Estos dos años de pandemia han impedido proyectar a largo plazo; tampoco el corto plazo se presenta medianamente estable. Así lo entendieron los trabajadores y empresarios de la cultura, quienes desde el inicio de las restricciones en marzo de 2020, suspendieron los espectáculos al dicho de “cerramos porque queremos seguir abiertos”. La frase fue repetida por Carlos Rottemberg, productor teatral y presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (Aadet), en diálogo con Página/12. Rottenberg se mantuvo firme en su tesitura: es necesario implementar cuidados sanitarios extremos y redes de contención laboral, económica, social y emocional. "Siempre sostuve que, al trabajar con materia prima humana y no con mercadería, el cumplimiento del protocolo dispuesto para nuestra tarea resultaría garantía extra para las audiencias", expresó en esta entrevista.

--Cuando piensa en la pandemia y en su impacto en el sector teatral, ¿qué sensaciones tiene?

--Días atrás escribí una columna de opinión desde Mar del Plata, en respuesta a la sorpresa que me generó el comentario de un conocido, quien me dijo, con el barbijo puesto debajo de la nariz: “En su ambiente están todos infectados”. Digo que me inspiró a escribir porque desde marzo de 2020 participé --entre presenciales y virtuales, sobre todo virtuales-- de más de 150 encuentros. Al punto de haber tenido una denuncia por mantener una reunión mano a mano con el Presidente de la República, Alberto Fernández, en Olivos.

--¿Se sintió criticado por las decisiones tomadas para cuidar a la comunidad teatral durante la pandemia?

--Todo lo que escribimos, todo lo que consensuamos en el Ministerio de Salud, en la Ciudad de Buenos Aires, con los distintos organismos de cultura --sin importar ningún tipo de división que no sea la sanitaria-- ha dado sus frutos. Durante 2021, el público nos dio un crédito. Y yo creo que fue así porque la prensa, por derecha y por izquierda, defendió el regreso mostrando que la actividad, la comunidad teatral, había cumplido. Cumplió sin apurar los tiempos, porque hay que recordar lo que pasaba en el 2020. Necesidades hubo y, sin embargo, nos bancamos la espera.

--¿Qué tipo de necesidades se destacaron en la comunidad teatral en 2020?

--Cuando hablo de necesidad no me refiero solo a las pymes culturales como empresas, estoy hablando del gran padrón de trabajadoras y trabajadores de la cultura, en cualquiera de sus actividades. Nosotros fuimos, por ejemplo, quienes en marzo del 2020 subimos la marquesina más grande de la avenida Corrientes, que decía: “Bajemos el telón para cuidarnos. Habrá tiempo para volver al teatro”. O sea, no solamente no apuramos los tiempos, dimos un mensaje clarísimo desde el primer día. En esos meses hice muchas notas y me acuerdo de haber dicho: “qué cambio de paradigma...”

--¿Cuál es ese cambio de paradigma?

--Durante 47 años de profesión, siempre esperé recibir todas las noches el mejor borderó, es decir, la planilla de asistencia y de recaudación que describe el movimiento del público en las salas. Y me encuentro en este momento, esperando todas las noches otro borderó, uno trágico: ¿cuántas personas infectadas o fallecidas tiene nuestro país? Lamentablemente pasó lo que había escrito en marzo de 2020, cuando expresé que la pandemia nos iba a encontrar entre los primeros en cerrar y los últimos en abrir. Y esta última columna que escribí --titulada: “Cerramos para poder seguir abiertos”-- vino a cuenta de la difusión que tuvo el cierre, por una semana, de algunos espectáculos en Mar del Plata, y de los dichos de mi conocido. Me di cuenta de que es exactamente el mismo mecanismo que con los aviones.

--¿Por qué el paralelismo con los aviones?

