I.

El 25 de agosto de este año, se celebraron doscientos años de la autonomía de Catamarca. Una de las figuras fundamentales en la declaración de la autonomía de la provincia en 1821, fue Don Eusebio Gregorio Ruzo Acuña. Don Gregorio, fue el segundo gobernador de la provincia, cargo para el que fue electo tres veces y durante su gobierno se dictó la primera Constitución de la Provincia de Catamarca. En 1827 en ejercicio del cargo de gobernador fallece con solo 33 años.

Catamarca, es una provincia donde los apellidos y las genealogías familiares, son de suma importancia. Las genealogías y apellidos han organizado las relaciones sociales, las esferas del poder y la economía, y sobre todo, han sido el principal eje sostenedor del status quo.

A la manera de las viejas aristocracias coloniales, los apellidos sirven para trazar líneas de reconstrucción histórica que les permite a los actuales propietarios de esos apellidos, usufructuar viejas glorias y pasados “heroicos”. Es decir, los apellidos funcionan como herencias simbólicas que se capitalizan retroactivamente, desde el presente hacia el pasado. Este mecanismo puede ejemplificarse de muchas maneras. Un gran médico le puede legar un apellido de reconocimiento y respeto a varias generaciones incluso cuando las mismas no tengan más que un antecedente escrupuloso en el presente. En lo referido a las esferas de gobierno, esto puede cotejarse en el dato (más alarmante que curioso) que ofrece el historiador Marcelo Gershani, quien afirma que todos los gobernadores de los últimos 200 años son descendientes de familias vinculadas a las redes de las tradicionales e históricas “familias patricias” de Catamarca.

El poder de gobierno, y a la par, el poder económico y social, ha permanecido en una red que poco tiene de construcción política y mucho de privilegio heredado. Por eso a las actuales familias del poder, les molesta sobre manera que se las refiera como Castas. En su auto percepción, son familias e individuos que ha se han ganado sus lugares a fuerza de trabajo, dedicación y compromiso, negando toda esa larga historia de status quo y de usufructo de privilegios, poderes y fronteras sociales que marcan jerarquías discriminatorias, siempre hacia abajo.

III.

Ahora bien, no todos los grandes nombres del pasado logran dejar un legado que trascienda a sus propias proles y generaciones. Sea por el cambio de signos en la historia, por los revisionismos del pasado, por las mismas disputas internas a “las familias” del status; algunos integrantes del panteón provincial mueren con su propia genealogía. Este, es el caso del mentado Don Eusebio Gregorio Ruzo. Tal vez sea, porque su abuelo, Francisco de Acuña, es recordado en la historiografía como aquel “déspota que gobernó Catamarca durante treinta años”. Tal vez sea porque la tradición política que se ha privilegiado sea la “revolucionaria” de los Mota Botello y los Avellaneda y Tula. Tal vez, porque ninguno de los Ruzo subsiguientes permaneció en el mundo de la política ni de las figuras trascendentales a la historia de Catamarca. Tal vez, simplemente, porque no hubo ningún Ruzo capaz de resignificar tan pesada herencia simbólica, al fin y al cabo, revisionismos más o menos, nadie niega la importancia de la figura de Eusebio Gregorio para tan loable y destacada tarea como la de declarar la autonomía de nuestra provincia.

IV.

Hace algunos años, mi madre Adriana Ruzo, se dedicó a continuar la reconstrucción del árbol genealógico familiar que habían comenzado sus antepasados Águeda Ruzo y José Antonio Ruzo. Esa genealogía (como se aprecia en la foto) va hasta el mismísimo Don Gregorio Eusebio Ruzo. Mi abuelo, Filemón Ruzo, fue la sexta generación de descendencia de aquel Gregorio, nombre que hoy todavía se replica en la familia, a través de Gregorio Ruzo, bisnieto de Filemón. Sin embargo, tras la muerte de Filemón Ruzo Rivas (23-9-1852 /9-9-1892), la cuarta generación de descendientes de los Ruzo, su mujer y sus hijos se van de la provincia y se radican en Buenos Aires donde nacerán las siguientes generaciones.

En lo personal nunca me había interesado por esta genealogía familiar. Para mí, la familia siempre fue “de Buenos Aires”, y no fue hasta hace algunos años y por curiosidad propia que empecé a revolver mi pasado familiar y a encontrar de manera maravillosa y sorpresiva, que la historia de mi familia estaba íntimamente vinculada a la de Catamarca. No solo por la historia de los Ruzo, sino también, por la línea de mi padre, Jorge Fontenla. Pues, si alguien todavía no cree en que el territorio tiene memoria, y esa memoria a veces nos llama, déjenme contarles lo siguiente. Hace cuatro años, en busca de mi propio lugar en esta provincia, alquile una casa en Miraflores por dos años. No solo que no tenía ninguna razón para elegir Miraflores, sino que sabía poco y nada de ese lugar, fue “una pura casualidad”. Sin embargo, viviendo allí, y cada año más interesado en mis propias raíces, me enteré a través de mis tíos, que mi bisabuelo había nacido en el mismísimo Miraflores, y que, además, fue un reconocido escritor de aquella época: Don José Parmeñon Barros. Es decir, luego de muchos años de vivir en Catamarca y de elegir Catamarca, me enteraba, que tanto por la línea materna y paterna, tenía antepasados nacidos en este Valle. Y que ambos, habían dejado plasmada su huella en la historia política y cultural de la provincia.

