Hay muchos factores que concurren para que un niño sea maltratado por sus propios padres o en una familia. Uno de los más relevantes es la historia transgeneracional de maltrato en dicha familia, con historias traumáticas --no elaboradas ni reflexionadas-- que transmiten las incompetencias parentales de una generación a otra.

Una encuesta realizada por Unicef y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, en 23.000 hogares en todo el país en 2013, indica que casi 7 de cada 10 padres justifican los castigos a los niños en la crianza, sea en forma física, verbal o psicológica. (Castigo físico: lo zamarreó: 22% , le dio un chirlo: 27.6%, le pegó en alguna extremidad: 13.9%, le pegó con un objeto: 3.1%, lo golpeó en la cabeza: 6.8%, le dio una paliza: 2,3%).

Esto indica que la frecuencia del trato violento a los niños queda silenciada y naturalizada como pauta de crianza y sólo despierta horror cuando llega al extremo de matar al niño.

¿Por qué no despierta horror en estadíos anteriores de violencia? Está testimoniado por la inacción policial en el caso de Lucio, ante la denuncia de vecinos que oyeron que lo golpeaba la madre. No despierta horror en parte porque pegar a un chico se naturaliza como modo disciplinar de crianza y en parte porque el niño se ve como propiedad de los padres y no como sujeto de derechos avalado por leyes. Hay ignorancia acerca del derecho legislado de los niños al buen trato.

El trauma temprano puede dar lugar al déficit, que se expresa en un self fragmentado, difuso, frágil e incoherente, con un sentimiento de vacío, de falta de algo que no pueden precisar, de carencia de vigor y energía psíquicos. Se quejan de insatisfacción, falta de ilusión, ansiedad inmotivada, dificultad en las relaciones personales, incapacidad para asumir impactos emocionales y situaciones complicadas. No se sienten valorados ni dignos de amor.

Este es uno de los cuadros que más comúnmente se presenta en la actualidad en los consultorios psicoterapéuticos.

Debemos saber que lo que ocurre en la infancia sigue teniendo importantes efectos 30, 40 e incluso 50 años más tarde. Las depresiones crónicas; el abuso de drogas; somatizaciones; el embarazo no deseado; la repitencia de conductas violentas aprendidas, etc. son solo algunas de las secuelas del maltrato infantil. Pero estas relaciones quedan ocultas por el tiempo, la vergüenza, el secreto y los tabúes sociales que impiden comentar éstos

¿Qué hacer?

Los países que invierten mejor, invierten... en su gente.

Cuidando el cerebro de sus niños; para eso hay que cuidar a sus padres, a las instituciones. Promover crianzas con apego seguro. Nosotros no somos totalmente conscientes del maltrato que padecemos en la trama social que compartimos. Debemos responsabilizarnos, desde nuestro lugar de ciudadanos adultos, de las transformaciones sociales deseables. 

Elsa Wolfberg es miembro titular de APA, coautora y co-compiladora con M. Marrone de “Parentalidad y Teoría del Apego”. Vicepresidenta del Capítulo de Prevención Cuaternaria y Psiquiatría Preventiva de APSA.