A un año de la partida de Diego Maradona, las páginas de su leyenda son inagotables. Su historia son capítulos eternos de historia popular, que abarcan todos los estadíos del ser humano. Con su forma de ser, con su forma de jugar, marcó un antes y un después en el fútbol y en la vida de las personas. “Quienes pretenden dividir la vida de Diego son aquellas personas inflexibles ante el pecado ajeno. En cambio, me gustan mucho los reos como Maradona, que a veces se 'sarpan', que cometen pecados bastante graves, pero al final se constituyen en héroes populares por la forma en que consiguen esa clase de empatía para que nosotros podamos tanto sufrir como alegrarnos con ellos”, explicó Alejandro Dolina en un reportaje.

Fernando Signorini nació hace 70 años en la ciudad de Lincoln, en la actualidad trabaja como preparador físico de las Chivas de México –o “preparador de futbolistas”, como reza su descripción en twitter– y durante mucho tiempo acompañó a Maradona. Primero como su entrenador personal, desde 1983 a 1994, y luego integró el cuerpo técnico que formó el Diez, cuando estuvo al frente de la Selección Argentina en 2010. “El profe”, o “El Ciego”, como lo bautizó el mismo Diego, guarda un grueso anecdotario a su lado y parte de ese archivo, junto con la ayuda de Fernando Molina y Luciano Wernicke, decidió volcarlo en el libro Diego desde adentro.

“El libro nació porque alguna vez Fernando Molina, colaborador de prensa de Diego en el Mundial 2010, compartiendo un café y a través de un montón de anécdotas que yo contaba, me dijo que no me podía quedar con todo eso, que Diego era de todos y que, si había tenido el privilegio de estar junto a él, tenía que hacerle llegar eso a la gente”, cuenta Signorini desde Guadalajara a Página 12. “Cuando me dijo que tenía que escribir, me opuse. No soy un escritor profesional y mucho menos para escribir sobre algo tan importante como Diego. Y me habló de Luciano Wernicke. Nueve meses duró el embarazo del bebé al que le pusimos Diego desde adentro”.

Barcelona, Napoli, la Selección Argentina, todos puntos de encuentro y de partida, nuevas aventuras que Signorini atravesó al lado del máximo exponente del fútbol mundial. “Nuestra relación se pareció mucho a una avenida de dos manos. Yo lo ayudé mucho, pero él también a mí. Con su carisma y generosidad, Diego convirtió una vida ordinaria como la mía en una vida maravillosa. Yo soy alto, rubio, y de ojos celestes, pero todo se lo debo a un negrito villero”, cuenta en uno de los pasajes del libro que se titula Live is life.

–¿De quién aprendiste más: de Diego o de Maradona?

–Aprendí de los dos y en terrenos distintos. De Diego aprendí la realidad de los chicos que salen de condiciones socioeconómicas muy humildes y que tienen muy claro que a través del fútbol pueden hacer realidad los sueños de cambiarle el futuro a su familia y a ellos mismos. Aprendí el amor desmesurado que tenía por la pelota y por la camiseta argentina. De Maradona aprendí todo lo que tenían que enfrentar los chicos en el ambiente de un fútbol que cada vez se volvió más despiadado. Sobre todo, aquello ligado a la instrumentalización. El abuso que se hace de los jugadores y que nadie educa para que puedan tener un pensamiento crítico y a los que tratan de domesticar para que sean siempre prisioneros de un sistema que los absorbe, los domina y le impone su voluntad. Pero también fui testigo en la manera que Diego, primero, y Maradona después, hicieron lo posible para enfrentarse a ese poder, arriesgando no solo mucho de su carrera deportiva sino también de su salud.

–¿Qué te ayudó más en tu carrera: que Menotti haya accedido a que puedas presenciar los entrenamientos de Barcelona o la patada que le dio Andoni Goikoetxea a Maradona?

–Las dos. Si Menotti no me hubiera permitido acceder a los entrenamientos, no hubiese conocido a Diego. Y, por otro lado, si aun conociéndolo de antes, Goikoetxea no le hubiera dado esa brutal patada, él no habría encontrado argumentos para decirme que quería que me quedara a su lado para ayudarlo de ahí en adelante. Por otro lado, el tema de que iba a necesitar un cuidado más cercano, siempre lo había pensado, y mucho más después de esa lesión.

–¿Te tomó por sorpresa la muerte de Diego?

