Dani Umpi saluda con la mano desde el bar en Buenos Aires donde se conectó con su celular para hacer esta entrevista. Tiene 47 años pero su edad parece indescifrable. Su sonrisa se sostiene durante toda la charla aun cuando habla de los temas más difíciles como sostener el trabajo durante la pandemia o los avances de las derechas en el mundo. A mediados de mes presentó el disco Umpi/Coghlan en el Margarita Xirgu, acompañado por Faraónika, Matt Montero y Ceretti.

“El disco venía con ideas de antes y cuando empezó la cuarentena se detuvo. Con Coghlan nos conocimos porque compartimos el mismo manager que es Agustín López Suaya y a él se le ocurrió que hiciéramos un disco juntos. No nos conocíamos mucho personalmente pero sí me gustaba mucho su música: estuvo buenísimo grabar juntos. La mezcla la hicimos pos pandemia. Cantamos en Córdoba juntos, en Arte BA. Se hizo en ese tiempo, antes, durante y pos pandemia y es un disco muy de discoteca”, dice Dani del otro lado de la pantalla. 

"Yo del pasado no vivo", se escucha en una de las canciones del nuevo disco, ¿te representa esa frase?

--Es una frase de Coghlan. Él tiene un proceso creativo muy distinto al mío, va improvisando; yo no tengo esa cosa del flow y de la improvisación y esa es una frase que quedó, la comparto en el sentido de que vivo para adelante y me gusta cantar canciones nuevas. Me lo han recriminado mucho de que nunca hago una evaluación y que nunca quiero cantar cosas viejas porque siempre trato de hacer algo nuevo. Soy bastante desarraigado aunque de a poco me voy reencontrando con lo que fui. 

Hablando del pasado, ¿cómo repercutió en vos la educación religiosa?

--Mi familia es religiosa pero del modo del interior. Por una parte, mis abuelos hicieron una capilla en el barrio y yo fui a un colegio jesuita de Tacuarembó. Iba a catequesis y todo eso y mi familia es católica pero de hacer actividades en parroquias, en grupos. En la adolescencia me fui separando pero tampoco fue algo tan tortuoso y además algo quedó porque tengo como un interés metafísico y siempre había una lucha interna porque mi otro abuelo era más librepensador. Sigo conviviendo con alguna cosa medio metafísica pero la llevo para otro lado: me interesa mucho el kabbalah. En mis canciones hay mucha referencia al simbolismo no tan cristiano. Pero tampoco estaba tan metido como mi hermano que es catequista, creo que me ayudó mucho el ser queer para no seguir por ese camino. Aunque tampoco era un camino que me imponían mis padres porque son muy libres en ese sentido, pero es cierto que tienen una afinidad religiosa. Incluso ahora que los veo mirando tele, prefiero que estén en la parroquia con los grupos. Pero como ellos no me han dicho nada, yo tampoco puedo decirles nada a ellos.

Umpi dice que con la pandemia muchxs artistas dejaron de producir obra

 

Iglesia y Estado: en Uruguay son asunto separado

Dani se ríe y toma un sorbo de café. Hace una pausa y sigue: “a ellos les gusta hacer actividades en los barrios. Hubo un momento en que estuvo la teología de la liberación de moda y coincidió con mi niñez, pienso que no hay una iglesia sola. Y conozco mucha gente católica con la que me llevo muy bien porque no me dicen cómo tengo que vivir. Hay católicos con otras ideas, no es todo tan de bloque, está este cura gay que sacó un libro y en Uruguay está siendo muy revolucionario. En Uruguay hace muchísimo que la Iglesia está separada del Estado y eso cambia todo”.

Vos estudiaste comunicación y comunicás a través del arte, no hay nada que no hagas: escribiste novelas, hiciste muestras de arte, cantás 

--Sí, capaz que eso es algo católico que no me doy cuenta, la idea de que mi vida es una creación. Es una idea un poco antigua, romántica, de ir probando plataformas y expresándome, aunque sea conceptual o estratégicamente como una necesidad expansiva de crear, de hacer cosas con otros: hago muchas colaboraciones con artistas, me encanta, es mi vida. El tener que decidirme por algo fue bastante conflictivo, siempre sentía que tenía que decidirme: o sólo escribir, o sólo hacer música o sólo dedicarme a las artes plásticas y no podía ver que había muchos artistas influyentes para mí que creaban de esa manera y el arte contemporáneo es un poco así. Creo que más que influencia católica tengo una cosa como muy pueblerina de creer que me tengo que definir por algo, nunca pensé que podía hacer todo a la vez. En ese sentido me ayudaron mucho los curadores y los galeristas. Son conflictos que sólo existían en mi cabeza porque en realidad hacía todo junto, sobre todo porque ninguna de esas actividades es muy redituable.

