La salida de un libro blanco –no en blanco-, totalmente carente de señales de identidad y de paratextos, generó hace poco tiempo atrás especulaciones y reacciones de lo más diversas acerca de su autor, sobre todo en las redes. ¿Era César Aira? ¿Juan José Becerra? ¿Martín Kohan? Por alguna razón, sin haber leído el libro todavía, nadie arrojaba el nombre de una mujer, a contrapelo, por ejemplo, de la experiencia reciente de Elena Ferrante o –inversamente- del deprimente contraejemplo de Carmen Mola. Claro que en principio se trataba de especulaciones en el vacío. ¿Autor/a de qué? Y las reacciones (me incluyo) podían ser variaciones entre la módica sorpresa, el escepticismo, a la irritación, creyendo estar frente a una maniobra marketinera cuando, con el andar de los días, no se pudo sino concluir que la apuesta de Seix Barral por el libro blanco puede ser tildada de cualquier cosa menos de marketinera. Es que, de movida, la jugada anula los circuitos obvios de promoción –o los más directos o los más rápidos-, apuesta a una lectura recomendada por un incierto boca a boca que, quizás, no llegue a tiempo. Pero, finalmente, se tratará de hablar de lo que está adentro, un texto que, sin huella o pista previa, conduce inesperadamente a un viaje al dilema de la literatura actual, la que efectivamente se promociona mediante títulos, autores concebidos como “marca” y ¡sobre todo! la tan meneada cuestión de los géneros y los formatos de consumo, mucho más que al enigma de la identidad de su escritor/a. Entonces, pregunta: ¿movida de marketing disfrazada de anti marketing? ¿Ataque de aburrimiento tras dos años de pandemia?

“En la pandemia la circulación de los libros cambió bastante. Las librerías independientes tomaron un protagonismo inédito, y sin presentaciones ni ferias ni firmas de ejemplares, hubo que imaginar nuevas formas de llegada”, admite la editora Mercedes Güiraldes. “Sin embargo en el caso de este libro la propuesta no surgió de parte de la editorial y sus departamentos de promoción y marketing sino del propio/a autor/a”. Ahí ya hay un matiz y una pista, porque permitirá al lector, después de tanto blanco enceguecedor, comprobar por sí mismo si hay en el libro elementos que se correspondan con la movida, alguna hipótesis o “programa” que más que justificar el anonimato, lo problematice, lo ponga sobre el tapete, lo oriente en el laberinto.

“Pensamos mucho en cómo iba a ser recibido y sabíamos que, puesto que no iba a ser promocionado como lo son habitualmente los libros, el rol de los libreros se volvía todavía más fundamental. Iban a tener que exhibir un libro completamente blanco. Y por supuesto también pensamos en el rol de la prensa” agrega Güiraldes. “Para todos, incluso para mí como editora, se planteaba un desafío inédito, pero decidimos apostar igual. Y por suerte nos fuimos sintiendo acompañados, por los libreros, las redes, los lectores".

La cita a ciegas, la ceguera, la literatura tabicada, un blanco resplandor detrás del cual hay un misterio que no se termina de revelar del todo: de todo eso, un poco debe haber en una literatura nacional cuyo mito de origen –además de la beligerancia política- es un escritor ciego y un título como “Informe sobre ciegos” que se hizo famoso a pesar de no ser el de un libro sino el de una parte de un libro. Primera comprobación: a pesar de que la única pista es la de un sello como Seix Barral, de origen español pero con versión local, indudablemente el libro blanco (digámoslo ya: una novela) pertenece sin dudas a la literatura argentina. Tiene algo de Aira, de Saer, de Becerra, de Guebel, de Bizzio, de picaresca siglo 21, de parodia urbana, porteña o bonaerense, de literatura sobre la literatura. Pero todo eso que tiene no está suspendido en el aire ni en lo alto de un cielo que de tan blanco enceguece. Desde el arranque, el narrador define territorios sociales y enumera las batallas que se avecinan.

Primero: a Micky Sandoval, un “techie” (desarrollador de novedades tecnológicas, adalid de lo virtual, se le escapa el perro Jobs (por Steve, obviamente) que ataca a un hombre con dos chicos. La cosa no pasa a mayores pero el tipo que de ahí en más será identificado como Energúmeno, amenaza a Micky: si el perro muerde a un pibe, va a venir a matarlo. No al perro sino a él. De ahí en más, Micky se lanzará a una frenética carrera paranoica donde a modo de defensa, entrenará hasta transformar su cuerpo en máquina de guerra, adquirirá armas y se convertirá en ese energúmeno que busca combatir mediante una perfecta simbiosis con lo peor del ser humano. Si todo esto suena a “relato salvaje” de serie o peli de plataforma no es casual: el narrador es un resentido guionista al servicio de un despiadado productor. Está embarcado en el guion de Un golpe diferente, una especie de “odisea de los giles” tan engañosa como una moraleja. Estos son los paisajes del libro blanco. Neurosis. Comedia policial. Enredos. Personajes altamente contemporáneos. Huecos. Máquinas. Artificios. Un Easton Ellis, quizás, leído desde la periferia argenta: pura lucha de clases entre costumbres y clichés berretas.

El libro avanza en la dirección de las peripecias paranoicas del dueño del perro y de los gags no menos desenfrenados del guion para Netflix. En ese entrecruzamiento, el lector irá advirtiendo que hay un narrador que va hacia su autodestrucción pero con la firmeza y la convicción de siempre ir hacia adelante, sin pensar –narrar la pura vida- es decir, la convicción de los mejores guiones. Pero el guionista-narrador-escritor (es también un escritor) avanza hacia su triunfo –extraño triunfo- que requiere, o desea, anhela, el anonimato. Primero el pseudónimo, después el anonimato, hasta concretar la utopía de los bandidos cool de las series inteligentes: evaporarse del mundo con el botín sin dejar rastros, perderse más allá del horizonte. Se puede agregar sin spoilear que en los últimos tramos del libro blanco, el vaivén narrativo cambia de tono y avanza hacia una muy perturbadora historia de niños suicidas bajo el amparo de un nuevo guion llamado Humanos en las cuevas.

Hasta aquí los hechos. De un lado, el “fenómeno”. Del otro, el Texto. Y no se diga mucho más: merced a la figura del guionista como el antihéroe anónimo de la interminable secuencia de las series y folletines de la era de las plataformas, el libro blanco de Seix Barral y su enigmático autor/a confrontan al lector en su propio terreno, el de consumidor. De historias, de series, de libros. Y el libro blanco –en su cita a ciegas en el país de la literatura de ciegos escritores- se pregunta con más angustia que cinismo acerca del destino de esa literatura que ha decidido someterse en gran medida a la tiranía del entretenimiento, de los géneros, de los likes y los algoritmos. Y mediante ese blanco inmenso que puede simbolizar una usina de ficción interminable, se pregunta si habrá lugar para otra clase de texto en este mundo que ¡vaya paradoja! no parece ser ni blanco ni negro, sino más bien una enorme y extendidísima mancha gris.