Era un clásico. Luis acababa de terminar una canción y clavaba la vista en el afinador en el piso, manipulando las clavijas. El silencio invitaba a la intervención: la más típica, el inoxidable "Flaco, tocá Muchacha!!!". Pero el pedido podía llegar a deformidades como "Alcanfor", o "Children of the Bells" o cosas aún más oscuras. Podía ser una declaración de amor, un piropo desenfrenado, un puro delirio. Luis seguía afinando, pero en su rostro se iba formando un gesto que podía ser de fastidio, de incredulidad, de diversión, de pura picaresca. Hasta que alzaba apenas los ojos y satisfacía la ansiedad con una de sus respuestas, nunca la esperada.

-Vos tampoco te mueras nunca... si no, ¿cómo vas a saber que no me morí?

Te extrañamos tanto, Luis. Luis Alberto. Luigi. Flaco. Spinetta, ese apellido suelto, nuestra contraseña en tiempos de músicas horribles sonando en todos lados y discotecas propias y compartidas que eran reserva cultural y seña de identidad. Si decías Spinetta y la otra persona asentía, sabías que se podía seguir hablando.

Mentirle a tus mayores y rajarse un viernes trasnoche a Skylab de San Justo o a Pinar de  Rocha en Ramos Mejía solo porque tocaba Luis. Apagar las luces, poner Kamikaze y largarse a flotar entre las estrellas. Ir a un show de Carnaval en Vélez y apenas atisbarlo allá arriba, en una especie de galería (muy) elevada sobre una cancha de basquet. Aprenderse al dedillo los arreglos endemoniados de Invisible, saber hasta la última inflexión de la Cantata.

De Pescado Rabioso a Los Socios del Desierto

La semana pasada, en un taxi porteño, el conductor escuchaba a Spinetta. No era la radio, era su propio reproductor, y el chofer no era un viejo carroza nostálgico sino un pibe que no superaba los 25 años. No escuchaba a Pescado Rabioso o a los Socios del Desierto, opciones quizás más previsibles para ese target. Sonaba A 18' del sol, el momento más jazzístico de su carrera, y fue un viaje bello por una ciudad siempre alucinada. Gracias por Luis, le dijimos al bajar. Gracias a Luis, nos contestó.

En esas cosas queda claro que Spinetta es ausencia y es presencia. Luis nos llenó de canciones sostenidas en una estética frentera, como decía él, que iba al frente en todas, que si tenía que archivar el disco de los Socios lo archivaba, que hizo sudar frío a MTV con una lista para el Unplugged que se cagaba en los lugares comunes. Llevamos a Luis en el corazón por su obra y por su ética, por los músicos enormes que lo acompañaban y a los que señalaba una y otra vez como aliados imprescindibles. Llevamos a Luis en el corazón porque sus canciones nos conmueven más allá del género y el pentagrama, porque no son frías composiciones sino pedazos de vida, de él y nuestra.

Por eso lo extrañamos pero lo tenemos, y en esa contradicción andamos. Y cuando de algún lugar surge un pedacito de su música -porque su música aparece a cada rato, en lugares insospechados-, de pronto todo se ilumina, un calor por dentro, catarata de recuerdos, sensaciones, vidas pasadas y presentes. Luis Alberto Spinetta no pudo hacer otra cosa que traducir su volcán interno en melodías y en poesía, e invitó al viaje a quien quisiera subirse. Con la vista clavada en el afinador mientras llegaban voces desde la oscuridad de la sala. Mirándonos a los ojos en cada verdad apasionada, botellas al mar de nuestra necesidad de arte.

Spinetta, Luis Alberto, Luigi, el Flaco, se hizo pura luz hace diez años, y ese día nos sentimos más solos que nunca. Pero la tristeza del momento es hoy la sensación de que es más nuestro que nunca. Y entonces: dejá, Luis. No hace falta que toques "Muchacha".