Desde Barcelona

UNO Rodríguez nunca estuvo en Rusia pero, de pronto, Rusia está en todas partes. Sí: luego de tanto tiempo de temer a un enemigo abstracto e invisible, llega un nuevo virus figurativo y palpable: ¡Que vienen los rusos! Otra vez. De nuevo. Flamante variante de la caliente Guerra Fría en tiempos de JFK ahora tuneada como balcánica y volcánica Guerra Híbrida. Y todos --sacando pecho a recamar con medallas o metiendo la pata marchosa para patear el tablero-- a jugar con plomizos soldaditos radiactivos al militarista y capitalista Risk o al T.E.G., esas variaciones bélicas del capitalista y civil Monopoly. Y Rodríguez no entiende muy bien los juegos que atiende cada quien ni de qué se trata. Y tampoco tiene tantas ganas de enterarse de si unos no hacen más que aggiornar vieja disputa o si de otros se rejuntan para salvación de Occidente. Son artículos largos y mapas/infografías y fotos espiadas por satélites de acumulación de misiles y de tropas y todo eso. Además, la sensación de que uno ya vio esta serie que no hace otra cosa que contar la misma historia (histeria) de siempre pero con nuevos rostros y efectos especiales. Y, esta vez, bombardeando con tweets, piando como canarios enjaulados en mina de carbón donde empieza a faltar aire y sobrar asfixia y el palpable terror de que Bono quiera sacar single/tajada. Mientras tanto, en la muy buena The King's Man, Rasputín (como según últimas teorías y para indignación de Putin, asesinado con ayudita del servicio secreto británico) baila y baila a la espera de Nuevo Desorden Mundial.

DOS Así, de nuevo, Joe Biden gruñendo con micrófono abierto porque se sabe de capa caída y uniforme arrugado en las encuestas. Y Putin poniendo cara de Putin y listo para entrar en acción aprovechando momento de obsesión de USA con China y desuniones surtidas en la Unión Europea que --según los "expertos"-- "parece haber optado por ser herbívora en un mapa rebosante de carnívoros". Y los presidentes europeos bailando otra vez el OTANgo entre ellos (ese Cuco expansivo invitando a bailar a ex repúblicas soviéticas a cambio de instalarles bases nunca del todo resuelto para/por los gobiernos de Izquierda). Y los diplomáticos en Ucrania que hacen las valijas diplomáticas mientras se explica que "la vieja central nuclear soviética de Chernóbil y su zona de exclusión está en el corredor más rápido para que los rusos tomen la capital ucraniana". Y los ucranianos que definen a estos días como "un vivir con abejorros en el estómago". Y la paradoja del antiamericanismo progre/vintage intentando encajar la defensa de un régimen que fulmina disidentes donde sea y persigue a feministas y homosexuales y lanza cyber-ataques y tormentas de fake-news y chantajea con kompromat y apoya a un nacionalismo expansionista avisando que, si se ignoran sus demandas, "Occidente sentirá las consecuencias en su cuello".

Mientras tanto y hasta entonces (el diagnóstico, por el momento, es el de que todos están listos para lo máximo, pero quieren hacer lo mínimo) lo que sienten Rodríguez y millones y millones de europeos es dolor de estómago. Dolor que duele aún más al reírse de ese titular reciente de El Mundo Today en el que, bromeando muy en serio, se lee: "La ciudadanía, totalmente agotada, pregunta a los líderes mundiales si pueden retrasar la Tercera Guerra Mundial hasta septiembre / 'Sólo pedimos que esperen a que acabe un Apocalipsis para empezar con el siguiente', insiste la gente". Y se amplía el ruego con un "'Dejad que nos pongamos la tercera dosis de la vacuna, que pasemos un verano tranquilo y ya después empezamos con esto”, han propuesto las personas ante el inminente conflicto bélico entre dos de las mayores potencias del mundo. 'Simplemente no podemos más, ¿podéis darnos unos meses para preocuparnos de cosas nimias, como lo malo que es el final de una serie?', suplica la humanidad". Y se concluye con un "las únicas personas que están tranquilas en este momento son las negacionistas de la guerra. 'Jamás en la historia ha habido guerras, eso es un invento que se han sacado de la manga para controlarnos', declaran. 'Si tantas guerras ha habido, ¿dónde están los cadáveres?', preguntan. '¿Por qué hay tanta gente en el mundo?', reiteran".

Y baja la otra temperatura. Y el gas con el que se calienta Rodríguez viene de y lo vende Rusia. Y ya se sabe: los rusos tienen más aguante para pasar hambre que los europeos para pasar frío.

No mires abajo.

TRES Y Rusia es ese poco ortodoxo sitio en el que esas cúpulas ortodoxas parecen helados de sabores complejos y raros. Y ahí está ese ensayo/crónica de Peter Pomerantsev que Rodríguez leyó hace unos años y que se titula Nada es real y todo es posible: El corazón de la Nueva Rusia donde laten y sangran gángsters con vocación de estrellas de reality show, directores de teatro a sueldo del Kremlin, motociclistas angélico-infernales con vocación de cruzados, súper-modelos suicidas y jóvenes prostitutas, ciudades mafiosas siberianas y magnates de conducta medieval en un paisaje invadido por los logos de Coca-Cola y MacDonald's y Levi's y Tom Cruise volando por los aires de la Plaza Roja mientras todo explota. Así, Rodríguez prefirió tachar a Rusia de su lista de destinos y se queda con el circense duelo Smiley/Karla en los viejos buenos tiempos o con las novelas de Martin Cruz Smith protagonizadas por un Arkady Renko siempre cayendo en desgracia para poder levantarse para así volver a caer. Y, aunque siempre defenderá las virtudes del vodka-tonic por encima de las del gin-tonic, lo cierto es que Rodríguez lleva demasiados años escuchando a su ex suegro rememorar su paso como extra-figurante en los rodajes de Doctor Zhivago (cuando estudiaba en Salamanca) y de Reds (durante unas vacaciones en Sevilla). Y le falta aún leer Vida y destino de Vasili Grossman y dilucidar del todo (derrota y tristeza suya) cuál es la gracia y grandeza de Chejov y Babel y Dostoievski y (alegría suya y victoria de Nadal y saluditos a Nole Dj.) de Medvédev. Con semejante ánimo, Rodríguez decidió explorar El baile de Natasha, monumental ensayo de Orlando Figes. Una "historia cultural rusa" titulada así en honor a esa escena en la que la joven aristócrata Rostova de Guerra y paz se deja llevar por música de balalaika campesina y baila con sus siervos (y, ah, desde que leyó a Tolstoi Rodríguez no ha dejado de fantasear con crossover en el que Pyotr "Pierre" Bezukhov salva a último momento a Anna Karenina en la estación de tren). Y, a partir de sus giros por lo alto y por lo bajo, Figes coreografía al ballet cosmopolita de la San Petersburgo de los siglos XVIII y XIX (y también excava en el sustrato popular del que se nutre todo lo sofisticado) y después ya se sabe... Antes, Figes responde a aquello que se pregunta Tolstoi ante la danzante Natasha en su novela: "¿Dónde y cómo había aprendido esa condesita educada en francés aquellos gestos, que hubieran tenido que sucumbir hacía ya años ante el pas de châle?". Se supone que no con Rasputín. Y la respuesta, mi camarada, está flotando y bailando en la nieve de ese lugar al que Winston Churchill definió como a "un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma".

A ver cómo y si se resuelve (para bien) cualquier día de estos, desea Rodríguez.

Paz.

Y dejar en paz.

 

O, al menos, en tregua.