Amor sin barreras                 9 puntos

West Side Story, EE.UU., 2021.

Dirección: Steven Spielberg.

Guion: Tony Kushner, sobre libro de Arthur Laurents.

Música: Leonard Bernstein, con letras de Stephen Sondheim.

Dirección orquestal: Gustavo Dudamel.

Coreografía: Justin Peck.

Fotografía: Janusz Kaminski.

Duración: 156 minutos

Intérpretes: Ansel Elgort, Rachel Zegler, Ariana DeBose, David Álvarez, Rita Moreno, Brian d’Arcy James, Corey Stoll.

Estreno en salas.

La gran sorpresa de la versión de Steven Spielberg de Amor sin barreras no es que el creador de E. T. haya filmado un musical. Varias de sus películas previas contenían números coreográficos, tuvieran o no música y bailes. Lo novedoso es que el autor de La lista de Schindler le pone firma a un musical reacio a toda fantasía. La elección de West Side Story -segunda remake de su carrera luego de La guerra de los mundos- es coherente con el paulatino giro hacia el realismo que su obra viene mostrando desde Rescatando al soldado Ryan. A fines de los '50, el autor Arthur Laurents, el letrista Stephen Sondheim, el coreógrafo Jerome Robbins y el músico Leonard Bernstein -a quienes para la versión cinematográfica se sumó el realizador Robert Wise- habían forzado la entrada de lo real a través de la vedada mirilla del género. Spielberg da un paso más y extiende el realismo a la propia forma de la película, incorporando el musical a un campo cinematográfico aparentemente adverso.

La obra de Laurents-Sondheim-Robbins-Bernstein reescribía Romeo y Julieta, remplazando a Montescos y Capuletos por las pandillas de los Jets y los Sharks. Los Jets son los “locales”, hijos o nietos de inmigrantes blancos de clase media-baja. Los Sharks son puertorriqueños de primera o segunda generación. Cuando Tony, ex miembro y referente de los Jets, se enamora de María, hermana menor de Bernardo, líder de los Sharks, la semilla de la tragedia está implantada. Tragedia, y no comedia musical: una de las revoluciones desatadas por West Side Story. La introducción del punto de vista de los inmigrantes de tez más oscura fue otra de las audacias de Laurents & Cía. Para no hablar de letras de canciones que en lugar de amor y sueños referían a la prostitución, el crimen, el alcoholismo y el “consumo de sustancias”. Más aún, la introducción de Anybodys, la chica que viste y se comporta como chico, peleando su lugar en el seno de la cofradía viril de los Jets. “Detalles” que el Hollywood de las postrimerías del Código Hays toleró, tal vez por tratarse de una superproducción.

Conscientes de la reactualización que genera el crecimiento a escala mundial del chauvinismo antiinmigratorio y el racismo, Spielberg y su guionista de confianza Tony Kushner (Munich, Lincoln) se mantienen básicamente fieles a la obra original, tanto como a las energéticas “coreos” originales de Jerome Robbins. Una de las renovaciones más notorias de esta versión es la incorporación de Rita Moreno, que ganó el Oscar a Mejor Actriz Secundaria por la versión de 1961 y ahora reaparece en el papel de una inmigrante que logró integrarse, sin renunciar a sus orígenes. El cambio más drástico es la reubicación de la acción en un West Side al que están demoliendo, para dar lugar a zonas “chetas”. El film se inicia con un largo movimiento descendente, que termina en una bola de obra en plena acción, dejando ruinas a su paso. Ese registro pesimista se vuelve melancólico en los bellísimos créditos finales, cuando los frentes de ladrillos son recorridos por las sombras del ocaso.

El autor de La lista de Schindler aprovecha los colores tenues del digital, disminuyendo los furiosos escarlatas, amarillos y violetas del Technicolor original. Deja que los personajes crezcan a su tiempo, pone los clímax en sordina y no incurre en la clase de énfasis sensibleros que alguna vez mellaron su obra. Junto con algunos de sus films más recientes (Lincoln, The Post) Amor sin barreras se alza como uno de los momentos más despojados y serenos de la obra de quien en días más cumple 75 años. Clásico de madurez, el corazón de su West Side Story reside en una emotividad genuina, que no es moneda corriente en el cine de estos días. A diferencia de la versión previa, los actores y actrices no están hechos de la materia que el apellido de Natalie Wood nombra. Tampoco fueron doblados por cantantes profesionales, no son blancos pintados de marrón ni pronuncian el inglés como agentes de K.A.O.S. Todo lo cual revela un gran respeto por los personajes, los actores, la comunidad latina y la audiencia. Se agradece.