–Sabía que cuando sucediera no me iba a sorprender. En todo caso lo que más me sorprendía y asombraba es que aun siguiera vivo. Esa vida tan exagerada que había pasado, todos esos riesgos que había enfrentado, que de alguna u otra manera había superado, llegaron a su límite. Siempre hay un límite para todo. De hecho, todo aquello que nace está destinado a morir y esa fecha de vencimiento no figura en ningún rotulo cuando nacemos. Decididamente no me sorprendió, creo que esperaba que fuera de otra manera, en otras circunstancias. Fue muy triste que Diego haya muerto así.

–Tiempo antes de su muerte, ¿Llegaste a tener algún contacto con él?

–Hacía mucho tiempo que no tenía contacto con él. Alguna vez me llamaron desde La Plata porque quería verme y le respondí a quien me llamó que iba, pero para verlo a él y a solas, sin nadie más. Después de eso no me volvieron a llamar.

–¿Por qué una figura que estaba destinada para la emoción siempre estuvo condenada a la explicación?

–El sistema es así de hipócrita y perverso, sobre todo con aquellos que se niegan a ser corderos del rebaño que el poder maneja. Todo aquel que decide no ceder, no arrodillarse ni tenerle miedo y aun ridiculizarlo, tiene que dar más de una explicación. Y aunque las de seguramente no los va a conformar, porque siempre quieren más.

–¿Por qué elegiste estudiar educación física?

–Me gustaban otras cosas: agronomía, filosofía, antropología, estaba indeciso, pero mi padre había fallecido y la situación familiar no era la ideal. Coincidió con que en Lincoln se abrió la carrera de Profesor Nacional de Educación Física y al tener tan cerca el lugar donde se daba, con un amigo decidimos anotarnos para ver hasta dónde podíamos llegar. Esa fue la razón, no hubo una planificación o una vocación. Eso vino después, a medida que fui descubriendo todos los valores que el deporte podía transmitir en la formación de los niños.

–¿Fue para hacer a un lado la herencia del negocio familiar?

–Tuve la suerte, entrecomillas, de que mi padre falleciera muy joven. De haber vivido más, hubiera sido lo que él quería que fuera sin tener la posibilidad y la libertad de elegir. Como les pasa a muchos: son profesionales o tienen la misma profesión que sus padres por el mandato familiar, para no traicionarlo. Un montón de veces escuché decir que la persona se rompió el alma para tener un estudio, un laboratorio o la oficina, como para que después su hijo decida estudiar lo que quiera. De lo malo siempre hay que sacar lo bueno y la muerte temprana de mi padre, en un hecho fortuito, me ayudó a poder elegir el camino que quería transitar.

–Habiendo conocido a los dos, y en niveles de rendimiento extraordinarios, ¿Cómo te llevas con la insistencia de la comparación Maradona o Messi?

–Recuerdo que, en Italia, un periodista italiano, me preguntó quién era mejor: Maradona o Pelé. Le contesté que dependía. Si Maradona hubiera sido brasileño y yo también y Pelé argentino, la respuesta hubiese estado condicionada. Creo que hay muchas cosas que tienen que ver con el sentido de pertenencia y el nacionalismo. A los mejores no los comparo, los disfruto. Es como comparar dos hermosos paisajes. Es llenar de palabras el silencio. Lo que sí puedo decir es quien me gustó más, pero me lo reservo para mí. Hay temas relacionados a lo estrictamente futbolístico en los que no veo prácticamente diferencias. Sí en el carácter, en ese sentido Diego hubiese hecho cosas muy parecidas a las maravillas de Lionel en un Barcelona con Busquets, Piqué, Iniesta, Xavi, Neymar, Pedro, Pujol. Lo que sí, por una diferencia caracterial, Lio no se hubiese podido expresar en un máximo nivel en ese equipo de Napoli que estaba prácticamente condenado a un campeonato intrascendente, a pelar la mitad de la tabla. Fue la llegada de Diego lo que potenció niveles increíbles. Fundamentalmente por su coraje, no se daba por vencido ni aun vencido.

–En un reportaje dijiste: "Yo hubiera preferido que el día que dijo “la pelota no se mancha”, al rayo del sol, con la tribuna llena, ese día dijera chau. Hubiera sido Diego" ¿Por qué?

–Lo conecto con lo anterior: no se merecía morir así. Merecía una muerte gloriosa. Merecía morir como un torero, en el medio del ruedo, bajo el sol, en la arena. Como esa novela de Ernest Hemingway (Muerte en la tarde). Diego merecía una muerte así.