Chan Marshall no está lista para mí. "¿Sos periodista? Oh, Jesús... Oh, Señor". Hablamos por teléfono: ella está en su habitación de hotel, yo estoy en el lobby de planta baja, después de que golpear a su puerta no recibiera respuesta. "Tengo algo en el ojo y todavía estoy mojada por la ducha", dice arrastrando las palabras roncamente, igual que cuando canta como Cat Power. "¿Podés volver en 15 minutos? Te pido disculpas, dulzura".

Media hora más tarde, Marshall finalmente abre su puerta, y aquella modorra se ha convertido en energía caprichosa. Las luces están apagadas, las cortinas están cerradas, pero la mujer de 49 años está tan activa que podría jugar que está emitiendo su propia fuente de luz. Empieza arreglando almohadas para mí en la punta de su cama, luego me descubre mirando su mameluco azul oscuro, que tiene el nombre "Dave" en el pecho y rasgaduras en las axilas. "Ya sé, parezco un monstruo", dice, mientras sigue golpeando las almohadas, arreglando un nidito extraño para mí. "Es lo que hay. Es lo único en lo que entro. ¿Sos diestra?" Zurda, en realidad. "Oh, perfecto. Te podés inclinar así".

Pronto descubro que la conversación lineal no es una opción con Marshall. Ella habla en forma de pensamientos elípticos, tomando la mayoría de mis preguntas como collages de ideas más que como cosas a ser respondidas. Preguntale sobre con qué canciones de su nuevo álbum de covers se identifica más y vas a recibir una reflexión sobre la partícula de Dios. Una pregunta sobre dónde creció nos lleva eventualmente a la creencia de Marshall de que "parte de nuestra conciencia ya se ha convertido en un cyborg". También es cálida y maternal: además de arreglar mi escritorio de almohadas y de ofrecerme varias bebidas, me abraza durante largo rato, a pesar de haber insistido previamente en que mantuviéramos distancia social.

Se necesita cierta clase de personaje para hacer música como la de Marshall. Una mezcla dispersa de blues rock y folk, tan franca y apasionada como ella misma. A través de 11 álbumes, ha escrito sobre el amor y la pérdida, el aborto y los abusos, el dolor y Dios. "Nadaré / Me mataré bebiendo", cantó en Dear Sir, su debut repleto de distorsión, en lo que constituyó un momento de pura poesía pero también la primera señal de la depresión y el abuso del alcohol que llegarían a su vida como plagas.

La mugre melancólica de su música nació en parte por necesidad: durante un tiempo, ella sólo podía tocar el único acorde de guitarra que le había enseñado un amigo; era un acorde menor, entonces todas sus canciones salían tristes. Pero también era algo innato: Marshall tiene facilidad para destilar hastío existencial en canciones de tres minutos. En 1998, cuando tenía 26 años y había aprendido algunos acordes más, grabó el disco que se convertiría en su primer éxito, el vulnerabe Moon Pix, adorado por la crítica. Escrito en su mayor parte durante una noche después de una pesadilla alucinatoria en una casa de campo de Carolina del Sur, el álbum le proveyó a Marshall de seguidores devotos, pero ella nunca llegó al mainstream.

A pesar de haber sido alguna vez la cara de Chanel -Karl Lagerfeld le pidió que modelara después de verla fumando fuera de un hotel de Nueva York- y de hacer un dueto con Lana Del Rey en Wanderer (2018), siempre ha sido una especie de figura de culto. "Algún día se hablará de la música de Marsahll del modo que lo hacemos sobre la de Bob Dylan o la de Neil Young", escribió un crítico de la revista New Yorker en 2018. "Pero hasta entonces, ella existe en el agradable espacio entre el favorito de culto y el genio aceptado ampliamente".

Durante los últimos dos años, ese genio se ha dedicado a un uso más práctico: enseñarle a su hijo Boaz, de 7 años, a leer, escribir y hacer cuentas durante la pandemia. Lo tuvo en 2015, con un hombre con el que salió durante unos meses y al que no dio a conocer nunca. "Mi dios, mi hijo es como un fucking tigre, vieja", me dice. "Creo que me lo mandó el universo. Me pregunto si hay alguna justificación sobre cuando las mujeres tienen hijos... Nada. Nada".

