Se llamaba Lucas González, tenía 17 años y volvía con sus amigos de un entrenamiento de fútbol. Seguramente iban riendo, charlando, haciendo cosas de pibes de 17 años. Lucas los había llevado para que se probaran en las inferiores del club Barracas Central. Regresaban a sus casas con la ilusión, quizás, de tener una oportunidad en este mundo tan desigual, un futuro mejor para ellos y sus familias. El auto en que viajaban fue intersectado por policías que no se identificaron. Los chicos, asustados, intentaron esquivarlos pensando que se trataba de un asalto. Ellos les dispararon y asesinaron a Lucas.

La pesadilla de estos pibes no terminó ahí. La discriminación sistematizada y avalada quedó en evidencia inmediatamente después de que Lucas recibiera los disparos: los amigos, aterrados por la situación, pidieron ayuda a dos mujeres policías y fueron detenidos. Estuvieron un día a disposición del juzgado de menores, porque la policía supuestamente había informado que se trataba de menores asaltantes y uno de ellos había sido abatido. Esta fue la declaración falsa que armaron, y algunos medios reprodujeron hasta que la verdad salió a la luz.

Al igual que cuando la sala se ilumina, y podemos ver el artilugio teatral, la confirmación del asesinato explotando en redes y canales enseguida reveló la hipocresía de muchxs conductores y panelistas de radio y TV, que días después de la muerte de Lucas comenzaron a actuar de indignados frente al caso de gatillo fácil. ¡Cínicos! A diario vomitan y reproducen prédicas de odio disfrazadas de opinión, y ahora dicen que toda la sociedad está alarmada. Los mismos que militan la mano dura. Y también quienes contribuyen estigmatizando constantemente, discriminando y criminalizando lo popular.

Ante una muerte tan injusta y evitable, también asistimos al espectáculo del género declaraciones de políticxs. A muchxs debería darles vergüenza. Mientras leía las noticias, no podía dejar de pensar en las palabras de José Luis Espert: «Para que los delincuentes empiecen a tener miedo tiene que haber algunos que terminen bien agujereados». «Meter bala».

Lo que más me sorprendió fue la postura de Marcelo D ́Alessandro, actual ministro de Justicia y Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que se tomó bastantes horas para salir a pronunciarse —en realidad, todo el día— y cerró su declaración con la siguiente conclusión: «Si tuviéramos las pistolas Taser, esta situación no hubiera pasado». Le hago una pregunta, señor ministro: ¿qué tiene que ver la pistola Taser en este asunto? ¡Mataron a un pibe inocente de 17 años! Acá la discusión es otra: si hubieran tenido oficiales preparados o formados en prácticas razonables, esto no hubiera pasado.

La muerte de un pibe en manos de la policía nos deja a todxs aturdidos, es cierto, pero también creo que nadie se sorprendió porque tristemente, no es una novedad: es un nuevo caso de gatillo fácil, violencia institucional y racismo estructural, todo ello ligado a un discurso de odio que lleva años propagándose.

Como sabemos, un discurso de odio no nace en un segundo, de la nada. Se construye, es la violencia simbólica que permite configurar nuestras mentes de manera violenta, discriminatoria y desigual. Está montado sobre todos los mensajes que sostienen, legitiman, refuerzan y reproducen violencia en cualquiera de sus formas. El discurso de odio trae consecuencias en la realidad de las personas. El estigma social se conforma a partir del prejuicio y la discriminación. Lamentablemente, la segregación está muy instalada en varios niveles, se monta en afirmaciones que, la mayor parte de las veces, son sostenidas por personas que desconocen por completo realidades ajenas a las suyas: ¡son negros!, ¡planeros!, ¡no quieren trabajar!

A mí no me lo contó nadie. Toda mi infancia vi esas miradas cargadas de desprecio a los chicos de mi barrio sentados en la esquina o por llevar esos conjuntos deportivos con zapatillas llamativas. Siempre se oían las mismas preguntas y afirmaciones: "¿De dónde sacaste esas zapas, negro cabeza? ¿Andás de caño? ¿Las robaste? Ojo, eh, nosotros sabemos cómo consiguen las cosas los negros como vos, te estamos vigilando".

Lucas es otro pibe que no podrá cumplir sus sueños. Para empezar a deconstruir esta triste realidad, el primer paso es pedir justicia. ¡Que paguen los culpables! Hoy me uno al grito por Lucas. Mañana, tendríamos que empezar a unirnos más quienes creemos que para frenar la violencia, quizá en vez de exigir más violencia, haya que combatir al odio.