--Vuelan decenas de miles de aviones por día pero el título se referirá a ese avión que se cae. En esta quincena de enero tenemos en el país cerca de 400 estrenos, solo en esta quincena; no hay dudas de que va a haber más suspensiones con un virus que transita de este modo. Tenemos la experiencia de Londres, de Nueva York... Desde marzo de 2020 hasta hace unos días, ningún día dejé de hablar al menos con cuatro comunidades teatrales, la de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de México y de España. Ya nada me tomó por sorpresa cuando veía que en Madrid estaba todo abierto y en Barcelona cerraban, no me sorprendía cuando en Argentina teníamos una jurisdicción sanitaria abierta y la otra cerrada. Porque pasó en el mundo.

--¿Cómo manejó las críticas frente a estas dos ideas enfrentadas: la de seguir abiertos frente a la de cerrar para cuidarse?

--No quiero caer en el ejemplo que di recién de los aviones volando y que haya un caso que tiñe todo. Yo soy un agradecido desde el punto de vista de cómo el ambiente respetó la norma y no tuvimos mayores críticas; todo lo contrario. Me corro por un minuto de hablar como Carlos Rottenberg para tomar una postura institucional como presidente de AADET --Teatro y Música--. Después de haber dicho en el 2015 que no me presentaba más a este cargo, acepté volver a la presidencia de la entidad justamente por esta crisis. En AADET se eligen autoridades cada dos años; durante cinco períodos fui su presidente. En 2015, con dos hijos pequeños, sentí que era mucho. En 2020 tuve la convicción de que hacía falta y me presenté; y agradezco la confianza del medio de haberme elegido nuevamente presidente de la Cámara.

--¿Cómo fue ese retorno en el marco de tamaña crisis para el sector?

--No puedo decir que en la Cámara no se consensuó y que hubo rispideces. Porque acá lo que no se entiende es que somos la única actividad que yo conozca que se autoregula, se ajusta a la norma sanitaria; no hay ninguna actividad privada que cierre, ninguna. Parecería que los más de 100 mil contagiados de estos días son todos del teatro, aun cuando nada cerró más que el teatro. En ese sentido, hemos tomado conciencia desde marzo de 2020, desde aquel primer audio de Whatsapp que se convirtió en texto, donde yo planteaba que nosotros no trabajamos con mercadería. El hecho de trabajar con seres humanos que corren riesgo de infectarse para mí es un reaseguro como espectador. Me parece que el dicho “Cerramos para seguir abiertos” es lo correcto; creo que hemos sido una actividad ejemplar. Pero no lo digo pidiendo, lo digo agradeciendo porque el público nos dio un crédito. Volvió más rápido. Nosotros somos los mismos que en una mesa con Salud elegimos ir a un aforo del 50% cuando las condiciones estuvieron dadas y no quedarnos en el 30%, como eligieron los cines para vender los pochoclos. Nadie entendía por qué nosotros, que además de público tenemos personas trabajando en vivo, íbamos al 50% mientras que los cines, con actores enlatados, mantenían el 30%. ¿Damos artes escénicas o vendemos pochoclos? Nosotros damos artes escénicas. Entonces nuestro “premio” fue adelantarnos en el aforo en relación a los cines.

Foto: Télam.

--Si uno tuviera que comparar esta crisis con las implicancias que tuvo la de 2001/2002 para el sector, ¿qué similitudes y diferencias encuentra?