¿Y cómo sobreviviste a la pandemia?

--Fue muy complicado y creo que sobrevivimos gracias a las redes de ayuda y de colaboración, un compromiso muy fuerte de los coleccionistas. Yo creo que la gente que ya tenía cierta disciplina de trabajo lo pudimos manejar mejor. Tengo 47 años y es una edad en que los artistas dejan de producir porque se cansan, porque están en otra, tienen familia, o no pueden y llega un momento en que hay que pasar esa barrera y cuando coincide con algo como la pandemia, hay mucha gente que reforzó mucho su obra pero también hay mucha gente que dejó de producir. Por eso creo que fueron muy buenas esas alianzas.

 

Cómo producir arte en pandemia

Umpi hace otra pausa para comer un pedacito de medialuna y sigue: “yo lo tengo bastante aceitado porque siempre trabajé con otros artistas pero por ejemplo el trabajo plástico que siempre es muy personal y muy solitario a veces en situaciones así no se maneja muy bien. Yo seguí haciendo obras, el disco, no me enloquecí con la información en las redes, en el Ig, en esa ansiedad. Antes de la pandemia había hecho una muestra en el Gran vidrio, en Córdoba y vino la pandemia y con la guía de sala hicimos un video con las fotos mientras tanto otra gente filmaba su taller y esas cosas, no entiendo por qué no se hacía antes, ahora se hace por ejemplo en el Malba visitas virtuales”.

Para Dani “hubo mucho apuro en adaptarse a esas tecnologías que en realidad tampoco estaban tan desarrolladas. Seguimos produciendo y encontramos fuerza en las alianzas porque el sistema artístico es muy meritocrático y estamos todos dependiendo del financiamiento, la competencia por los fondos. Es una cosa muy estresante porque hay pocos fondos y poco coleccionismo”. Enseguida Umpi se responde que tampoco se puede criticar las políticas de concursos porque hay que mantenerlas, pero dice que no está del todo preparado: “somos todos artistas compitiendo por un fondo, que no quiere decir que está mal porque si se pierde esto, nos quedamos sin nada. Y ahora está todo este tema de las criptomonedas y el arte que es todo re nuevo, son cosas que van cambiando”.

¿Empezaste escribiendo poemas?

--Sí, a los 17, 18 años; en la adolescencia tenía el interés en escribir novelas, cuentos largos, porque era lo que había empezado a leer y era lo que más me motivaba. Con el tiempo, algunas las borré, y algunas me parece que estaban buenas y otras no.

¿Y qué leías?

--Leía mucha novela rosa, mucho best seller de esa época, de los 90: Coupland, Easton Ellis, Yoyimoto, con ese tipo de escritura heredera de Cheever, de Carver, Lorrie Moore y después los latinoamericanos. Salió American psycho, Menos que cero, todos esos escritores tipo gangster: me los imagino como unos jóvenes con lentes negros, con temas existenciales y de alguna manera todo eso linkea con la tradición latinoamericana de Puig. Soy producto de esa generación. Puig, Hebe Huart, de ahí aprendí un montón porque cuando escribo es como que alguien me habla. Es una manera de escribir que es bastante argentina, no es que haya literatura del yo, pero sí ese registro medio oral, medio gracioso que hay acá; en Uruguay no hay mucho, es un poco más solemne.

¿Qué te acordás de cuando llevaron al cine a Miss Tacuarembó?

--Fue buenísimo, yo pensaba que era un proyecto que no iba a salir. Cuando salió fue una sorpresa increíble, la vi en Tacuarembó con mi familia, con mi abuela, con todos, me emocioné mucho cuando fui a verla y después quedó como una película medio de culto. Yo hice la novela pero no el guión y mucha gente piensa que escribí las canciones, fue una experiencia muy buena. La veo y me sigue gustando. En el pueblo hay algo de eso que les gusta mucho a las generaciones más nuevas, hay algo de esa película que engancha y me está pasando mucho de linkear con gente más chica, pienso que es por el sonido de la música.

