Los golpes de Clara, unipersonal de Carolina Guevara, representa el enojo de las mujeres ante tanta violencia y desigualdad. Condensa un conjunto de situaciones de menor y mayor gravedad en el cuerpo y las palabras de una mujer, Clara, que tan extenuada está de la violencia que padeció y padece que decide encabezar un grupo de boxeadoras de vecinas del barrio. Una célula, una cuadrilla para salir “a cagar a trompadas” a “tanto jodido suelto”. Habrá que ver qué le pasa después a Clara con esto de la violencia, si corresponde responderle con más. Esta treintañera menuda y furiosa, que mide 1.50 y pesa 45 kilos, es ama de casa, madre de dos hijos, está desempleada y no llega a fin de mes. Un ejecutivo la manoseó en el transporte público y quedó detenida por defenderse, la Policía la maltrató y le dejó un ojo morado (imposible no pensar en el caso de Higui, aunque el texto es previo). Violencia machista y coyuntura política son dos ejes que se cruzan en este primer espectáculo en soledad de una actriz que captura. Se presenta los sábados a las 20.30 en el Centro Cultural de la Cooperación (Avenida Corrientes 1543).

Guevara creció en Tres Arroyos, ciudad ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, donde empezó a hacer teatro a los quince años en talleres municipales. Ya en territorio porteño, todo lo que hizo tuvo que ver con El Bachín, grupo que apela con interesantes resultados al teatro épico y recursos brechtianos, y que surgió hace 17 años, en plena crisis. Ella lo integra desde su fundación. En esta oportunidad, sintió ganas de “laburar comedia”. “Quería profundizar en ese lenguaje y trabajar la temática de género. Eso fue lo que me motivó”, cuenta a PáginaI12. El director de Los golpes de Clara es Leandro Rosati, con quien entabló vínculo a partir de un grupo de grupos de teatro independiente, el GETI. Con él hizo un taller de Comedia del Arte en 2015. “Es distinto hacer comedia, el registro es otro. Hay una organicidad que se produce con el armado del personaje y del relato que es diferente. Me costó porque venía de otra cosa. Aprendí mucho, Leandro me enseñó muchísimo”, remarca. Ella escribió un texto que “era como un cuento”; por tanto atribuye la dramaturgia a su director.

“Estuvimos dos meses haciendo laburo de mesa y después fuimos a los ensayos en sala. En la comedia uno es un actor que se va convirtiendo en autor: si bien partí de un texto, sabía que iba a mutar. No el tema. Aunque la trascienda, quería que la temática de género estuviera atravesada por la coyuntura política”, explica Guevara. Salvo por los de la Policía, la mayoría de los golpes que recibe Clara no es literal: la artista decidió , no ahondar en la violencia física, porque le hubiera costado mucho retratar este aspecto desde el humor. “Los golpes son los que le dan la desocupación y las instituciones. El miedo a que sus hijos no tengan para comer. Y aparecen otras violencias machistas. La comedia da impunidad para tratar temas sórdidos porque, en realidad, te reís de la tragedia. Si no hay tragedia no hay comedia.”

Clara era empleada de un programa del Estado que atendía a mujeres que padecían violencia de género. Su ex pareja, también padre de sus hijos, tiene ideas de izquierda que no aplica ni aplicó en la relación. “Cuando vamos a los extremos, todos los varones en general van a estar de acuerdo. Se sacan la foto con el cartel de Ni Una Menos, pero hacia dentro de los hogares, la tarea doméstica recae en las mujeres, igual que la crianza de los hijos o el cuidado de enfermos y ancianos. Siguen siendo tareas nuestras; culturalmente se ha instalado así. Aunque cueste desentramarlo, también es violento”, sostiene. “Con eso quería meterme. Yo estoy muy enojada. No hay dato biográfico, en el sentido de que no soy mamá. Y mi pareja es una mujer. Sí capté lo que sucede con las mujeres heterosexuales. La obra está plagada de charlas de amigas”, detalla.

“Incluso, sus compañeros son amigos míos. Muy buenos tipos, militantes. El ex de Clara es un progre. Me gustaba eso. No está con un facho. Me interesaba meter la contradicción. Estoy interpelando a los varones que creen que militan estas causas y que, hacia adentro de las casas, hacen agua”, agrega Guevara. En el escenario, el punching ball de boxeo convive con una mesa y una silla: es la cocina de Clara. Un ring-cocina. Pese a que el texto está sobrecargado de información de coyuntura, cuestiones muy actuales como la dificultad de inscribir a los chicos en una escuela porteña, la actriz logra no hacer una bajada de línea. A lo mejor, por las claves de su actuación, los juegos corporales, rítmicos y elementos del clown. Para ella, lanzarse a hacer algo sola, por fuera de la contención del Bachín, implicó “un desafío muy grande”. “La pasé horrible en muchos momentos de los ensayos. Pero tenía ganas de contar algo así. Era un deseo personal”, concluye.