Desde Londres

En el debate semanal parlamentario entre el primer ministro y el líder de la oposición, Boris Johnson no podía ocultar la cara de pánico mientras que el laborista Keir Starmer lo atacaba con gesto ganador.

“Cada semana el primer ministro sale con una nueva e increíble explicación sobre las fiestas en Downing Street durante la pandemia y cada semana la explicación se le desarma. Al principio dijo que no había habido fiestas, después que estaba furioso por estas fiestas y ahora resulta que él había estado en una de ellas. Es lo que le dijo al parlamento la semana pasada. Con una salvedad, que dijo que no se había dado cuenta que era una fiesta. Surprise, surprise: nadie le creyó”, dijo Starmer antes de volver a pedir su dimisión.

Boris Johnson respondió que de renuncia nada. “Voy a seguir trabajando para los británicos como lo he hecho hasta ahora. Estoy inmensamente orgulloso de lo que ha hecho nuestro gobierno durante la pandemia y con las vacunas. Gracias al trabajo gubernamental, del aparato del estado en Whitehall y al Servicio Nacional de Salud, hemos avanzado mucho. Sobre las fiestas veamos lo que dice la investigación que se está realizando antes de opinar”, dijo el primer ministro.

Pero el laborista Starmer tenía la carta ganadora. Poco antes del debate, el diputado conservador, Christian Wakeford, representante de Bury South, en el norte de Inglaterra, se había pasado al bando laborista.

La geografía del parlamento

En la Cámara de los Comunes, hay dos bancadas enfrentadas arquitectónica y políticamente. De un lado, detrás del primer ministro se sientan los diputados del partido en el gobierno. Del otro, detrás del líder del principal partido de la oposición, sus diputados, y a un costado de estos, el resto de los representantes de la oposición.

El foco estaba concentrado en Wakeford, ahora del lado laborista. La flamante adquisición del Starmer tenía la cara cubierta con un barbijo de la bandera británica, un intento de que quedara en claro su patriotismo: lealtad al Reino y no al partido. En su carta explicando su decisión de pasarse a los laboristas, Wakeford puso el dedo en la llaga. “La conducta del primer ministro durante el “Partygate” es inexcusable”, escribió.

Pero hay otros motivos igual de urgentes para explicar el cambio de bando. En el Reino Unido se elige directamente al representante en el parlamento de cada circunscripción o zona electoral. Wakeford ganó su escaño en 2019 por 402 votos en Bury South. Esta es una de las zonas del norte inglés, tradicionalmente laborista, que en las últimas elecciones se inclinaron por los conservadores, en parte debido al Brexit, en parte debido a la decepción con el Laborismo más de izquierda de Jeremy Corbyn.

En su carta Wakeford añadió que el laborismo de Starmer “representa una opción más al centro” que el actual gobierno derechista de Johnson. La realidad es que con una mayoría tan exigua para una circunscripción de más de 90 mil personas, la única chance que tenía de seguir manteniendo su escaño era convirtiéndose al laborismo.

To cross the floor

En la jerga parlamentaria y mediática Wakeford “crosed the floor”. El diputado cruzó el piso que separa a una bancada – la del gobierno – de la que está enfrente – la oposición - para sumarse a sus filas. En la bancada conservadora muchos se miraban o bajaban la cabeza mientras - caras desorientadas, apagados intentos de apoyo - calculaban cuántos Wakeford más habría en el partido.

En 2019 el gobierno obtuvo una mayoría absoluta de 80 diputados sobre toda la oposición porque muchas zonas electorales del norte, tradicionalmente laboristas, habían hecho lo mismo que Bury South: escuchar las promesas de Boris.

La principal promesa era que a través de la estrategia conservadora (Brexit más inversión pública), se lograría nivelar (level up) la creciente desigualdad entre el sur afluente y el norte empobrecido que dejó la “revolución conservadora Thatcherista” de los 80. Docenas de diputados que quieren conservar su escaño saben que ganaron por márgenes exiguos y están muy nerviosos con el escándalo, el costo de la vida, el desempleo, todos problemas que Johnson había venido a solucionar.

Mucho dependerá del informe de Sue Gray, la funcionaria de carrera que está investigando el “Partygate” y que debería dar su veredicto en los próximos 15 días a menos que surjan más revelaciones. Hasta ahora hay 14 fiestas confirmadas e informaciones de una “informal fiesta de todos los viernes por la noche” durante distintos periodos del confinamiento por la pandemia. Pero Starmer no exageraba. Desde que saltó el escándalo a fines de noviembre, todas las semanas aparecen nuevas fiesta, “reuniones de trabajo” y desmentidas que erosionan el apoyo al gobierno.

Hoy Johnson es un activo para los laboristas. La última encuesta muestra que el partido de Keir Starmer, que estaba detrás de los conservadores antes del escándalo, hoy lo supera por más de 10 puntos. En la colmena parlamentaria circulan rumores de que ya más de 30 diputados enviaron una carta al presidente del bloque 1922 (diputados conservadores sin responsabilidad de gobierno), Graham Brady, en la que le retiran la confianza al primer ministro y exigen su reemplazo como líder partidario

Se necesitan 54 cartas y hay muchos aparentemente dispuestos a dar el paso. En el debate parlamentario, un ex ministro conservador y casi líder partidario, David Davis, lo dejó bien claro al concluir su pregunta a Johnson. “In the name of god just go”, dijo cosechando el aplauso de la oposición. Mientras tanto en la colmena de las redes sociales circulan todo tipo de memes y videos que ridiculizan al primer ministro. 

Corona, herederos y decisiones

Las 54 cartas son el primer paso: no bastan para que Johnson se vaya. En una votación interna de los diputados, más de la mitad más uno de la bancada tiene que estar a favor de su reemplazo. En total hay 359 legisladores tories: se necesitarían 180 paras disparar una elección interna a fin de reemplazarlo al frente del Partido y de 10 Downing Street.

Uno de los problemas en este momento es la falta de voluntarios para el puesto. El alza del costo de la vida, la inflación que pasó de la nada a un 5,1% anual, el retiro del apoyo por la pandemia a empresas y personas que se anunciaría en abril para balancear el presupuesto, las elecciones locales en mayo que, de seguir así, terminarán en paliza a los conservadores, hace que muchos calculen que mejor esperar para que sea Johnson el que pague el costo político.

Los dos grandes candidatos a sustituirlo han mantenido un apoyo táctico al primer ministro, más hecho de silencios que de respaldo explícito. La canciller Liz Truss representa el ala más dura del Brexit dentro del gabinete de Johnson y es muy popular con los militantes del partido Conservador. El ministro de finanzas Rishi Sunak es un multimillonario de una minoría étnica con un perfil extremadamente neoliberal en lo económico, pero más pragmático en lo político-diplomático.

El catedrático de Desarrollo Financiero internacional de la Universidad de Cambridge, Edmund Valpi Fitzgerald, le explicó a PaginaI12 la ironía que subyace a estos dos candidatos a reemplazar al rubio flequilludo. “Johnson es un muerto político. Pero los reemplazantes no quieren dar el paso para aniquilarlo porque no les conviene en este momento. Sunak es más de centro, la canciller, en cambio es una Brexitera a muerte, pero la mayor ironía es que en un partido de derechas muy nacionalista, como son los actuales conservadores, los dos principales candidatos a suceder a Johnson sean un hijo de inmigrantes indios y una mujer”, dijo Fitzgerald.