a los transgénicos: que eran desarrollos de las grandes empresas trasnacionales, como Monsanto”, sostiene la especialista en temas de ciencia y sociedad.

Desde el punto de vista de los detractores, el trigo transgénico es definido a partir de los riesgos que provoca: el glufosinato de amonio, que se utiliza con el trigo modificado, es tóxico y está prohibido en diversas naciones. "Los transgénicos son una de las tecnologías más resistidas en el mundo. En Argentina, la oposición comenzó incluso antes de la aprobación del primer cultivo transgénico, la soja tolerante al herbicida glifosato, pero solo tuvimos una controversia, debido a una resistencia que alcanzó cierta magnitud, unos diez años después. Pero hay otra crítica importante que este trigo transgénico no resuelve: que favorece el uso de agroquímicos, también llamados, razonablemente, agrotóxicos”, señala Vara.

Para Guillermo Folguera –biólogo, filósofo e Investigador del Conicet– los interrogantes son múltiples. “En tanto hablamos de un cultivo asociado a un herbicida, ¿qué significa para la salud el glufosinato de amonio multiplicándose en nuestro territorio? ¿Qué implica su interacción con otros químicos, como el glifosato o el arsénico que generan una toxicidad alta, evidenciada en los pueblos fumigados?”, se pregunta con énfasis y comparte su preocupación por la salud de los pueblos que viven lindantes a esos territorios en los que se cultiva; víctimas directas de un modelo de agronegocio que se basa en la liberación descontrolada de químicos al ambiente. “No sabemos lo que comemos: una enorme cantidad de estudios ha demostrado la presencia de agrotóxicos en lo que comúnmente consumimos”, destaca el miembro de la Unión de Científic+s Comprometid+s con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina.

Los científicos y las científicas consultados refieren, además, los efectos ambientales, porque la técnica del HB4 implica una presión sobre la deforestación. “También afectan a los polinizadores, tal como viene denunciando la Sociedad Argentina de Apicultores. Toda la dinámica del ecosistema se ve alterada y se advierte una pérdida en la diversidad de la matriz productiva”, expresa Folguera. Como corolario, argumentan que los productos químicos encarecen la producción, por lo que culminan por favorecer a los grandes actores del campo y la concentración de las tierras.

Las respuestas de Chan

Si alguien hubiera encontrado algún recibo mío emitido por Bioceres o por Monsanto, ya me hubiesen escrachado. No lo encontraron porque no lo hay. Trabajo con ellos, pero conservo mi libertad de expresión. Desarrollo productos con tolerancia a sequías, no vendo herbicidas”, se defiende Chan. “La agricultura extensiva en Argentina usa herbicidas que, por definición, son algo que mata, son una porquería. El asunto es que se fumiga en condiciones inadecuadas y los tóxicos llegan a las áreas urbanas. Lo que falta es el control suficiente para que ello no ocurra”, señala.

Jamás podría defender que se fumigue una escuela. También hay una deuda de la ciencia: no logramos hacer algo mejor. Confieso que es difícil porque se requiere de algo que elimine las malezas y al mismo tiempo sea inocuo”, reflexiona. Y finalmente, expone otros dos argumentos que intentan despegar el avance científico de la aplicación realizada por los productores. “El cultivo de trigo transgénico se puede hacer sin glufosinato. Si a los productores les rinde mejor con el herbicida, no puedo evitar que compren, salvo que exista una ley que lo regule. En segundo lugar, la manipulación genética existe en muchos procesos: nunca vi a la gente quejarse cuando le trasplantan un hígado. No entiendo por qué trasplantar un solo gen de una planta a otra les hace tanto escándalo”, remata.

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