Para ellas la libertad no es sólo la sensación de volar cada vez que se suben a sus tablas. Son orgullosas hijas y nietas de mujeres de pollera que despliegan saltos y trucos tan poderosos como sus ideas.

Imilla Skate nació en la ciudad boliviana de Cochabamba el 7 de abril de 2019 cuando algunas de las chicas que patinaban en diferentes parques compartieron una actividad por el Día del Peatón. Si bien se conocían como parte de la escena skater de la región, donde las mujeres eran muy pocas, ese día surgió la necesidad de aliarse, de compartir sus experiencias y apoyarse unas a otras en un ambiente tan masculinizado. 

El resultado de esa experiencia floreció muy poco después, en el aniversario del Departamento, cuando decidieron que su propuesta podía ir más allá. Ese día se vistieron por primera vez con el típico sombrero de las cholitas cochabambinas, blanco y de copa alta, acompañado por dos largas trenzas con sus tulmas cayendo sobre la blusa clara; debajo, las tradicionales y coloridas polleras plisadas, y en sus pies, unas modernas zapatillas deportivas. Sincretismo entre dos mundos completamente distintos. “Esto surgió bien natural, nos preguntamos todas cómo podíamos identificarnos, qué era lo que nos unía, y así recurrimos a nuestras historias: mi abuela y bisabuela eran de pollera, pero yo me crié en la ciudad. Retomar ese símbolo era una forma de ver más allá, apreciar más fuerte nuestra cultura e identidad. Esa primera muestra fue un homenaje y hasta una protesta social, porque justo era un tiempo crítico políticamente para nuestro país. Defender nuestra historia era fundamental”, relata Huara Medina, una de las integrantes del colectivo. Imilla significa “Niña, jovencita” en quechua y aimará, dos de las lenguas precolombinas más habladas en Bolivia. Pero durante mucho tiempo, la expresión se usó de forma peyorativa para referirse a las mujeres indígenas. Elegir ese término y transformarlo en su identidad tiene un valor agregado.

Ser chola

Aunque algunas mujeres mayores aún visten sus típicas polleras, el uso de la indumentaria ha ido disminuyendo con el paso de las generaciones y sobre todo, con la migración de la zona rural a la urbana. Además, esta especie de renuncia tuvo que ver con la marcada discriminación desde la época colonial para con los pueblos originarios.

“La chola boliviana está ligada directamente a la imagen comercial y no sólo desde la mirada extranjera, porque sucede incluso acá, en La Paz, donde se resignifican las prestes (fiestas tradicionales) en cholets (estructuras arquitectónicas con estilos andinos y colores llamativos), utilizan las vestimentas como disfraces y quienes participan de esas fiestas son personas que se apropian por un instante de esa cultura solamente por diversión. No les interesa ser cholitas, no quieren serlo. Las cholas no son adornos, ni son dinosaurios extintos… son mujeres que caminan a nuestro alrededor, son nuestras abuelas, madres o tías, mujeres luchadoras”, argumenta Brenda Tinta, quien lleva más de seis años patinando y difundiendo el skateboarding.

Para Belén Fajardo, otra de las Imilla Skate, el atuendo reavivó el lazo con su familia: “Mi abuelita me mira diferente si me visto como ella, le parece muy bonito. Además, interactuamos más, hablamos en quechua, le doy otro valor a sus historias… Y mi otra abuela también me contó que cuando era joven y comerciante, en sus tiempos libres jugaba al fútbol en su comunidad. Hoy me siento como ellas, empoderada, porque puedo hacer un deporte extremo y con pollera”.

Cuando toman velocidad sobre la pista, las Imilla Skate no sólo se divierten, sino que también pierden sus miedos y aprenden a superar obstáculos; en el skate como en la vida, las caídas son inevitables y la clave está en saber cómo amortiguarlas y volver a levantarse. “A mí me ha ayudado mucho en momentos críticos, donde emocionalmente no estaba bien, el skate fue mi rehabilitación. Me hizo recuperar la confianza en mí misma, aprendí a creer en mis condiciones, a meditar, a respirar, a concentrarme en el momento presente. Cuando estoy con mi patineta, somos ella y yo, todo el exterior no existe, es nuestro momento”, reflexiona Huara.


Desde Tokio 2020, el skateboarding es deporte olímpico, y si bien el nivel de exigencia y tecnicismo que se muestra es notablemente superior al que puede practicarse de forma recreativa en las ciudades, Huara asegura que la esencia es la misma: “Se veía la reacción y el asombro de los demás competidores cuando su rival directo lograba un truco espectacular, se felicitaban entre ellos, ni en esas instancias se pierde ese espíritu”. Por eso, desde el colectivo una de las misiones más importantes es transmitir lo que las hizo apasionarse por esta actividad y ha contribuido a mejorar sus vidas. La idea es llegar a niñas y mujeres de distintas comunidades y espacios de todo el territorio boliviano, más aún a aquellas en situaciones de vulnerabilidad, y así ayudarlas para que el deporte sea una alternativa para trabajar sus emociones y encontrar un espacio de contención.

La mayoría de las Imilla son profesionales de diferentes campos académicos: Brenda es psicóloga, Huara es diseñadora gráfica y Belén es fisioterapeuta. También hay sociólogas y artistas. El objetivo es articular los conocimientos y experiencias de cada una en pos no sólo de hacer crecer el deporte, sino de transformar vidas y contribuir a una sociedad mejor, más inclusiva y solidaria. La tabla es la excusa.

El futuro por delante

En Bolivia, el skateboarding está en pleno desarrollo, más por aporte de los propios deportistas que por el Estado. En las ciudades las estructuras son escasas y sus características son más bien básicas: no poseen buenos pisos ni ángulos. En Cochabamba, por ejemplo, el “Ollantay” es el parque urbano más importante e innovador y sin embargo apenas llega a ser un “Skate plaza”, no un complejo profesional ya que ni siquiera tiene un “bowl” específico.

En 2021, las Imilla comenzaron a producir de manera autogestiva un documental audiovisual donde mostrarán la escena deportiva en todo el territorio. Para ello, viajaron a La Paz, a algunas provincias de Cochabamba, a Tarija y apuestan por continuar recorriendo más localidades durante la primera mitad del año. La fecha prevista de estreno es agosto y la meta es que las autoridades vean la demanda y la necesidad de apostar al crecimiento del skateboarding para que se abran nuevos espacios y cada vez más personas se sumen a la práctica.

Para patinar se necesita solamente una tabla y ganas de intentarlo; para ser Imilla Skate se necesita pasión, compromiso, orgullo y libertad.

*Noelia Tegli