--A esta crisis no hay con qué darle. En marzo de 2020, el Día Internacional del Teatro se celebró por primera vez en la historia con todos los teatros del mundo cerrados, con ingreso cero y todo el costo hundido. No es comparable. Yo era presidente de AADET en 2009 cuando me tocó hacer la conferencia de prensa para cerrar los teatros durante diez días por la Gripe A. En aquel momento creí que era lo peor, que esos diez días eran un mundo. Hoy me parecen un chiste. Esta es de las pocas actividades en las que el público deja un dinero en consignación por un servicio que aún no le diste, que si siquiera sabe si le va a interesar después. El público nos da un voto de confianza cuando nos deja en consignación un dinero que no es nuestro porque es un servicio que no dimos, este es el caso de lo que pasaba con la Gripe A, quien no tenía el dinero en boletería tenía que traerlo. Una vez que chequeamos que todos los teatros lo tenían, ahí entonces hicimos la conferencia de prensa y en 48 horas devolvimos todo. Bueno, aquello que me parecía un mundo es nada al lado de la situación actual. ¿Cuál es la diferencia en estos tiempos en lo personal? Que esta supuesta mesura tiene su costo en todo. Por primera vez, el 6 de noviembre de 2020 a las 17 comencé a tomar una droga que se llama Valsartán.

--Un antihipertensivo.

--Nunca antes lo había necesitado. Asumí a partir de entonces --dicho por el médico-- aquel refrán que dice “la procesión va por dentro”. La pandemia nos repercute a cada uno de un modo diferente, todos tenemos temores, a cada uno le pega distinto: de una manera al antivacuna y de otra al que está esperando la cuarta dosis cuando en el país hay que tratar de darnos tres. Cada uno lo lleva como puede y, reitero, nosotros no trabajamos con mercadería, somos parte de esos seres humanos que están dentro de los teatros trabajando. Cuando me preguntan hasta dónde puede estar segura la gente, yo respondo: “¿ustedes conocen acaso algún comandante de avión que antes de despegar la nave no haga el checklist?” Y el checklist no solo consiste en cuidar a la tripulación, ver si la nave está en orden; cuida a los pasajeros, se cuida a él mismo. Porque tiene que volar, él es parte de ese vuelo. Yo siento algo smilar. Yo quiero saber dónde nos sentamos, si usamos los barbijos, qué estamos respirando... Hoy el protocolo no pide la temperatura y el alcohol en gel es reemplazado por no usar los halls y hacer las filas en la calle. O sea, va mutando también el protocolo que debemos cumplir. Pero soy un convencido de que, por salud, nada mejor que cumplirlo y por negocio, nada mejor que cumplirlo.

--Hace poco dijo que, una vez que la pandemia sea historia, usted querrá que lo recuerden como un empresario que se manejó con dignidad. ¿En qué sentido lo dijo?

--En aquel momento de zozobra, marzo de 2020, leí un artículo del periodista Carlos Burgueño en el diario Ámbito; me interesó aquel título. Allí reproducía una conferencia que Víctor Küppers, un doctor en humanidades, había dado en la Universidad de Barcelona. En aquella conferencia, Küppers les hablaba a los empresarios de Barcelona y les decía: “la pandemia un día va a pasar y la clase empresarial tiene que pensar desde ahora cómo la piensa transitar y cómo quiere ser recordada después de la pandemia”. Me impactó lo que decía e incluso me ayudó muchísimo; entré con esa nota al dormitorio y le dije a mi mujer que quería leerle algo. A los pies de la cama, le leí lo que Burgueño reprodujo de Küppers.

--¿En qué sentido lo ayudó?

--Me acababa de dar cuenta de cómo quería ser recordado: con dignidad. Y supe que haría los deberes para eso. Busqué el teléfono de Burgueño, a quien no conocía, y lo llamé para agradecerle. Lo sigo contando hoy, 22 meses después, con la misma convicción. Gracias a esa nota yo pude decirme a mí mismo: quiero que me recuerden con dignidad. Y a las 24 horas escribí un mail, como presidente de la empresa, para todos los trabajadores en relación de dependencia que tenemos en los teatros y les transmití lo siguiente: sepan que tienen que preocuparse por la salud, no por las fuentes laborales, porque en tantos años de empresa tenemos la suficiente espalda para bancarnos la empresa y que ustedes la banquen con nosotros desde el punto de vista de la seguridad salarial mientras estemos cerrados.