¿Creés que el transfeminismo y la juventud son los movimientos más democráticos que tenemos hoy en el mundo?

--Pienso en que tienen otra forma de pensar y entender las relaciones de poder. Me esfuerzo con quedarme en ese eje porque a veces me encuentro muy pesimista porque a la vez es todo muy conservador y tengo miedo que se pierda lo conquistado.

Dani se queda un rato pensando y aprovecho a preguntarle por su adscripción al Movimiento Straight edge. “Era en mi juventud, tenía toda esta idea antidrogas, era muy careta pero a nivel salud me ha servido un montón: no tomo alcohol ni merca y hay algunas cosas que quedaron”, dice.

¿Estás pensando en otra novela?

--Estoy como cuando era adolescente: con muchas cosas que no se continúan. Me pasó que estuve un tiempo como ghost writer y no funcionó y pasé un tiempo con eso y me hizo repensar muchas cosas mías y en hacer una novela que fuese mía y no una idea de otro pero la necesidad de trabajar está. Tampoco soy una persona que saca libros todo el tiempo pero por suerte siguen reeditándose y también muy loco porque di talleres de escritura destrabando otros procesos mientras que yo estaba muy trabado. En un momento me pasó que escribía todo muy igual y quise hacer un experimento de mezcla de géneros, voces y no tuvo un buen resultado.

A lo mejor hay que darle tiempo...

--Tengo que ser más espontáneo porque por ahí son conflictos que están en micabeza y no se traducen en la realidad, por eso lo de Coghlan me ayudó un montón porque tiene una forma de componer y de producir distinta. Joaquín Taba también confía mucho en la espontaneidad y si no sale borra y rearma y yo nunca tuve ese proceso creativo, nunca pude hacer eso, y por eso este disco a mí me gustó mucho porque parece espontáneo pero termina siendo muy complejo.

Y del vestido de mamá, ¿qué repercusiones tuviste?

--Es la única experiencia que tengo de literatura infantil, pero estuvo buenísimo. Hicieron una obra de teatro que en cualquier momento se hace una nueva temporada, se tradujo al portugués y estuvo acá en las escuelas. Las devoluciones de niñes y docentes fueron buenísimas; es el caso que uno dice la obra son como tus hijos que tienen vida propia y siempre te dan una buena noticia. Se ha reeditado un montón. Me gustó escribirlo, se discutió mucho con la gente de la editorial y con el ilustrador. 

Ayuda a crecer con más libertad.

--Sí, en ese momento no había tantos libros sobre la temática y los que había eran My little princess, el niño que se siente niña, del vestido rosado; era un tipo de literatura que recién comenzaba y con una motivación de activismo.

¿En Uruguay cómo está el tema de la educación sexual integral?

--Tengo recuerdo de haber ido a ese colegio jesuita pero en donde nos enseñaban a usar forro en los 90. Había un taller de educación sexual en los 80 y pico, 90: Uruguay es más laico que acá, la iglesia está de otra manera.

Uruguay siempre lleva la delantera con el aborto, con el matrimonio igualitario, con la legalización del uso de la marihuana

--Sí, pero ahora con la ley trans, gente de los partidos tradicionales salió a juntar firmas para derogarla, o sea que no escapa a la realidad del mundo.

¿Creés que en eso los artistas tienen algo que ver en que se hayan ganado estos derechos?

--Sí, porque la comunidad artística tiene mucho que ver con la población LGTTBIQ por la manera en que vivimos, por cómo se nos ve y porque estamos juntos. También ha pasado que son cosas que se van acomodando pero en la producción artística en los últimos años ha primado lo panfletario, tiene un mensaje redundante que es necesario porque es una lucha política pero en algún momento tenemos que pensar que no sólo servimos para hacer pancartas y bailar bowl y que hay artistas en la comunidad que hacen arte abstracto, geométrico, que somos trabajadores de la cultura y que eso, por más que tengamos una estética o tradiciones que tengan que ver con nuestra vida, podemos estar en todos los lugares, no solamente lo que se asocia con nosotros que a la larga termina siendo como una especie de folklore. Tenemos muchas tradiciones artísticas que son propias pero también podemos hacer otras, estar en otros lugares, estar en la historia. Paul Preciado lo tiene muy estudiado en su libro El Museo apagado, donde cuenta cuando empezaron las artistas feministas y sus muestras quedaban invisibilizadas. No es que sólo nos interesa el kitsch. No hay solamente una forma de hacer.