Milagro de Otoño

(Argentina, 2019)

Dirección: Néstor Zapata.

Producción: Enrique Fenizi.

Guion: Néstor Zapata y Julián López, a partir del libro homónimo de Zapata.

Fotografía: Héctor Molina.

Música: Jorge Cánepa.

Dirección de Arte: Carolina Cairo y Lucas Comparetto.

Sonido: Carlos Rossano.

Montaje: Ignacio Rosselló.

Intérpretes: Luis Machín, Mario Alarcón, Sol Zaragozi, Chiqui Abecasis, Bárbara Zapata, Juan Carlos Capello, Lorenzo Machín.

Distribuidora: Batata Films e Internacional Primer Plano.

Salas: Arteón, Hoyts.

8 (ocho) puntos

El arribo a las salas de Milagro de Otoño finalmente se produjo y de una manera consecuente con el deseo de su realizador, Néstor Zapata. Nada de streaming, para que la película tocara la mirada de las y los espectadores a través de la gran pantalla. Como debe ser. El derrotero de la tercera película de Zapata (luego de Bienvenido León de Francia! y del segmento dirigido en Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo) viene con premios y exhibiciones especiales. Por un lado, las proyecciones que tuvieron lugar en el Festival de Mar del Plata en 2019 y en la reciente Muestra Audiovisual Santafesina que formó parte de Pulsar Santa Fe: Exhibición y Mercado de Contenidos. Entre medio, la pandemia, la imposibilidad de acceder a las salas locales, pero el reconocimiento creciente en los festivales. Hasta el momento, son 17 los galardones obtenidos; entre ellos: Mejor Película de Largometraje Ficción en el VI Festival Internacional de Cine de Medellín-FestMedallo 2021; Premio del Público a la Mejor Película de Largometraje Ficción del LatinUy 12, Festival Internacional Cine Latino de Punta del Este 2020; Premio al Mérito Mejor Largometraje en Accolade Global Film Competition 2021, San Diego, California (EEUU). Y la participación en el rubro Selección Oficial en los Festivales Internacionales de Sydney, Londres, Malta, Java, San Diego y Madrid.

Efectivamente, la película debía ser vista en salas porque, ¿cómo creer en la magia desde la multitud de pantallas móviles y dispersas? Faxman, el mago de pueblo que interpreta Luis Machín, no tiene cabida allí. Antes bien, es de una progenie que lo emparenta con el Mandrake de Fellini y Mastroianni y la estirpe de los artistas ambulantes que habitan en el cine de Favio. El lugar de encuentro de todos ellos es, qué duda, la pantalla grande. Allí, justamente, el sinónimo entre ella y la magia, trasladable al encantamiento con el cual Faxman hace creer en su ángel, cuyo vuelo no esconde un mecanismo tosco. La película pide a sus espectadores y espectadoras esa misma suspensión de incredulidad.

Sol Zaragozi encarna a Candelaria, la muchacha que deslumbra a Faxman.

De esta manera, Milagro de Otoño opera desde un cine que recupera su esencia de muchedumbre, de rito en sala comunitaria, de espectáculo que visita pantallas y pueblitos. De algún modo, Faxman es también un viajero que lleva consigo películas, así como sucedía antes, con el público a la espera de nuevas historias. El suyo es un número algo rústico, de poses y palabras impostadas, exagerado y por momentos risible, pero lo suficientemente mágico como para despertar el interés de una muchacha luminosa, capaz de invertir el espejo y encantar al mago (el ángel cobra vida, vale decir). Candelaria (Sol Zaragozi) deslumbra a Faxman, lo detiene en su andar y le hace adivinar algo más, a compartir. Entre ella y él nace un mundo diferente.

Necesariamente, la historia de Faxman debe habitar en el pasado, en el mundo de los barrios, bares y fiestas de clubs, entre bailes y calles de tierra. Es un tiempo apenas alejado. Vale aquí una explicación: el cine tiene la posibilidad de transformar lo que toca, como lo hace una varita. En este sentido, la tarea en la dirección artística que Milagro de Otoño exhibe, gracias a las virtudes de Carolina Cairo y Lucas Comparetto, transforma a Rosario y alrededores en lo que alguna vez fueron. Paisajes urbanos, veredas y fachadas que la cámara recorta, que de veras existen y guardan consigo el aire de tiempos pasados. El entorno habitual se convierte en máquina del tiempo, y las calles de siempre dejan alumbrar un ayer todavía vivo.

Este habitar en el pasado podría ser también un volver cíclico, que opera como un loop, como un círculo sin salida. Tal vez y voluntariamente, a consciencia, Faxman caiga allí para nunca más escapar. Los días de la infancia, los del deseo encendido y la sonrisa de Candelaria. Ahora bien, ¿cómo volver?, se pregunta el mago. Bien sabe él que no se puede. Pero hay alguien, un relojero de aparecer intermitente (interpretado por Mario Alarcón, posible variante del diablo de Alfredo Alcón en Nazareno Cruz), que le propone retroceder las agujas. El hechizo –cierto o no, qué importa– se produce. Así como en las películas. De manera similar al encantamiento en el cual caía el protagonista de Pide al tiempo que vuelva, aquella lograda fantasía temporal basada en la novela de Richard Matheson.

Chiqui Abecasis.

Faxman vuelve a sus días pasados. O a algo que se le parece. El recuerdo es tramposo, lo que era siempre se tiñe de matices no muy exactos. (El relojero misterioso, vale agregar, no es alguien que dé lo suyo a cambio a nada.) Pero hay una guía, un cordel, del cual Faxman se aferra. Es ella. Si se reencuentra o no con Candelaria no es algo que valga la pena dictaminar. Antes bien, se trata de creer. Lo que en todo caso se desprende es la historia misma, la que las palabras del barrio y sus habitantes compartirán en el afán de explicar lo que tal vez sucedió. En este sentido, la historia de Faxman ya ocurrió, toda ella es un pasado, un gran flashback, contenido en el relato que de él se hace a partir de un presente más o menos impreciso, repartido entre las varias voces que conjugan, como pueden, el misterio del mago enamorado, víctima como nadie –o como tantos– del hechizo mayor.