No, seguí. "Bueno, me preguntaba sí... Porque mi padre tuvo tres hijas y nunca estaba presente. Simplemente iba y venía, como suelen hacer los varones. El mundo es su ostra. Y eso le hace algo a la madre, ¿sí?" Marshall creció en la pobreza; su padre ausente era un músico de blues, su madre una hippie que la cambiaba una y otra vez de escuela. "Pero tengo amigas solteras que tienen hijos, y tengo amigas casadas que tienen hijos y hay algo... No sé qué carajo estoy diciendo". Suspira. "Creo que el universo me mandó algo que siempre había necesitado. Una figura masculina que fuera confiable, protectora, hilarante, gentil y sabia".

Al igual que la lectura y las matemáticas, ella y su hijo tuvieron algunas clases sobre música juntos. "El tiempo de grabación y de música tuvo un poco más de profundidad", dice. "Él simplemente corretea lo más rápido que puede con Hüsker Dü". El hardcore punk no es de lo que están hechas la mayoría de las clases de música para niños, pero si alguien va a darle a sus hijos una educación sónica ecléctica, esa es Marshall. De hecho, para lograrla Boaz sólo necesita escuchar los covers que grabó su madre. Algunas de sus mejores canciones fueron cantadas antes por otra gente: su pensativa y lánguida versión de "(I Can't Get No) Satisfaction", de los Rolling Stones, que omite completamente el estribillo y se transforma en algo casi dolorosamente introspectivo, o su dulce y frágil mirada a "Sea of Love" de Phil Phillips, que tuvo un segundo aire cuando apareció en el film Juno seis años después de la salida de The Covers Record (2000).

Ahora, veinte años después, publica un tercer álbum de covers, titulado precisamente Covers. Es una nebulosa pero íntima colección que incluye canciones de Nick Cave, Billie Holiday y Frank Ocean, demostrando una vez más el poder transformador de la forma de cantar de Marshall. Que ella haga un cover de tu canción es tenerla pelada hasta su mera esencia.

Una de las mejores canciones del disco es "These Days", que hizo famosa Nico en los '60, pero escrita por Jackson Browne cuando tenía sólo 16 años. Una letra tan cansada del mundo escrita por alguien tan joven -"No me enfrenten a mis fallas / no me las he olvidado"- y la voz de Marshall, agridulce como café con un toque de caramelo, encajan perfecto en ese malestar. "¿Él tenía 16?", grita la cantante. "Mierda". Empieza a clickear una lapicera. "Mierda". Click, click. "¿Estás segura? ¿Estás segura de que tenía 16?" Click, click, click. "Guau".

¿Cómo elige qué canciones versionar? "Maldición", dice, parándose para ir a buscar algo del otro lado de la habitación, antes de volver con las manos vacías. "La música y las palabras nos dan sentimientos que podemos aplicar a nuestros propios recuerdos. Si una canción te toca, podés leer entre líneas y encontrar algo para vos. Aún si todos amamos una misma fucking canción en todo el mundo, cada uno de nosotros tendrá cuatro mil millones ámbitos de sentimientos".

De regreso en la cama, ella levanta un brazo al aire como si estuviera haciendo una pregunta en clase y lo mantiene ahí mientras habla. "Tengo un millón de canciones favoritas. Cualquiera que tenga un cerebro en la cabeza y un corazón en su cuerpo ama la música. Porque eso es algo que hacemos los humanos. ¿Y qué mierda es? No tenemos idea de qué es la música. ¿De dónde vino? Oh, simplemente pusimos estos sonidos juntos y cantamos esto. ¿Qué? No tiene sentido".

Es mágico que los humanos puedan simplemente captar una nota y su garganta produce el tono correcto, le digo. "Y las ballenas", responde, antes de hacer un largo y ruidoso sonido de ballena. Cuando termina con eso, aúlla como un lobo, trina como un pájaro, ronronea como un gato y, finalmente, para completar la performance de varios minutos, muge.

Al minuto, nos interrumpe el servicio de habitación, y una joven mujer hace entrar un carrito con café. "¿Sos africana?", le pregunta Marshall.

"Sí".

"¿De qué parte?"

“Ghana.”

“¡Ghana! Tina Turner tiene una casa ahí. Y Stevie Wonder. Y Bill Clinton. ¿Qué hacés acá? ¿Te ganás la vida?"

"Sí", responde la mujer con una sonrisa paciente. "Para tener una vida mejor".

"¿Y vas a volver a casa?"

"Sí, voy a hacerlo".

"Está muy bien", dice Marshall, anhelante en nombre de la extraña. "Yo también lo haría".

