Novak Djokovic parece no inmutarse incluso en medio de las horas más convulsionadas de su vida. En su existencia no hay lugar para los grises. La novela que lo enfrentó con el gobierno federal de Australia en plena pelea por jugar el Abierto de Australia sin vacunarse contra el covid generó una bifurcación clara: la gente lo ama o lo odia.

El número uno del mundo se había llevado una victoria clave en la audiencia de este lunes ante los representantes del gobierno federal de Australia, que había tomado la decisión de cancelar su visa y deportarlo la semana pasada pese a tener una exención médica extendida por Tennis Australia, la federación organizadora del primer Grand Slam del año, y el Estado de Victoria, cuya capital de Melbourne, la ciudad en la que se juega el torneo que comenzará el próximo 17 de enero.

La exención fue otorgada con el argumento de que Djokovic había tenido covid en los últimos seis meses: el positivo data del 16 de diciembre. Apenas aterrizado en el aeropuerto de Melbourne el serbio fue demorado por la Fuerza Fronteriza de Australia por no contar con la visa correspondiente para la exención. Estuvo cinco días aislado en un hotel de refugiados hasta que ganó la audiencia y pudo salir para entrenarse en Melbourne. Ahora, sin embargo, mientras espera que el gobierno federal no vuelva a tomar la decisión de deportarlo, Djokovic se enfrenta a sus propias verdades.

El 17 de diciembre, con el positivo confirmado, el serbio participó de una entrega de trofeos en el Djokovic Tennis Centre sin ningún tipo de cuidado sanitario ni distanciamiento social, rodeado de niños y sin barbijo. Un día después formó parte de una sesión de fotos del diario francés L'Equipe, también sin protección, en el marco de la entrega del premio de "Campeón de Campeones", en una extención de la postura que ya supo exhibir a mediados de 2020.

Este miércoles Djokovic rompió el silencio en torno a la polémica y admitió que el 16 de diciembre se sometió a un test de covid cuyo resultado conoció un día más tarde, después al evento de los niños en Serbia, y antes de acudir a la entrevista con el diario. "Me sentí obligado a acudir a la entrevista con L'Equipe para no dejar tirado al periodista, pero mantuve distancia social y utilicé barbijo todo el tiempo, excepto durante las fotografías. Al regresar a casa me aislé y reflexioné. Cometí un error de juicio y admito que debí posponer la cita", expresó en el comunicado.

La primera de sus verdades lo pone en problemas con su país: reconoció que rompió el aislamiento incluso bajo la sospecha, cuanto menos, de tener covid. Una sospecha que se confirma con sus propias palabras: antes de someterse al testeo PCR que dio positivo ya había realizado hisopados de antígenos que habían arrojado negativo.

Ana Brnabic, la primera ministra de Serbia, le dijo a la BBC que si Djokovic participó de esos eventos públicos con la certeza de haber contraído covid es una "clara violación a las reglas". Para destacar: la pena máxima por infringir las normas sanitarias en Serbia es de tres años de prisión.

Desde su país, donde su figura configura poco menos que la de un ser mitológico, sobre todo por haber sufrido de cerca la Guerra de Los Balcanes, parecen haberle soltado la mano con un cambio drástico. Días atrás, mientras el jugador permanecía aislado en Melbourne, el presidente serbio Aleksandar Vucic pidió que cesara "el acoso al mejor tenista del mundo en el menor tiempo posible", declaraciones que generaron un cruce diplomático con Scott Morrison, el primer ministro australiano, que remarcó que Australia "tiene reglas fronterizas claras que no son discriminatorias". Djokovic acaso tenga que afrontar las consecuencias en su propia nación.

De todos modos el problema más urgente, en pos buscar su décima corona en el Grand Slam oceánico, lo tiene con Australia, uno de los países más estrictos en los controles para mitigar el alcance del coronavirus desde que iniciara la pandemia. La pregunta latente es si el gobierno australiano, que tiene una última carta en sus manos para deportar al mejor tenista del mundo, aceptará en su territorio a una persona que no está vacunada y que, además, no canceló eventos con otra gente aun con la certeza de padecer el virus. En pocas palabras: ¿lo considerarán un peligro para la salud pública?

Ahora todo quedó en manos de un hombre: Alex Hawke, el ministro de Migraciones, el brazo del gobierno que podría accionar para ponerle otro freno a Djokovic. El funcionario pudo haber convocado al serbio durante las cuatro horas después de la audiencia en Victoria pero optó por analizar el caso con mayor profundidad.

Hawke tendrá más información para tomar la decisión final: Djokovic mintió en su declaración de viaje. En la observación minuciosa del caso entrará, sin dudas, el documento que el serbio firmó para asegurar que no había viajado a otro país que no fuera Serbia durante los 14 días anteriores, un dato que no se verifica con la realidad y que el propio jugador admitió que tiene irregularidades por un "error humano".

Una de las preguntas que Djokovic respondió faltando a la verdad en su pedido de visa.

La única verdad es que Djokovic jugó al tenis el 25 de diciembre en Serbia, se entrenó el 2 de enero en Sotogrande, Cádiz, y partió el 4 de enero desde Málaga hacia Melbourne vía Dubai, según el presidente del Comité Olímpico serbio Borizadr Maljkovic. “Sobre la declaración de viaje fue mi equipo el que la presentó en mi nombre, como les dije a los funcionarios de Migraciones cuando llegué, y mi manager se disculpa por el error administrativo de marcar la casilla incorrecta sobre mi viaje anterior a venir a Australia. Fue un error humano y no deliberado", se justificó el número uno. La decisión final está en juego y sólo queda conocer qué pesará más: los errores sistemáticos de juicio de Djokovic o la credibilidad de un gobierno federal australiano que todavía tiene en su territorio a un hombre que incumplió todas las reglas.

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