Ryūnosuke Akutagawa es uno de los célebres autores de la literatura japonesa moderna de comienzos del siglo veinte. Destacado en cuentos y narraciones cortas -dos de las cuales inspiraron al cineasta Akira Kurosawa a realizar uno de sus éxitos, Rashomon-, también escribió una novela, ensayos, hizo traducciones y compuso casi 1200 haikus, de los cuales se tradujo al castellano y publicó una selección en 2015, titulada En la ceniza escribo, y en 2021 una antología poética: Detrás del bambú. Como Tanizaki, Kawabata, Mishima y Oé, Akutagawa trascendió, su obra se difundió e interesó en la cultura argentina; ahí están los escritos prologales y epilogales de Borges, hablando de “los encantadores y a veces terribles volúmenes de Akutagawa”, de su “estilo siempre límpido” donde se unen “la extravagancia y el horror”, y las entradas que, como lector, le dedicó Abelardo Castillo en sus Diarios: Akutagawa aparece mencionado en 1977, y, nuevamente, más de tres lustros después.
La editorial El cuenco de plata acaba de publicar Paciente X. El caso clínico de Ryūnosuke Akutagawa, novela del británico David Peace, con traducción de Teresa Arijón. Aparecido originalmente en 2018, es su décimo libro. Residente en Japón desde hace más de veinticinco años, Peace es autor, entre otros, del “Cuarteto del Yorkshire”, conformado por las novelas 1974, 1977, 1980 y 1983, sobre un asesino serial que actuó por esos años; de la “Trilogía de Tokio”, con Tokio Año Cero, Ciudad ocupada y Tokio redux, novelas que revisitan la segunda posguerra de la potencia integrante del Eje fascista, junto a Alemania e Italia, vencida por los bombardeos y la ocupación de los ejércitos Aliados; y de GB84, sobre los dos años de radicalizada lucha de clases de los trabajadores mineros y sus familias contra los planes antipopulares del gobierno de Margaret Thatcher (el cierre de las minas no rentables). Cultor del “género negro”, con obras llevadas a la televisión y al cine, Peace es un autor ambicioso y sofisticado, que se documenta profusamente, combina múltiples materiales y construye sus historias utilizando diversos puntos de vista, articulando voces, conciencias, discursos y tempos narrativos. Dijo en una entrevista: “la novela negra tiene el potencial para ser la forma de ficción más apropiada para narrar el cinismo y la inmoralidad del comportamiento humano, o incluso, para ser más precisos, para exponer la maldad y la corrupción que existe en el corazón de nuestro sistema capitalista”.
Paciente X recorre la biografía de Akutagawa basándose en sus textos y cartas, “intensificándolos” por medio de su propia ficción, cruzando los tormentos y temores del escritor desde niño por su destino -huérfano de madre, enferma de esquizofrenia-, la elección y salvación (temporal) por la literatura, sus creaciones y criaturas (kappas y “engranajes”), y el posterior fracaso (insomnio, crisis nerviosas) y suicidio, a la edad de treinta y cinco años, en 1927, por sobredosis de Veronal.
Con una sólida y cosmopolita formación universitaria, Akutagawa se graduó en 1916 con una tesis sobre William Morris. Tradujo a Yeats, Anatole France y Edgar Allan Poe. Publicó en vida ocho libros de cuentos y numerosas piezas sueltas. En su ficción, a medida que la historia avanza, las coordenadas de la realidad se enrarecen y dan cambios súbitos, inesperados, inexplicables. Alucinaciones, apariciones y visiones. La incertidumbre y la inminencia de la muerte. Mixturando ficción y biografía, Peace concentra en doce capítulos episodios significativos de Akutagawa, desde el terremoto de 1923 y su relación con el escritor Natsume Sōseki, su interés por la Biblia y el cristianismo, a la paranoia constante por la posibilidad, siempre latente, amenazante, de haber heredado la “locura” materna, y distintos episodios del “doble” (Doppelgänger).
Entre los capítulos, varios publicados previamente como relatos en revistas, se destaca el de la infancia del escritor, atemorizado, solitario, criado por su tía, y descubridor de un cuarto con una biblioteca. Y a partir de ahí, una serie de cambios, de comprensión y entendimiento, que se desarrolla durante varias páginas, con un joven Akutagawa obsesionado y deslumbrado por la lectura, funcionando esta como principio explicativo en su proceso de subjetivación: “todo lo que sabes del mundo, lo sabes y lo aprendes de los libros, a través de las palabras. No hay nada que, de una forma u otra, no le debas a los libros. Primero crees en los libros y después en la realidad: ‘de los libros a la realidad’, esa es tu verdad inmutable. No eres de los que observan a la gente que pasa para saber cómo es la vida, para después observar mejor a la gente que pasa. Las personas reales no son más que gente que pasa. Para poder comprenderlas con sus amores, sus odios, sus vidas y sus muertes, para conocerlas de verdad cuando pasan a tu lado por la calle, te sientas en tu casa de libros, en tu mundo de palabras, y lees sin parar, un libro tras otro, y observas y anotas las peculiaridades del habla, los gestos, las expresiones de la cara, el puente de una nariz y el arco de una ceja, cómo se toman las manos, bocetos a mano alzada en Balzac, en Poe, en Baudelaire, en Dostoievski, en Flaubert, en los hermanos Goncourt, en Ibsen, en Tolstoi, en Strindberg, en Verlaine, en Maupassant, en Wilde, en Shaw y en Hauptmann. Algún día serás el hombre más leído de tu generación”. La conclusión, inapelable: “Sin libros, sin palabras, la vida sería insoportable, tan insoportable, tan fea, tan pero tan fea”. Y la decisión: “Vas a consagrar tu vida a la literatura, a crear literatura; dedicarás el resto de tu vida a escribir”.
El episodio de Asakusa, tras el terremoto, ofrece su desolador panorama: “allí la destrucción era total; desde el río, en el este, kilómetros y kilómetros de ruinas calcinadas y todavía humeantes en todas las direcciones; y cadáveres por todas partes: cadáveres carbonizados, negros como la brea, cadáveres despatarrados en las cloacas, cadáveres flotando en los ríos, cadáveres apilados en los puentes, cadáveres bloqueando los cruces de las calles. Todas las formas de muerte posibles para un ser humano estaban a la vista”.
Entrelazando pasado y presente, pasiones y delirio, historia e historias, Peace asume su oficio tal como lo hiciera Akutagawa, uniendo vivos y muertos, épocas y personajes, fantasmas y otros seres. Es la voz de alguien que sostiene que “el mejor trabajo siempre se hace en los márgenes y en los géneros”, reivindicando a “Burroughs y Ballard en la ciencia ficción, Ian Sinclair y Alan Moore”. Rasgando los velos de múltiples dimensiones, Paciente X es una obra tan creativa como caleidoscópica.