PáginaI12 En México

Desde Ciudad de México

La máquina de guerra funciona las 24 horas durante los 365 días del año, desgastando los engranajes que la componen –los armamentísticos, pero también los humanos– hasta convertirlos en fusibles fácilmente cambiables. De todo esto puede dar cuenta el general Stanley McChrystal, quien en 2009 llegó a Afganistán como el más alto comandante del ejército estadounidense y máximo responsable de ISAF, la misión de seguridad patrocinada por la ONU que en 2003 había enclavado su bandera en ese país de Medio Oriente. En ese momento, el presidente Barack Obama prometía que en dos años todas las fuerzas de su país abandonarían definitivamente el teatro de operaciones. McChrystal llegó a la conclusión de que una meta a tan corto plazo era alcanzable sólo si enviaba un refuerzo de entre 40 mil y 80 mil hombres, pero finalmente recibió 30 mil. Enojado por los desmanejos y la puja de intereses, a mediados de 2010 dio una nota a la revista Rolling Stone en la que criticó con dureza la metodología bélica de la administración Obama. El resultado fue el pedido de su alejamiento de las fuerzas. Aquel artículo tuvo amplia repercusión y devino después en el libro The Operators: The Wild and Terrifying Inside Story of America’s War in Afghanistan, y ese libro ahora en película. Se trata de War Machine, última gran apuesta de Netflix en el terreno del largometraje (ver recuadro), que estará disponible desde este viernes. 

“El libro de Michael Hastings tenía un tono gracioso pero también muy crítico que lo volvía muy difícil de adaptar”, dice durante la presentación ante medios de toda la región, entre los que está PáginaI12, el productor Jeremy Kleiner, quien viene de trabajar en las reconocidas 12 años de esclavitud (Ganadora del Oscar a Mejor Película en 2014) y La gran apuesta (cinco nominaciones en 2016), antes de hablar de la elección del australiano David Michôd como director: “Nos habían gustado mucho sus trabajos previos, Animal Kingdom y El cazador, y queríamos trabajar con él porque nos parecía alguien interesante y con una forma muy particular de contar historias. Cuando en nuestra compañía encontramos un proyecto, pensamos si tiene viabilidad y tratamos de ofrecérselo a la persona correcta para que pueda extraerle la esencia”. Con nada menos que Brad Pitt en la piel de Glen McMahon, alter ego ficticio de McChrystal, y un elenco en el que se destacan las figuras de Anthony Michael Hall (el adolescente nerd preferido de John Hughes, treinta años después de El club de los cinco) y Ben Kingsley, War Machine relata la historia de ese abnegado soldado para el que, sin embargo, la guerra se vuelve una cuestión exclusivamente burocrática.

Sin avance a nivel militar gracias a una milicia local poco dispuesta a dejarse vencer, su primer desafío será una inminente elección presidencial en Afganistán, razón más que suficiente para que desde Estados Unidos llegue la orden de detener cualquier acción a gran escala hasta nuevo aviso. “Hacía unos años que tenía ganas de hacer algo sobre Irak o Afganistán, pero no encontraba la historia correcta. Siempre pensaba que, cuando la encontrara, sería sobre la brutalidad y el horror de la guerra. Con Jeremy veníamos hablando hacía un tiempo para trabajar juntos, y cuando me trajo el libro me di cuenta del potencial que tenía para una comedia sobre el absurdo bélico y la ilusión de un comando conjunto entre militares y civiles, además de la brutalidad y la tristeza de la experiencia de las tropas en tierra. No quería que fuera ‘un poco’ de las dos, sino las dos”, dice Michôd.

Pasadas las elecciones, McMahon debe enfrentarse nuevamente con la dificultad crónica para comunicarse con los lugareños, las contraordenes que refutan sus estrategias y pedidos, y una buena cantidad de trabas provenientes tanto de la arena política como civil. El universo de War Machine es gris, oficinesco antes que belicoso. Para el realizador australiano, su tercer largometraje no es “sobre un general en particular ni su entorno, sino sobre toda la maquinaria que hay detrás y de la cual él termina siendo parte”. Explica: “No quería que fuera una biopic de Stanley McChrystal, quería algo más grande: una película sobre el sistema y cómo las personalidades de la gente pueden contribuir a extenderlo a lo largo de los años. No bien empecé a imaginar War Machine, supe que el foco debía recaer en todo el sistema militar, desde generales, embajadores y asesores, hasta el soldado más raso que tiene que pelear esta guerra. La máquina es todo ese sistema absolutamente poderoso”. 

–Da la sensación de que esa máquina no es sólo Estados Unidos, sino todos los países que mandan tropas…

Jeremy Kleiner: –La película muestra que hay un gran número de individuos interpretando diferentes roles: están los generales, los que los asisten, los que negocian con ellos, los funcionarios de otros países que aportan tropas y también gente local que quiere cosas con las que nosotros estaríamos de acuerdo. Sin embargo, hay una máquina o algo que impone una lógica que nosotros no logramos develar. Esa es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo: ¿Por qué no podemos quebrar esa lógica? ¿Por qué tenemos la misma historia repitiéndose una y otra vez? Me parece que David logró dar cuenta de esa complejidad que a veces es amarga, a veces alegre y otras trágica, igual que la vida humana.

