Desde Barcelona

UNO Fatigado de materiales por sobreexposición al Get Back de Peter Jackson (The Beatles anticiparon todo, incluso llegaron a confinarse en ese fraternal-fratricida y propio Gran Hermano), Rodríguez cambia de frecuencia. Y, comprendiendo todo acerca de Johnpaulgeorgeringo, Rodríguez no entiende por qué no entiende eso que no entiende pero, al mismo tiempo, sí entiende que nada le gustaría entender más eso que no entiende. El/al jazz. No es la única cosa que no entiende Rodríguez, está claro. Le cuesta también vislumbrar la grandeza de Chejov, la maestría del cine iraní, el genio de Bob Dylan y buena parte de la poesía moderna que no rima. ¿Hay alguien ahí que le explique la perfección de T. S. Eliot y de Ezra Pound a Rodríguez que a su manera considera (sin tener la menor idea de nada) como equivalentes al apolíneo John Coltrane o al dionisíaco Miles Davis mientras se apoya contra la puerta para que no se cuelen Thelonious Monk y Bill Evans y Charlie Parker y el cantante con trompeta Chet Baker y tantísimos otros? Y, sí, Rodríguez tiene en su biblioteca La tierra baldía y los Cantos. Y en su discoteca a A Love Supreme y Kind of Blue (pero apenas los lee/escucha y a la hora de la verdad prefiere The Köln Concert de Keith Jarret y cualquiera de esos inmensos libritos de Charles Simic). Y por las dudas y antes de que alguien comience a rugir y demande explicaciones: Rodríguez razona todo lo anterior y lo que vendrá desde la más cultivada de las ignorancias. Rodríguez reconoce que sólo sabe que no sabe nada en lo que hace a la poética del jazz. La verdad sea dicha: para Rodríguez el jazz que entiende está mucho más cerca de Glenn Miller (con cara de James Stewart). Y lo siente aún más próximo a las flappers de Francis Scott Fitzgerald y al movimiento perpetuo be-bop de los beatniks de Jack Kerouac y a las idas y venidas de Julio Cortázar y al empastado perfume de geishas de vinilo en Haruki Murakami. De ahí que a Rodríguez le guste más leer al jazz moderno en esos muy buenos ensayos de Ashley Kahn (o verlo en esos documentales con humo de club y sustancias controladas para descontrolarse) que escucharlo...

DOS ...y así es como por estos días estudió varios artículos de firmas prestigiosas a partir del descubrimiento/edición de una versión live de 1965 del A Love Supreme de John Coltrane en el Penthouse Club de Seattle. Y, claro, Rodríguez lo escucha (como ya escuchó lo otros recientes descubrimientos de Both Directions at Once y de Blue World; Coltrane le interesa más que Davis) a ver si ahora sí. Y es diferente al original de 33 minutos. Muy. Y --a diferencia del otro único registro en directo de la suite, lee Rodríguez, en Antibes, el mismo año; Rodríguez la tiene incluida en la edición Deluxe Edition del 2002-- se alarga y se alarga hasta los 75 minutos puntuada por "solos/interludios". Y Rodríguez vuelve a escuchar la versión original y después ésta (en verdad casi una reescritura) mientras relee el libro entero que le dedicó el ya mencionado Kahn a este incuestionable milagro para muchos. Milagro en el que tanto le gustaría creer a Rodríguez (en ocasiones, como sucede con todo dogma religioso, Rodríguez no puede evitar pensar en que todo se trata de una conspiración consensuada, y que en verdad nadie entiende al jazz, como resulta imposible entender a toda deidad ausente e invisible y que, en verdad, dicen creer en ella porque lo único que quieren es que les crean su creer). Y, sí, lo que hace Kahn (autor también de todo un libro dedicado a Kind of Blue) en su A Love Supreme y John Coltrane: La historia de un álbum emblemático para explicar lo para Rodríguez inexplicable es una tan curiosa como efectiva muestra de autopsia mecánica y precisa en comunión con una prédica evangélica donde no faltan las metáforas. Un mix que por momentos recuerda a las investigaciones patológicas de Oliver Sacks y por otros a la aplicación del método del “Palacio de la Memoria” del jesuita Mateo Ricci a la hora de reconstruir la exactitud de los recuerdos y los sonidos a partir del regreso al sitio exacto donde todo tuvo lugar, de la audición de tapes confidenciales donde se oyen conversaciones entre take y take. Conviene precisar que en su retorno a ambas “escenas del crimen” Kahn disfruta y hace disfrutar con la frialdad casi enfermiza de Sherlock Holmes sin por eso prescindir de una más sensible y humana mirada de Dr. Watson. Así, a partir de numerosas y exhaustivas entrevistas a testigos privilegiados y coprotagonistas sobrevivientes de ambos milagros, lo que acaba presentando Kahn allí es el acabado retrato de dos obras y de dos músicos que se complementan como Yin y Yang pero que obedecen a polaridades opuestas. Y queda perfectamente claro por dónde pasan las simpatías de Kahn. Miles Davis es así el genial manipulador dispuesto a lo que sea para salirse con la suya que, finalmente, no es solamente suya (Kahn no duda en señalar a Bill Evans como el verdadero cerebro intelectual y artífice estratega de Kind of Blue). Mientras que John Coltrane aparece como angelical iluminado --hombre con misión, profeta de saxo flamígero-- descendiendo desde las alturas con las Tablas de la Ley para, enseguida, hacerlas música y volver a ascender y entregar su “regalo al Divino” agradecido por despertar espiritual. Don que lo llevó a dejar la heroína y, con los años, devino en su aceptación como santo por el Yardbird Temple de San Francisco, considerado "encarnación de Dios" por la St. John Coltrane African Orthodox Church e incorporando a A Love Supreme en sus liturgias y celebrando "la majestad musical de sus sonidos" y, en la St. Gregory of Nyssa Episcopal Church, pintarlo en las alturas bizantinas como a uno de los noventa santos danzantes en la rotonda del templo. En el reparto de bienes y maldades, al siempre sulfúrico Miles Davis, piensa Rodríguez, se lo quedaron los adoradores de ya saben quién. John Coltrane, por su parte, cuando le preguntaban por A Love Supreme, respondía más bien poco y apenas menos que nada porque, pensaba, esa música suya y sus casi extáticos textos para la portada ya decían todo lo que tenía para decir al respecto. A saber, concluyendo para seguir y seguirlo: "ELATION - ELEGANCE - EXALTATION. All from God. Thank you God. Amen".

TRES Y, está claro, nada le gustaría más al insensible Rodríguez que sentir (júbilo - elegancia - exaltación) ante esta nueva versión de A Love Supreme lo mismo que él siente con la nueva encarnación de Let It Be (o que otros sienten con ABBA o Adele). Entender al jazz y a sus raíces africanas y a sus ramas de las que cuelgan frutos extraños y que ahora despiden el scat de las esporas de variaciones más o menos improvisadas de un virus. Sí: mojarse los pies en las orillas del jazz oceánico entre embelesado y mareado por todas esas olas y tormentas y atesoradas islas a descubrir y desenterrar. Y que de algún modo y mood la esencia de la cuestión se trasladase a los rigores de sus días, cada vez más inocurrentes y pautados. Una vida más como triste que amorosa y suprema. Una vida cada vez más so what y con cada vez menos resolution a la vista y al oído.

CUATRO De pequeño, Rodríguez pidió un saxo o una trompeta. Sus padres le compraron una guitarra acústica.

 

Así las cosas...