Como un golpe de rayo Promediando los ‘70, la psicodelia menguaba y los popes del pop pasaban a un estadío más contemplativo, hacia compromisos radicalizados, un regreso a las raíces bluseras o un jipismo tendiente a la austeridad. Eso antes de enterrarse de bruces en una montaña de merca. La historia de los movimientos musicales es, como la de casi todas las artes, la historia de respuestas generacionales a un paradigma gastado. Entre los años adustos de Nixon y la constipación inglesa circa Thatcher y las dos Alemania, en el bajofondo se gestó el glam o glitter: un rock and roll que ya entendía de lo sinfónico y lo blusero, que ya había pasado por la sexualidad libre y las drogas, y que quería retomar un plan de impacto visual. Cómo ocurrió y quiénes protagonizaron el movimiento es de lo que el crítico y teórico Simon Reynolds se ocupa en el último tomo de Caja Negra, con David Bowie bajo el reflector cenital y Lou Reed, Marc Bolan, Brian Eno y Alice Cooper en las troneras.

Fue mala idea conquistar Formosa ¿Deep web, bitcoins y maniobras orquestadas en la oscuridad? Está recontra trillado que la realidad supera a la ficción, pero igual de indudable es que ésta anticipa las noticias. Poco antes del caso reciente del megahackeo, gigahackeo, terahackeo (¡metahackeo!), el juvenil escritor y mateador Leandro Radusky montó en su ágil novela Fue mala idea conquistar Formosa (Hormigas Negras) una historia en la que, en plena ronda de faso, unos foristas flashaban una Formosa separatista, se financiaban vía donaciones de bitcoins para hacer acciones directas allá y terminaban en la pileta de Alejandra Maglietti y en un bardo de dimensiones considerables. Es el estilo intrépido y de vuelos coherentes de este ciencista de la computación y casi químico biológico lo que mantiene a flote un relato con una premisa más sólida de lo que el delirio insinuaba, aunque a veces se empantana y pudo haber hecho una pausa antes de ese abrupto y casi arbitrario desenlace.

Crónicas abiertas Hace más de una década, luego de la masacre de Cromañón, los espacios para conciertos se redujeron y la cosa se puso creativa para montar toques en cualquier sitio y condición. Algo de eso rebotó en el estudio suburbano del Arbol Caído años después, en torno de 2011, cuando la movida de los ensayos abiertos se volvió fecunda. Mariano Villasante, el anfitrión de aquellos trips, se convierte acá en narrador de anécdotas protagonizadas por músicos que aportaron lo suyo a la mítica indie, punk, experimental y rockera en general del sur del conurbano bonaerense. Amplis fundidos, faso prensado, heladeras vacías, dibujos a lápiz y recitales de todo tipo, para tres o para cuarenta. Y en el medio de toda la música y todo el caos, apostillas personales de Villasante, de una vida que se va refundando fuera del estudio. El tipo no es escritor y se le perdonan las pifias, pero la data es de primera mano y tiene la picardía del busca cultural, del que siempre encontrará escenario.