Los retratos en miniatura, pintados a pequeñísima escala, surgieron en las cortes europeas en el siglo XVI, y solían encargarse para uso personal: servían como muestra de admiración, de respeto -con fines diplomáticos-; también oficiaban de recordatorio de seres queridos, mucho antes de que existiese la fotografía. Eran, además, la mar de prácticos al ser fácilmente trasladables, y alcanzaron gran popularidad en Gran Bretaña, también en el naciente Estados Unidos. Fue allí donde, a fines del siglo XVIII, principios del XIX, en Connecticut, dos mujeres descollaron en la labor, “hermanas con excelente pulso y buen ojo para el detalle”, según anota la revista cultural Smithsonian, que recupera a estas dos ilustres casi, casi desconocidas. Se trata de Mary Way (1769-1833) y de Elizabeth Way (1771-1825), artistas profesionales, pioneras, cuya obra se exhibe hoy en el Museo de Arte Lyman Allyn, en New London, en una muestra bautizada The Way Sisters: Miniaturists of the Early Republic, en curso hasta el 23 de enero del año que viene.

Charles Holt, 1800, de Mary Way

“Esta es la primera exposición en un museo que se centra en las hermanas Way, y que incluye objetos que nunca se han mostrado públicamente”, destaca la curadora Tanya Pohrt, señalando que ambas mujeres miniaturistas “hicieron contribuciones duraderas al arte y a la historia de la entonces joven nación”, amén de “combinar técnicas tradicionales de dibujo y acuarela con bordados, costura y collage de telas”. Además de trabajar mancomunadamente, y por encargo, en acuarela sobre marfil, también en pinturas al óleo, las muchachas autodidactas solían “vestir” a sus minuciosos retratos con telas y otros pitucos adornos, que daban un efecto tridimensional a sus requeridas obras. Piezas muy solicitadas entre la élite de Connecticut, abiertamente encantada con las codiciadas representaciones liliputienses del dúo, que dominaba los rasgos faciales, logrando definiciones delicadas de nariz, cabellos, labio, mentón, frente, pestañas, oídos…

Portrait of a Girl, 1790s

Cabe decir que, en cierto momento, los rumbos de las hermanas se separaron. Elizabeth, la menor, se casó y siguió creando retratos pequeñitos a pedido, hasta su repentina muerte en 1825. Mary, la mayor, nunca contrajo nupcias, logrando sostenerse a sí misma a través de la venta de sus obras, también gracias a la enseñanza. Primeramente en la escuela para señoritas que fundó en 1809; luego dando clases en Nueva York, donde se instaló solita su alma durante casi una década, hasta que empezó a perder la visión y se vio obligada a retornar a Connecticut para ser asistida por su familia.