Se piensa que el algoritmo es un concepto atinente a las redes sociales que filtran, panean, y toman decisiones a partir de conductas que propician, que favorecen pautas de consumo, en definitiva, que sesgan variables según sus intereses. Ahora, a partir de esta campaña “Soltá la panza”, realizada por miles de mujeres que mandaron fotos y videos, que demostraron el poder opresivo que cae sobre sus cuerpos ante la exigencia de un nuevo verano en el cual se espera la panza plana, las piernas esculturales y los dientes blanquísimos- y además aportaron una disputa al inapelable algoritmo, que “elige” variables programadas por manos anónimas que actúan detrás de ese “moldeamiento cultural”.

Hackear al algoritmo no es una práctica nueva, pero es la primera vez que una comunidad on line argentina lanza esta campaña que propone hacer tendencia en pleno verano, se trata de llenar las redes de mujeres reales y no volver a soportar esas campañas donde una mujer aparece con una bikini que sólo ella puede usar, una mujer y sólo una.

Ya se conocían trucos para hackear los algoritmos que calculan los precios tomando en cuenta la oferta y demanda en tiempo real. Engañar al algoritmo suele ser complejo, pues implica crear una comunidad y es aleccionador de la trascendencia que ha tomado en nuestra vida cotidiana. Para dar un ejemplo, en el aeropuerto de una capital norteamericana, los conductores, organizados como comunidad, apagan simultáneamente sus aplicaciones de viaje compartidas durante uno o dos minutos. De esta forma consiguen que el algoritmo “crea” que no hay conductores disponibles, y esto provoca un aumento de precios. Entonces, cuando la tarifa es suficientemente alta, los conductores vuelven a encender sus aplicaciones.

En esta campaña, también se trata del precio que “pagan” las mujeres ante una tendencia que deben cumplir y así “encorsetar” el cuerpo bajo las rígidas exigencias del verano. “Meter la panza” es la orden, como antes fue mostrar el mejor perfil a lo egipcio, sonreír sin mostrar los dientes amarelos por la vida, esconder las patas de gallo tras botox transitorios, amasar las piernas con arcilla traída de la India, comer como una paloma anoréxica y pelear con la balanza de la esquina a la espera de ese imposible kilaje necesario antes de subir al ring veraniego.

Ya se conoce que las redes sociales -sobre todo las utilizadas por adolescentes, como Instagram- producen serios problemas en la percepción del propio cuerpo, a partir de los “valores” ligados a la belleza corporal femenina que se comparte y es viralizada allí por los y las adolescentes que parecen “disfrutar” de ese tortura estética. En sus comienzos, las redes produjeron una avalancha de adolescentes con atracones, que luego de ponerse los dedos para vomitar el fruto prohibido, extirpaban las culpas, despachando ese excedente metabólico antes que sea tarde, expulsando en el inodoro esos excrementos orales autoinflingidos. Pero se supo, y las familias y los profesionales levantaron la voz para intentar mitigar estos males, con un resultado ambivalente. Por un lado  internaron a las más díscolas, y por otro, se sofisticaron las formas del vómito y de la anorexia alimenticia. Se sabe que los síntomas van cambiando con los épocas, y que siempre están un paso delante de los profesionales y sus pesadas instituciones terapéuticas.

Hubo cambios positivos en la sociedad a partir de la emergencia de algunos colectivos feministas que cuestionaban las enormes campañas de desprestigio de cuerpos que salieran de la norma patriarcal del otrora famoso 90-60-90. Esta sigla, que ya no se dice públicamente, sigue regimentando la vida de muchas mujeres y ¿por qué no? de los seres humanos en su conjunto, teniendo que hacer que el cuerpo se amolde a un estereotipo de lo lindo, lo pulido, lo escultural, lo depilado, lo joven, ubicando allí el germen de las peores discriminaciones, que además de ser políticas, estéticas, se subjetivizan en cada una y cada uno, dejando en evidencia desde hace décadas cómo el poder se entroniza en la erótica de los cuerpos. Tantos autores, en especial Foucault, lo han demostrado.

Este año es especial, toma otro color, luego de la crisis planetaria pandémica, donde además de la constatación de una desaceleración de la economía mundial, se produjo un enorme desencuentro de cuerpos y sexualidades, y un aumento de la reservas en el cuerpo con un aumento del peso corporal que ha vuelto más “pesado” al planeta. Estamos en pleno verano en Argentina, y antes de su arranque, volvieron las golondrinas y esa tendencia a mostrar cuerpos esbeltísimos. Antes de que eso ocurriera, una campaña intentó demostrar que el algoritmo debe “humanizarse”, que debe aprender y abrir su mente. Así lo explica la artista visual Lala Pasquinelli: “desde hace cuatro años creamos el hashtag: 'Hermana, mostrá la panza', y ahora se convirtió en campaña que intenta hackear a los algoritmos”.

Antes que eso, se trata de que el cuerpo ocupe su lugar. Y cuestionar las exigencias que nos caen dentro de cada panza. Si hay que hacer trampa al algoritmo para que cada vez más mujeres (y hombres) no se hagan trampa a sí mismos, está justificado.

*Docente UBA.