V.

De estas reconstrucciones familiares, yo le había prestado mucha atención a la de Parmeñon Barros. Gracias a mi padrino, escritor también, conseguí un ejemplar de su libro “Pastorelas Nativas” publicado en 1928 el cual estoy intentando reeditar con un estudio crítico de la época. Pero además, mi padrino, cuenta también, que don Parmeñon hablaba mucho de los diaguitas y las guerras Calchaquíes y que en su memoria oral, había antepasados indígenas que el siempre traía a sus relatos. Pero los Ruzo, no estaban en mi fascinación, ni mi interés. Y no fue, sino hasta que mi madre, inesperada y repentinamente se nos fue de esta vida terrenal, que empecé a darle vueltas a la historia de los Ruzo. No pienso en estas líneas reconstruir la historia de mi madre y mi padre, ambas íntimamente vinculadas al mundo de la cultura catamarqueña, ambas de una trayectoria destacada por el amor a las artes y a la docencia, ambas partes del legado vivo de la cultura catamarqueña. Pero si quisiera pensar que las herencias, las mejores, las más trascendentes, son justamente aquellas que no quedan encerradas en la genealogía familiar de un apellido. Nada del legado de mis padres es mío. Todo de su herencia simbólica, es parte de la vida de cada una de las personas que habita este valle y disfruta su mundo de arte y cultura. No es en el apellido, no en la saga familiar, no en el patrimonio heredado, donde trasciende lo más importante del legado político-cultural de Gregorio Ruzo o Parmeñon Barros. Quiero creer y elijo creer, que por detrás, en los intersticios, yuxtapuestas, existen muchas familias políticas, de espíritu transgresor, de espíritu transformador, con conciencia crítica, que no se apropian ni sitúan bajo el abanico de las familias patricias. 

Me gusta pensar que Catamarca está habitada por trayectorias anti status quo que van trastocando las bases sociales de la provincia, que promueven la corrosión de ese status y que, a contrapelo de los privilegios heredados, deciden construir herencias simbólicas colectivas, transindividuales, sociales, y eminentemente políticas: políticas para la polis de los “sin apellido”, de los de abajo. Esta es la herencia que elijo de lo que mi madre Adriana Ruzo y de mi padre Jorge Fontenla le han legado a Catamarca. Un legado imposible de encerrar en un apellido, imposible de privatizarse en la genealogía de ninguna familia. Un legado político que hace parte de la historia baja de Catamarca, de la historia cultural de este valle. Lo sé por los innumerables saludos que recibo a cuanto evento cultural vaya. Lo sé por el agradecimiento explícito que me hacen llegar a diario. Lo sé, porque los festivales que inauguró mi vieja en sus 8 años de directora de Cultura siguen vivos, porque el coro que fundó mi viejo sigue cantando, porque las personas que con ellos se formaron y trabajaron, los siguen recordando y siguen reproduciendo ese amor por el arte y la transformación, por lo social y lo ético.

Documentos a mano de la familia Ruzo

VI.

De lo que fue o es mi familia en esta provincia, no queda nada. Ningún vínculo con los Ruzo de antaño, ni con los Barros ni con los Valle, ni con los Acuña. Ningún Fontenla que yo conozca, ningún Ruzo que se emparente.

Pero en la libertad de construir las herencias simbólicas que nos guían en el presente, elijo quedarme con los escritos locales de Parmeñon sobre las mingas, con sus historias de nuestros antepasados diaguitas, con las búsquedas autonómicas de Eusebio Gregorio, con la imagen del y su madre, juntos, gestando una política autonomista en las puertas del cabildo. Elijo quedarme con la docencia que profesaron mi padre y mi madre, mis hermanos y mis tías y mis primas y toda la larga lista de docentes que habita mi familia. Elijo las muchas y amorosas familias adoptivas que me ha dado Catamarca. Elijo las herencias que nos invitan a desarmar los privilegios y no a reforzarlos, a transformar el status quo de desigualdad, en uno por mayor igualdad. Elijo heredar la pasión por la cultura y por la transformación social.

Elijo una memoria viva antes que el estampado muerto del apellido en las avenidas.

* Hijo adoptivo de la memoria de estos Valles.