La propia crianza de Marshall fue muy ambulante. Nacida en Atlanta, creció en Georgia, Alabama y Carolina del Norte, antes de mudarse de regreso a Georgia. Fue allí, según dijo en otra entrevista, donde se involucró en la escena de bandas de rock de los '90. "¿Bandas de rock?", dice. "¿Yo estuve en una escena de bandas de rock?" Eso es lo que leí. Ella describe eso como un tiempo lleno de pérdidas. "Oh, sí, lo fue. Todos éramos pobres, excepto los chicos con fideicomisos". ¿En qué clase de grupo de personas estaba? "No estaba en un grupo. Tenía unos cuatro amigos". ¿Músicos? "No. Un barman, una vendedora, un fotógrafo y un artista". ¿Fue esto antes de que ella firmara un contrato discográfico? "¿Contrato discográfico? Nunca he tenido un contrato discográfico. Simplemente entrego mi música. Nunca he tenido un contrato discográfico".

Estoy un poco confundida. Según la web de Matador Records, ella firmó con el sello en 1996. Sacó siete álbumes con esa discográfica antes de ser echada sin ceremonias hace unos años, cuando juzgaron (erróneamente) que su disco Wanderer no era suficientemente bueno para ser publicado. Le habían implorado que les diera hits y ella lo habían intentado -Sun, de 2012, más pop, fue el primero en llegar al Top 10-, pero no era suficiente. Un ejecutivo incluso le hizo escuchar un disco de Adele como inspiración. Ella nunca lo había visto como una relación de negocios; evidentemente, Matador sí.

Le menciono su separación del sello y al principio no creo que me haya escuchado. "Me ofreció un millón de dólares este tipo que terminó siendo manager de Gwen Stefani", dice. "Nunca le dije a nadie esto. Bah, se lo dije a un par de amigos en mi vida, pero nunca se lo dije a un periodista. Él dijo que iban a comprar mi disco What Would the Community Think (1996), de Matador. Y yo le dije: "Fuck, no. Porque esos son mis amigos". Ya veo. ¿Entonces fue especialmente mortificante que ellos la echaran?

"Es una de esas cosas...", dice, haciendo click en la lapicera otra vez. "Es como cuando estás parado en un puente mirndo y tratás de imaginarte '¿Se me rompería el cráneo o se me quebrarían las piernas? ¿Qué tan larga es la caída?' Y entonces ves a alguien que vos fucking conocés ahí cerca, subiendo sus fucking piernas sobre el puente, y vos estás en el fucking puente al mismo tiempo. Y gritás su nombre y hacés como que no te diste cuenta de que ella está por saltar del puente".

En este punto, ella abandona la pretensión de la segunda persona. "Entonces ella baja sus piernas y se ve como si la hubieran agarrado robándose un arma. Y me mira y su cara empieza a cambiar. Simplemente la agarro. 'Está bien. Está bien. Yo estaba acá por la misma razón y está bien'". Un silencio extraño flota en el aire. "Si yo hubiera aceptado esa oferta de un millón de dólares, quizá no habría estado en ese puente. Y ella no sería mi amiga hoy".

La salud mental de Marshall a menudo a sido algo precario. Malas separaciones han llevado a atracones mañaneros de Jack Daniel's y Xanax, lo cual para ella es una victoria, ya que muchos de sus amigos quedaron enganchados a la heroína. En la época en la que sacó su séptimo álbum, The Greatest, tuvo un brote psicótico y fue hospitalizada, y en los '90 y los 2000 sus shows fueron asuntos erráticos. A veces le daba la espalda al público, le mostraba el culo, mascullaba unas canciones y se iba sin terminar el set.

Las cosas están mejor ahora, especialmente desde que tuvo a su hijo, aunque el aislamiento la golpeó en un momento. "Me desmoroné una tarde", dice. "Creo que fue en el sexto mes. Estaba ahí sentada y no sé qué pasó, pero simplemente me metí en mi propia cabeza. Boaz estaba jugando con sus juguetes y corriendo por ahí. No sé qué pasó, pero empecé a llorar. Y tenía la cabeza entre las manos. Y estaba sollozando. Él frenó lo que sea que estuviera haciendo y me dijo 'Mamá, mamá, mamá. Está bien, mamá. Todo va a estar bien'. Y yo lo miré y le dije 'Lo sé, lo sé'".

Marshall trata de no afligirse por las cosas malas, igual que no se aflige por haber rechazado un millón de dólares. "No me arrepiento de las cosas que he hecho", dice. "Nadie me fucking dijo 'No hagas esto porque, mirá, te va a pasar esta mierda'. Nadie tiene la llave. Nadie sabe nada. Hacemos lo mejor que podemos".

The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.