Se supone que el miércoles 24 el Supremo Tribunal Federal decidirá si acepta o no el pedido de Michel Temer para suspender las investigaciones de su conducta nada republicana. Será uno -uno- de los días decisivos para su futuro. Si la Corte Suprema rechaza el pedido, los partidos aliados abandonarán de una vez el barco que naufraga. Temer habrá perdido su utilidad, y ya no tendrá qué hacer en el sillón que usurpó y ocupa de manera absolutamente ilegítima.

La tensión en Brasilia es palpable como una roca. Ayer, la Ordem dos Advogados do Brasil, el poderoso colegio de abogados, anunció que entrará con un pedido de “impeachment” de Temer. Ese pedido se sumará a otros nueve que están en manos del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, del todavía aliado DEM. Uno de los allegados de Michel Temer dijo que el pedido “sorprendió” al gobierno, como si el gobierno todavía se sorprendiese con algo. 

Bajo bombardeo incesante, las reacciones del presidente acosado son más bien patéticas. Ayer, por ejemplo, anunció que haría una cena para recibir el apoyo de ministros, diputados y senadores, incluyendo los líderes de los partidos aliados en el Congreso. Horas después, suspendió la cena, por un motivo comprensible: ausencia absoluta de adhesiones. Con los barcos abandonando a la rata, su situación es cada vez peor.

Roberto Freire, el bizarro ministro de Cultura, dejó el gobierno. Para la cartera, no es ninguna pérdida: Freire es una nulidad bajo cualquier punto de vista. Para el gobierno, sin embargo, esa pérdida es grave, por ser la primera. El ilegítimo ocupante del sillón presidencial ya recibió mensajes claros y sinceros de los aliados que lo mantuvieron políticamente hasta ahora: si no logra una clarísima reversión del cuadro en las próximas horas, no podrá contar con ningún otro partido que el suyo. En términos concretos, si no logra revertir la situación estará definitivamente perdido.

Interlocutores directos del presidente admiten, de manera clara -y desleal- que Temer todavía no se ha dado cuenta de la gravedad del cuadro. Está presionado, sabe que la situación es delicadísima, pero cree que con los dos pronunciamientos realizados empezó a aclarar el horizonte. 

Buena muestra de hasta qué punto Temer está alienado de la realidad se dio ayer, cuando el todavía presidente anunció que espera que el Congreso retome mañana, martes, los debates sobre las tan mencionadas reformas.

No se ha dado cuenta de que lo que el Congreso espera no es retomar debates, sino cuál será la forma de encontrar un sucesor para Temer. Y más: cómo hacer para sobrevivir al tsunami político que despunta en el horizonte sin que el principal foco de acción se entere.

Temer pasó el domingo colgado del teléfono, llamando a todos los aliados para pedir que actúen sin precipitarse. No se da cuenta, como todo indica, que lo que se precipita en una montaña sobre su cabeza. Hace enormes esfuerzos para demostrar serenidad, mientras demuestra nada más que total carencia de idea de lo que realmente ocurre. Parece preocupado con la posibilidad de que facciones de los aliados lo abandonen.

Los caciques políticos que todavía fingen estar a su lado tienen otra preocupación: que empiecen a aparecer manifestaciones multitudinarias exigiendo por las calles la renuncia del ilegítimo y la anticipación inmediata de elecciones generales, para presidente y Congreso. Si esas manifestaciones ganan las calles, será imposible prever qué pasará. Excepto, claro, que Temer será defenestrado con más urgencia.

A todo eso, resta una tensa curiosidad: ¿qué dicen los militares? De momento, no dicen nada. Parecen concentrados en observar el huracán sin manifestarse. Todo indica que no hay, de momento, ni clima ni espacio para que se manifiesten de manera práctica, o que se muevan en alguna dirección. La posibilidad de una intervención de parte de los uniformados parece definitivamente congelada.

El problema es que también congeladas parecen las soluciones al colapso del gobierno y al caos que se instala a cada minuto.

Pobre país.