El padre de Mariana Obersztern era polaco. Nació en un pequeño pueblo llamado Mezrich. Dos años antes de que estallara la guerra llegó a la Argentina con sus padres. “A pesar de que muchas veces yo se lo pedía, él no quería hablar en polaco; no tenía ningún lazo con esa tierra, me decía que los polacos habían sido muy hostiles con los judíos”, narra la directora en el programa de mano de su última obra. En la década del ochenta, fue justamente su papá, Perec, quien la llevó a ver Wielopole, Wielopole, de Tadeusz Kantor, al Teatro San Martín: “A partir de ese momento una cosa fue clara para mí. Era Kantor aquello polaco que mi padre elegía darme”.

Dice Obersztern que una obra se empieza a escribir antes del momento en que concretamente se escribe. Que “el quehacer actual puede ser la efectivización de cosas que empezaron más atrás”. Mercedes Halfon, periodista del suplemento Radar de este diario, es la curadora del ciclo “Invocaciones”, en el que directores contemporáneos son invitados a crear materiales que dialoguen con directores del siglo XX. Vueltas de la vida: a Obersztern le fue asignado Kantor. “Yo estaba radiante. Fui para mi casa y ya estaba en tarea. Se me activó de forma inmediata”, cuenta la directora de la Invocación VI, titulada Wielopole, Mezrich, Wielopole (viernes a las 20 y sábados a las 21 en el Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551).

La autora y docente, quien ha participado de la renovación teatral porteña en los noventa, le huye a estructuras y argumentos. Por eso no suena extraño que su invocación esté más ligada a su percepción que a la acumulación de datos. “No quería ponerme didáctica, hacer una investigación legítima, académica y analítica, y tener que dar cuenta de eso. Mi cuerpo y mi pensamiento fueron naturalmente al impacto de haberlo visto, no a ponerme a estudiar”, explica. “Esto de no querer averiguar se convirtió en una especie de capricho. No quise saber nada. Como si la información real me condicionara, me llevara por un camino que no era el que estaba eligiendo. Al no querer informarme, al decirle que no a esto, le estaba diciendo que sí a lo otro: a alguna ruta que se me armaba entre el impacto real que tuve en ese momento, los residuos y las secuelas que me habían quedado de esa expectación.”

Ver Wielopole, Wielopole en la adolescencia, cuando todavía no se dedicaba al teatro, le representó a la artista un “shock”, un “impacto estético”. Su padre solía llevarla al cine y al teatro, pero lo que le pasó esa noche, con esa obra, fue especial. Y no es casual, por supuesto, que Obersztern hable de “ADN” al rememorar lo que le ocurrió. “Nadie es el mismo después de haber visto a Kantor. Ha sido un artista muy genial. En mi caso personal, quedó un material activo, sembrado en el pensamiento, imbricado con mi ADN. No es sólo un recuerdo aislado, puro, prolijo, al que puedo acudir, sino que se me metió en la piel”, asegura. Y concluye: “Mi viejo estaba delegando en Kantor la posibilidad de explicarme alguna cosa que no podía ser explicada. De mi niñez, del sufrimiento que fue Europa para él. Yo tenía una sensación de triangulación entre mí misma, el artista y mi viejo, que me llevaba a verlo por unas causas misteriosas”.

Wielopole, Mezrich, Wielopole está hecha de “reverberancias” de aquella expectación y de “reconstrucciones apócrifas” de momentos de la obra original. Obersztern está en escena: es una directora que se propone la reconstitución de una obra del pintor, escenógrafo y director, con la asistencia de una joven que encarna Agustina Muñoz (en la vida real, algo así como su discípula). “Estaba servido que yo iba a andar deambulando por el escenario. Es una marca de Kantor y es algo que a veces hago en cosas performáticas. Hago paparruchadas en escena. En este caso hago de mí, de algún aspecto de mí. Soy yo con alguna capa de ficción”, explica. Todas sus intervenciones son en polaco, el idioma que su padre negaba. “No aprendí polaco. Aprendí de memoria los textos. Por momentos soy Kantor, por momentos soy yo y por momentos mis raíces, activas en mi cuerpo. Hablo con la música idish de mi familia”, agrega.

El elenco lo completan Juan Barberini, Lucas Cánepa, Cristina Coll, Lucio Giuggioloni,  Walter Jakob, Valentina Pagliere, Angeles Piqué y Verónica Walfish. Ellos intentan la reconstrucción de la obra de Kantor o del imaginario de la directora entrometida –del personaje que no es tal cosa porque es ella, o una porción de ella, al que bautizó MK–. “La ficción es la emanación de las personas, no de personajes”, sugiere Obersztern. En escena se cita un fragmento en el que el autor de La clase muerta expresó: “En Wielopole, Wielopole no hay texto. Es decir, no hay literatura, ahí no se puede imitar, representar o asumir el rol de personajes y situaciones, sino que el actor tiene que ser él mismo. No hay vehículo, no hay transición. Ahí no hay sino personajes reales que expresan una situación falsificada”.

En el espectáculo es fundamental el tratamiento de los objetos, que evoca otro sello del creador polaco. “El elenco mueve todo de un lugar a otro. Arma y desarma como si armara y desarmara mi imaginario. Me gusta mucho la mezcla del cuerpo y del objeto”, dice la autora. Muchos de los muebles que aparecen en la invocación los agarró de la calle. “Hay un respeto, una veneración por el objeto. Es algo muy presente en Kantor y yo participo de eso. Será una reverberancia de aquel vistazo en el San Martín, que quedé enamorada de los objetos. En la vida diaria y el trabajo les presto mucha atención. Me parece que el objeto no es útil. Nunca trabajo con un objeto útil. Algo de lo humano aparece en el contacto sensible con el objeto. El objeto hace actuar al cuerpo, pero el cuerpo también hace actuar al objeto. En esta obra eso está muy adelante”, subraya Obersztern, que suele encargar a artistas visuales la realización de las escenografías.

“A veces sé más de la obra cuando estoy en el ojo de la tormenta. Me lo permito porque no estoy tan interesada en la idea de estructura dramática o argumento, entonces no tengo ninguna deuda con un sentido específico. Mientras estoy trabajando, hay una impronta fuerte de enigma para mí. De develación”, se define Obersztern. La música es esencial, también, en este trabajo fascinante tanto visual como poéticamente. Existencial y delirante, resultado del “mareo agradable” de una creadora que ha ido hasta el fondo de sus recuerdos para compartirlos.