Ahuecar el lenguaje hasta hallar, primero, lo que dice Conrad en su relato Karain: “... entre las líneas de esos párrafos escuetos, brilla la luz...”
La luz, primero brilla, pero luego se torna cada vez más oscura, densa; incluso, en el extremo, monstruosa.

Ahuecarlo hasta llegar a ese momento furioso, lejano, infantil, en que las palabras oídas y las palabras dichas estaban rodeadas por un foso de misterio, una maleza interminable, un bosque cuyo verdor no cesaba de perturbarnos.

No hay receta para llegar allí; allí yace esa inmediatez que ninguna mediación puede mediar: es lo radicalmente intransferible en toda transferencia, lo irreversible en la más desgarradora e inasible reversibilidad, ya que esa vuelta nunca se capta en el instante de volver. Esa inmediatez es tercera con respecto a sí misma, pura distancia allí donde no hay distancia posible.

¿Cómo llegar al absoluto que se ab-suelve, que se suelta?

La Cosa soltable: puedo narrar, puedo buscarle una imagen sin imagen, puedo trazar las huellas en las diferentes direcciones que toma el viento; es la inadecuación que adecuadamente se inadecua.

Lo inaudito se oye apenas se suelta como un murmullo que lentamente se apaga como se apagan esas sonrisas apenas entrevistas.

Siempre diciendo no diciendo lo mismo...

Como dice el poeta: uno toma asiento en cualquier lugar y espera que llegue la noche.

Los mejores narradores, cuando narran, sueltan al personaje y se abisman en su propio dolor a medida que las frases llaman a las frases, las frases no escritas aun se envuelven en vuelo de hojas al viento y de golpe, arremolinadas, caen sobre el papel blanco para mancharlo con un no saber llamativo, angustiante.

Restaurar el personaje es un modo de calmar esa angustia.

*Fragmento de su libro Orfeo (17G editora). El sábado, a las 19.30, se presentará con la presencia de la psicoasnalista Alexandra Kohan y Marcos Apolo Benítez en la terraza de  Lavardén (Mendoza y Sarmiento).