La tragedia de Macbeth       6 puntos

The Tragedy of Macbeth, EE.UU., 2022.

Dirección y guion: Joel Coen.

Fotografía: Bruno Delbonnel.

Música: Cartel Burwell.

Intérpretes: Denzel Washington, Frances McDormand, Brendan Gleeson, Alex Hassell, Corey Hawkins.

Duración: 106 minutos.

Estreno: en la plataforma Apple TV+

Todo en el Macbeth dirigido por Joel Coen –la primera película en su obra que hace sin colaboración alguna de su hermano Ethan- es noche y niebla. Una noche siempre brumosa, blanquecina, por momentos casi cegadora. O como dice el propio texto de Shakespeare, cuando Macbeth (Denzel Washington) le pregunta a Lady Macbeth (Frances McDormand): “¿Cómo va la noche?” Y ella le responde: “Casi en lucha con la mañana, mitad por mitad”.

Se diría que esa lucha nunca se resuelve, ni en la obra original ni en el film de Coen, quien seguramente eligió un blanco y negro muy contrastado, casi sin grises, para dar mejor cuenta de ese enfrentamiento, que no es entre el bien y el mal (hace tiempo que el mal ha triunfado), sino entre la noche y el día, entre el sueño y la vigilia. Es como si Macbeth tratara infructuosamente de despertar de la pesadilla en que se ha sumido y nunca pudiera conseguirlo, a pesar de todos sus esfuerzos.

Otro tanto le sucede a Lady Macbeth, que comienza empujando a su marido al abismo de la traición y el magnicidio –el asesinato de Rey Duncan (el gran Brendan Gleeson)- pero luego no puede escapar tampoco del mal sueño que la acosa, hasta terminar sonámbula, caminando y hablando dormida, iluminada apenas por el temblor de una vela que no la conduce hacia ninguna parte.

Como escribió el polaco Jan Kott, quizás el mejor exégeta de Shakespeare, la de Macbeth “es una noche de la cual fue desterrado el sueño, en ninguna de las tragedias de Shakespeare se habla tanto del sueño como en ésta. Macbeth ha matado el sueño, Macbeth ya no puede dormir, nadie puede dormir en toda Escocia. El sueño desapareció y sólo quedaron las pesadillas”.

Ese clima onírico Joel Coen lo busca no sólo con la fotografía del francés Bruno Delbonnel (que viene trabajando con los famosos hermanos desde que abandonaron el registro analógico por el digital) sino también, muy en especial, por el diseño deliberadamente teatral y antinaturalista del set, que no hace sino enfatizar la prisión metafísica en la que viven sus personajes. El castillo de Macbeth –que parece una escenografía escapada de una ópera- es su propia cárcel. Hasta su dormitorio se asemeja a una mazmorra, con unas rejas brutales en el techo, desde donde las brujas que le anunciaron su trágico destino siguen perturbando su sueño, como buitres esperando la carroña.

Los infinitos corredores recuerdan a los que pintaba el italiano Giorgio de Chirico, con esas inquietantes recovas vacías de vida. Todo en ese mundo son líneas de fuga y, sin embargo, Macbeth no tiene a dónde huir, no puede escapar a su conciencia, como lo prueban los recurrentes planos cenitales, donde el cielo parece caérsele encima.

Esa estilización extrema, ese despojamiento, esa voluntad de abstracción tan evidente es quizás el mayor problema del film, o en todo caso el que lo hace entrar en contradicción con la obra misma de la que se nutre. Quizás no haya tragedia más sangrienta en la obra de Shakespeare que Macbeth, ninguna en la que la sangre manche tanto las ropas, las manos, los parlamentos incluso, y no hay un Macbeth más limpio, más gélido, menos sanguíneo que el de Joel Coen. El de Polanski es casi gore en comparación e incluso aquellos filmados en blanco y negro, como los de Orson Welles y Akira Kurosawa (ver aparte), son salvajes al lado de este Macbeth excesivamente pulcro, compuesto, desapasionado, ganado por la frialdad de la imagen digital.

En los protagónicos, Denzel Washington y Frances McDormand hacen lucir el texto con precisión y autoridad, pero la puesta en escena les contagia su hieratismo. Se extraña más desvarío, más desesperación, más locura. Es lógico: en todo caso están en sintonía con la concepción general del film, que salvo Brendan Gleeson como el desdichado Duncan, tiene un elenco secundario poco relevante, de escasa fuerza, incluso allí donde más la necesita, como es el caso del Mcduff de Corey Hawkins, el antagonista final de Macbeth, aquel que “no ha nacido de vientre alguno de mujer”.