--En alguna medida, la pandemia renovó ciertas etiquetas de la polarización política y social. ¿Cree que la pandemia aumentó la polarización o simplemente que le dio continuidad en otros términos? ¿Le parece que hay algún tipo de aprovechamiento de esta grieta en este escenario?

--Que la grieta es un negocio lo sostenemos muchos --imagino--, desde que Jorge Lanata se subió al escenario de la entrega de los premios Martín Fierro en el año 2013 e instaló el término. Mientras él instalaba el término “la grieta” otros elegimos referirnos a eso como “el negocio de la grieta”. Las principales víctimas de la pandemia son las personas fallecidas, ¡pongamos blanco sobre negro! Hubo un aprovechamiento que para a mí tuvo su clímax en la solicitada titulada “Infectadura”; lo dije en su momento. Nunca dejé de expresarme. De la misma manera que me presento por ser un total antigrieta, y lo llevo a la práctica y así lo desarrollo en mi vida privada, lo mismo hago en la pública.

--Usted trabaja con actores que tienen posiciones ideológicas distintas, por cierto.

--A mí me da mucho placer producir, en el Multiteatro Comafi, a Luis Brandoni, y a cuatro cuadras de allií, en el Multitabaris Comafi, a Pablo Echarri. Acá en Mar del Plata, en el mismo edificio tengo El acompañamiento, con Brandoni, y un piso más abajo a Gerardo Romano haciendo Un judío común y corriente. Yo programo antigrieta porque mi vida es antigrieta. En mi vida pública, tengo el mismo discurso en un medio y en el otro. No tengo un discurso para cada medio, sabiendo que lamentablemente el negocio de la grieta dejó, hace mucho, de tener lectores, oyentes o televidentes para pasar a tener clientes. Son clientes que se ponen muy mal si un medio sale de quicio y se corre un poquito a hacer a algún tipo de autocrítica para aquel negocio que su consumidor quiere comprar. Eso está claro, ocurre a ambos lados de la grieta. Quienes entendemos eso debemos defender nuestras ideas con argumentos es jugarnos con ese 40% que no está ni con el 30% de un lado ni con el 30 del otro. Yo no comulgo con aquel “si no estás de un lado, tenés que estar del otro”. No, a mí dejame rescatar todo lo que sume y enterrar todo lo que no.

--Como una posición política general, que trasciende las identidades partidarias.

--Y con todos los errores que surgen, porque yo tampoco tengo la verdad absoluta. Pero de la misma manera que uno en su casa hace política con su familia al poner límites, de la misma forma yo concibo la vida profesional y la que transitamos con el covid 19. Y aclaro que aborrezco a aquellos que utilizaron un flagelo sanitario como este para hacer política. Los tengo identificados; nunca voy a dejar de pensar que lo que se hizo contra la vacunación fue una cosa horrible. Así como digo una cosa digo otra. Tuve el placer de tener muchas reuniones, incluso alguna comida con Fernán Quirós, ministro de Salud porteño, quien a raíz de un comentario relacionado con mi hijo me dijo que la Sputnik era una vacuna maravillosa. Cuando le dije cuántos años tenía el nene me dijo “lo bien que hiciste, vacunalo ya con la segunda”. Quiero decir que no todo es lo mismo, no podemos creer que todo es blanco o negro. Bueno, yo soy de los que creen en los grises, intento no ser gris, pero en la vida, creo en los grises.

--Los primeros tiempos de la pandemia aceleraron el mundo hacia lo digital, ¿cree que el teatro necesita reinventarse en este escenario?

--Me parece muy bien que se reinvente la gente que se dedica a lo audiovisual. Yo soy teatrista, tengo 64 años y hace 47 que me dedico a lo mismo. Yo seguiré haciendo lo de los griegos: teatro. El teatro, por definición, es una actividad artesanal en vivo, irrepetible, que se transita en un mismo lugar en una comunión entre público y artistas. A eso decidí dedicarme hace 47 años.