–¿Cuál fue el principal reto a la hora abordar desde la sátira un tema tan delicado como la guerra?

David Michôd: –Al principio me tracé un par de directivas respecto a eso. La primera tenía que ver con ser respetuoso con las tropas y con quienes prestan servicio en las fuerzas armadas. Ellos tienen que llevar adelante una serie de decisiones que toman otros. Me parecía importante respetar a esos nenes que deben convertirse en adultos haciendo un trabajo muy confuso. Al mismo tiempo, tenía la sensación de que es absolutamente imperativo que nosotros, como ciudadanos, hagamos que quienes toman esas decisiones las justifiquen. En términos políticos, la comedia es una forma muy poderosa de poner el foco sobre ciertas circunstancias inconsistentes.

Brad Pitt y Ben Kingsley son los protagonistas del film, que no pasará por las salas.

–¿Ven diferencias en la actual situación de ese aparato militar en comparación con la gestión de Obama?

D. M.: –Una de las cosas más interesantes de la guerra de Afganistán es que atravesó dos gestiones presidenciales completas, ya va por la tercera, y todavía no pudo resolverse. La empezó un republicano como George Bush y la siguió Obama, un demócrata que ganó un Nobel de la Paz. La maquinaria de guerra va más allá del presidente que esté en el poder. Obama prometió sacar a las tropas durante la campaña y al final no lo hizo. Quizá fue porque era demócrata y necesitaba demostrar fortaleza, pero lo cierto es que terminó rindiéndose ante una maquinaria que tiene su propio poder. Uno podría pensar que es raro escuchar a algunos personajes hablando mal de Obama, pero es porque creen que todo el poder que tienen es independiente de las directivas del civil que es su comandante en jefe.

J. K.: –Estoy de acuerdo con David. Para mí, War Machine no es crítica a un gobierno en particular, sino a algo más grande en donde el presidente es apenas un eslabón que se combina con muchos otros. Pienso que esta película puede ser un buen disparador para hablar de temas que no son fáciles pero que tienen que ser tratados.

–La película ahonda en las motivaciones de los personajes, pero deja afuera todo lo relacionado con sus sentimientos. ¿Qué tipo de sensibilidad masculina les interesaba representar?

D. M.: –Pensamos en el general y su grupo como una burbuja. Eso porque se trata de un grupo de personas forzadas a separarse y a ser indiferentes a todo y a todos, desde a los ejecutivos civiles hasta a los ciudadanos de Afganistán, e incluso a sus propias familias. La ambición los lleva aislarse de todo lo que esté por fuera de esa burbuja. En ese sentido, tampoco hay que olvidar que es una película llena de hombres, una película sobre hombres. Es una película sobre la ambición y la vanidad masculinas, y para mí era muy importante que las pocas mujeres que aparecieran lo hicieran desde afuera para decirles cosas a ellos que los pusieran incómodos, que los devolvieran un poco a lo real.

–¿Qué reacciones esperan del público de Estados Unidos, teniendo en cuenta que hay mucha gente de acuerdo con la guerra?

J. K.: –La verdad es que no lo sé y estoy muy entusiasmado por averiguarlo. La película está pensada para que el público sienta respeto y preocupación por esas personas que, una vez que entran al Ejército, no tienen más opción que seguir las instrucciones que les dan. Y creo que parte de ese respeto pasa por plantear preguntas difíciles sobre cómo una de las mejores etapas del ser humano queda neutralizada por todo ese dispositivo. Mi experiencia dice que cuando tenés convicción y creés en lo que hacés, la audiencia responde.

D. M.: –Para mí no hay duda de que esta película siempre quiso ser antibélica y no creo que haya una persuasión política de ningún tipo. Siempre fue muy importante que Glen sea alguien humano y que uno pueda entender que es un hombre con buenas intenciones. Pero, como dije antes, es sobre una pregunta mucho más grande, relacionada con la máquina y la ambición. También es cierto que las decisiones de Estados Unidos afectan al mundo entero, así que todos deberíamos sentirnos libres de decir lo que queramos. Australia debe ser uno de los aliados más fieles de Estados Unidos. Si uno se fija en la historia, estuvimos juntos en todas las guerras desde la Primera Guerra Mundial. A donde va Estados Unidos, va Australia. Y estoy de acuerdo con esta alianza porque son dos países con historias y sensibilidades culturales parecidas, pero tiene que estar construida sobre la base del sentido común.

–Ustedes dicen que War Machine es contra “el sistema”, algo que también podría aplicarse a La gran apuesta, una de las últimas películas que produjo Kleiner. ¿Siente algún interés en particular por este tipo de historias?

J. K.: –En nuestra productora nos gustan los proyectos que en principio son dificultosos de llevar adelante. Quizá por esa idea, estamos un poco más acostumbrados a lidiar con películas sobre el sistema antes que sobre individuos. Creo que muchos de los films que admiramos tienen elementos personales y también cuestiones más generales. Apreció que mencione a La gran apuesta porque para nosotros fue muy importante hacerla y, es cierto, tiene puntos de contacto con War Machine, incluyendo que uno como espectador no sabe muy bien cómo pararse frente a los personajes.